Dos
jóvenes burgaleses son increpados y asaltados durante las fiestas del
Curpillos. La violencia homófoba hace su aparición en las calles de Burgos y se
disparan unas alarmas que debieron existir hace mucho tiempo. Pero lo que más
llama la atención es el miedo a denunciar de los dos muchachos que reconocen el
ocultamiento sintomático todavía en el seno de la ciudad del colectivo LGTB.
Esto es sintomático de una enfermedad social que sigue, aún hoy, instalada en
suelo burgalés en los que se impone la vergüenza ante la diversidad sexual.
Adrián y Pablo, de 16 y 18 años de edad, insultados y humillados por mostrar su
afecto en público no quieren darle más repercusión al hecho y el periódico
Local sigue utilizando palabros como “tolerancia” sin aludir a la homofobia
social y a un tipo de invisibilidad que favorece la impunidad de la violencia
contra las personas no heterosexuales, real o simbólica. No es nuevo que en
parques y zonas de ocio de Burgos se instale el miedo a mostrarse tal y como se
es y que como ha ocurrido en el caso de Adrián y Pablo el odio por homofobia
campe a sus anchas e incluso haya quien haga la vista gorda ante sucesos aún
más graves. Aún hoy la sociedad burgalesa, a pesar de los avances en todo el estado,
sigue muy en mantillas en cuanto al reconocimiento pleno de la diversidad y las
palabras de los ediles suenan un poco vacuas y tardías cuando sigue sin
reconocerse el 28 de Junio como Dia de Reivindicación y sin ponerse a
disposición de la gente más vulnerable a este tipo de violencia los
dispositivos necesarios para superar y afrontar no solo a los violentos sino
también ese miedo social a denunciar o ser señalados. El consistorio que ahora
se lleva las manos a la cabeza no ha hecho nada por habilitar espacios lúdicos
para gente LGTB ni información o campañas específicas sobre sus derechos y
libertades. Asignatura pendiente.
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