domingo, 1 de abril de 2018

ÚRSULA K. LEGUIN: CONSTRUCTORA DE MUNDOS por Juan Argelina.



"Cuando el último árbol sea cortado, cuando el último río sea contaminado, se darán cuenta que el dinero no se come." (atribuido a Ishi -1860?/1916-, último superviviente de los indios yahi de California)



¿Cómo se describe un mundo cuando se es el único que lo ha vivido, cuando su lengua ofrece imágenes distópicas a a la cultura que lo ha destruido, y, sobre todo, cuando su identidad se disuelve ante las miradas de quienes le ven como un alienígena? La mera existencia del extraño perturba. La inseguridad ante lo desconocido obliga a detenerle, encerrarle, desposeerle de su arma más letal, su memoria, maltratada y ridiculizada por la manipulación de la supuesta superioridad de sus verdugos, seres aparentemente "normales", cuyas vidas transcurren apaciblemente sin mostrar la terrible insatisfacción que les causa la impotencia de no saber por qué se sienten mal ante su presencia. El zoo es el lugar adecuado para él. Al menos eso era lo que se hacía a finales del siglo XIX e inicios del XX con los indígenas "primitivos", demasiado "inútiles" para ser esclavizados o integrados en las civilizadas costumbres de las potencias que habían colonizado sus tierras. Ni siquiera un reconocido intelectual como el antropólogo 
Alfred Kroeber pudo ser ajeno a esta fatalidad: Ishi era mostrado en sociedad como un ser infrahumano salido de otro tiempo, ofreciendo espectáculo a una multitud que hacía cola para verle realizando herramientas, construyendo una choza o simplemente hablando esa lengua incomprensible con la que trataba de explicar inútilmente el sentido mismo de la vida y la muerte. Lo realmente inquietante de esta situación es que, pese a su destrucción física, su presencia permanece en nuestro recuerdo colectivo como presagio de un destino común. Es como si conectáramos con la idea trazada por los griegos en sus grandes tragedias, y el germen nocivo que nos incita a hacer desaparecer al otro, se volviese contra nosotros implacablemente. Ursula K. Le Guin, hija de Alfred Kroeber, lo comprendió muy bien. Huyendo de los moldes machistas y de la fuerza incostestable de los héroes, que no hace sino intentar ocultar la fragilidad de quien los imaginó, creó mundos alternativos, en los que la antropología juega un papel analítico capaz de educar al lector en la observación de comportamientos y relaciones que juegan a relacionar la ficción con proyecciones sobre nuestra realidad socio-sexual y sobre nuestras emociones reprimidas. La angustia de Ishi ante la soledad y la incapacidad de transmitir su comprensión de del mundo se materializa en los protagonistas de sus novelas y cuentos, aislados fuera de su cultura materna, que tratan de encajar inútilmente en un entorno ajeno. Lejos de idealizarlos como seres potentes y super masculinos, les vuelve frágiles y extraños. Lejos de promover magníficas acciones de fuerza, se convierten en seres dependientes del destino, al vaivén de acontecimientos más grandes que ellos mismos. No deben descubrir nada, porque todo ha sido descubierto ya. Ellos son Ishi. 


"El verdadero viaje es el retorno". Estas palabras, pronunciadas al final de "Los Desposeídos" por su protagonista, expresan el sentido de catártico e iniciático de las obras de Le Guin. La mitología no se aprecia como una serie de aventuras desenfadadas, sino que toman la forma de los fenómenos arquetípicos propios de la tradición griega. A las descripciones minuciosas de las sociedades, su pensamiento, sus costumbres y su política, siguen las reflexiones y contradicciones internas de sus protagonistas a cerca de su relación con el choque cultural que experimentan, de tal modo que nos incita a hacerlas nuestras. La ciencia-ficción, un género considerado menor injustamente, ha sido tradicionalmente campo abonado para el conservadurismo político, que vio en él un instrumento para reproducir los patrones clásicos del sistema patriarcal masculino y capitalista, como las historias norteamericanas de superhéroes demuestran. Unas historias repletas de violencia en las que siempre el orden se salvaba gracias a su fortaleza sobrehumana, o bien se justificaba la destrucción de otros mundos, cuando no se les colonizaba, siguiendo el modelo existente en una sociedad marcada por la premisa de la desigualdad y el miedo al "otro". Es verdad que esto ha cambiado últimamente, y, sobre todo en el cine, se observan cambios significativos vinculados a la crisis de ese modelo y a la necesidad de mostrar un cierto sentido "ecologista" ("Avatar"), pero nos seguimos encontrando con un verdadero océano de odio, que no hace sino confirmar la enorme resistencia existente a la hora de reflexionar mínimamente sobre nosotros mismos en relación a la realidad en la que vivimos. 


