Sexo en la red
Por José García
Ya
no se liga en el ambiente. Las dunas del Chato parecen un cementerio de
elefantes. Los garitos del gremio organizan bingos domingueros para jubiletas.
Los pecados de la carne se han convertido en una experiencia vicaria: El grindr
ha venido a sustituir al cuarto oscuro, la vista y el oído, al tacto y el
olfato. Son los tiempos del cruising
virtual.
En
la década de los noventa nos conformábamos con conseguir, a lo sumo, un novio
tamatgochi, que callara y hablara con solo tocar un botón, que follara siempre
en el momento oportuno, que pudiera ser reprogramado para cambiar a última hora
el menú de la cena con los amigos. Ahora no. Ahora o llevas puesto el GPS de
maricones o estas perdido. Qué jodienda.
Pues
qué decir de los chats. Plenos de conversaciones totalmente predecibles: edad?
de dónde? centímetros? O los amantes del cibersexo, adictos al skipe, que te
prometen un bareback en diferido no
por más insensato menos imposible. Placeres ininteligibles. Como el finiquito
de Cospedal.
Y la
viagra, mientras tanto, haciendo efecto. Tanta testosterona atascada en tus
conductos testiculares que ha cortocircuitar con las pulsiones de tus dedos
desenfrenados sobre el teclado del ordenador. En tu casa? En la mía? Pero, por
dónde vives? Ay, no sé. Ahora es que he quedado con unos amigos. Mejor luego.
De cuándo es la foto que me has mandado? Seguro que no tienes michelines? Y de
verdad te gusta….? Hasta que ya no puedes más. Despegas bruscamente tus manos
de las teclas, te estiras sobre la silla giratoria y te aferras a tu
entrepierna. Burda instigación al onanismo.
Esto
debe de ser el nuevo régimen farmacopornográfico que llevan años anunciando las
grandes gurús de la teoría queer y el posporno. La reducción del sexo a profiláctica
virtualidad, a mera pulsión escópica, libido estimulada con sustancias
lisérgicas. Creo que ya lo he dicho: ya no se liga en el ambiente.