Ya en 1961 Stanislaw Lem nos ofreció una magnífica ocasión para la introspección en "Solaris", llevada magistralmente al cine por Tarkovski en 1972. Aquí los protagonistas luchan contra sus propias fobias y deseos reprimidos, encarnados físicamente por la acción de un planeta, que en sí mismo es un organismo vivo que actúa sobre su mente. No obstante, la acción continúa con la lógica del enfrentamiento ante la hostilidad de otro mundo incomprensible. En Le Guin, esos mundos son accesibles y profundamente "humanos", con toda la gama de problemas y diversidad que representan las preocupaciones esenciales de nuestra vida: la organización social, la identidad de género, el feminismo, el racismo,.... Fue la primera escritora en explorar la sexualidad, la etnología o la ecología en la literatura fantástica. Su obra está en las antípodas de Tolkien, a quien por otra parte admiraba por la minuciosidad de su creación de un mundo basado en las tradiciones célticas, pero que no dejaba de ser eurocentrista y hasta racista cuando se trataba de señalar a los enemigos del mundo que describía (ese "Oriente", aliado del mal, que Peter Jackson nos mostró caracterizado por ejércitos formados por elefantes y soldados ataviados con turbantes y por armadas de piratas berberiscos). No, Le Guin no busca la épica. Sus "Crónicas de Terramar" (Las tumbas de Atuan -1972-, La costa más lejana -1974-, Tehanu -1990- y En el otro viento -2001-) transcurren en un mundo formado por pequeñas islas, un entorno marino alejado del tradicional marco europeo, que podría situarnos en Oceanía, mezclando tradiciones vikingas, incas y japonesas. La búsqueda o el replanteamiento de la identidad es una constante, que toma la forma de un viaje en el que la experiencia del autoconocimiento se produce por medio del encuentro con la diferencia. Siempre hay un escape de la "zona de confort" para escudriñar en el análisis del otro. 


Como mujer, Le Guin encuentra en el feminismo un campo de acción: "Si una feminista es alguien que piensa que el género es en gran medida una construcción social, y que nada justifica el dominio social de un género sobre otro, entonces soy feminista", dijo. Y con esta idea publicó "La Mano izquierda de la Oscuridad" (1969), en la que un hombre llega a un planeta donde sus habitantes son capaces de cambiar de sexo a voluntad. La reflexión sobre cómo sería un mundo sin conflictos de género hace pensar a la autora en la irrelevancia de la guerra: al faltar las divisiones sexuales, no existiría el nacionalismo. Al no haber un sentido de la confrontación interpersonal, se intuiría que cualquier tipo de distinción sería arbitraria. Esta distopía creó una polémica bastante grande en su día, aunque hoy su carácter "subversivo" no es tan significativo, ya que, aunque se producía una empatía intergénero, no se cuestionaba la identidad sexual durante las etapas en las que esa identidad se manifestaba en cada individuo. Aún así, el reto estaba echado, y fue la base de ficciones feministas posteriores, como "Memorias de una superviviente" (1974), de Doris Lessing, o "La Mujer al borde del tiempo" (1976), de Marge Piercy


Sin embargo, el pesimismo de las proyecciones distópicas hacia el futuro no suele ser compartido por Le Guin, que prefiere describir situaciones en las que la autocrítica se manifiesta ante conflictos interculturales, como se demuestra en la que considero su obra maestra: "Los Desposeídos" (1974), donde analiza lo que podría ser una sociedad anarquista, y su enfrentamiento con el capitalismo y el comunismo de Estado. En contraposición con la famosa novela de William Golding, "El Señor de las moscas" (1954), que explora el efecto que tiene sobre los niños una vida de anarquía, desprovista del orden y la disciplina de los adultos, que acaba en una visión de pesadilla, donde la inocencia se desintegra ante una desmedida propensión al mal, Le Guin nos propone una sociedad equilibrada, donde la pobreza de recursos se compensa con una cultura basada en compartir dentro de un sistema igualitario. La autora nos lleva en un viaje con su protagonista, Shavek, a través de tres mundos opuestos y recelosos entre si, encontrando situaciones chocantes, a veces cómicas y otras dramáticas, que nos vuelven a sugerir el argumento que ya indicaba antes: los individuos se forman a sí mismos en contacto con sus opuestos y aprenden de la diferencia. Aquí Le Guin apuesta claramente por el anarquismo, a cuyo mundo retorna Shavek, sin importarle la reacción de sus compañeros. ¿Utopía? ¿Distopía? Ella misma la subtituló "una utopía ambigua". Y reconoció que nada es perfecto. Ahora que la distopía está en nuestra cotidianidad, y que reconocemos como actuales los terribles contenidos futuristas de los capítulos de "Black Mirror", la lectura de los libros de Le Guin, especialmente de "Los Desposeídos", me resulta reconfortante. Especialmente en su uso del lenguaje. Su mirada de antropóloga es minuciosa. Cuida los detalles y nos recuerda constantemente que la forma en la que describimos el mundo crea nuestro comportamiento y construye las relaciones que mantenemos con él. ¿Como nombrar el género de quien no lo tiene? ¿Cómo modificar gramaticalmente las relaciones de posesión? El aprendizaje cultural nos ha impuesto tanto el primero como las segundas, y no nos liberaremos hasta que no aprendamos otro método de referirnos a ellos. La cultura anarquista de la novela lo había entendido así, y todos compartían la misma experiencia vital en este sentido. Solo por esto, es enormemente sugestiva su lectura. Supongo que imaginaba a Ishi realizando un retorno imposible a su mundo natal y compartiendo sus experiencias de un mundo incomprensible.