Del silencio a la visibilidad
Por Eduardo Nabal
"La diferencia nunca debe ser simplemente tolerada sino que debe ser el fundamento del que surjan las polaridades que hagan saltar la chispa de nuestra creatividad"
Bulling es un anglicismo, un término importado, que se ha puesto de
moda para designar un problema social del que empieza a hablarse en serio. Su
equivalencia en castellano sería el tradicional ‘matonismo escolar’ o el más
reciente ‘acoso escolar’. Es la verbalización de un sustantivo ‘Bully’, para
explicar o dar forma a su fuerza
destructiva, performativa y actuante. ‘Bully’ puede traducirse por fanfarrón,
valentón, lidercillo o macarra. Tanto en la mayor parte de los estudios como en
las noticias que aparecen en los medios de comunicación de masas españoles se
omite, no obstante, el componente genérico, de género o sexualidad, que tiene
el término y que podría suponer un avance sobre el término acoso.
Al
decir ‘bulling’, en inglés, estamos identificando la conducta de maltratadores
en alumnos varones que hacen de su masculinidad, de lo que consideran sus
‘valores masculinos’ un arma. Un arma que se ha empleado, desde siempre -también
en la escuela- contra la falta o carencia de masculinidad o feminidad al uso,
de los otros/as. Pero sobre todo hemos de hablar de diversofobia, un término
inclusivo que va mas allá de la consabida y algo trillada ‘igualdad de género’,
que en sí no significa nada. Es cierto
que en la mayoría de los casos, y así lo dicen las noticias, los instigadores o
ejecutores suelen ser varones, pero no siempre es ya así. Y el ‘bullyng’, a mi
entender, no puede hacerse en la mayoría de los casos si el modelo educativo,
los profesionales implicados y los profesores/as, directivos etc de los centros
-o los propios alumnos/as- no consienten en ello y miran hacia otro lado.
Así
una experta norteamericana en el tema, Mila Narone, entrevistada por el diario La Vanguardia, nos recuerda que “en la
escuela no se tolera que se llame negro pero si maricón (podríamos decir lo mismo de muchos centros de trabajo). Y añade
algo significativo: el niño/a o el/la adolescente callará seguramente si cree
que “el insulto” coincide con la realidad y ni siquiera lo ha reconocido ante sí
mismo/a”. Y es que, desde mi punto de
vista, el ‘bullyng’ homófobo o lesbófobo no sólo afecta al niño/a gay o
lesbiana (dentro o fuera del armario) sino a aquél que muestra una inadecuada
representación de los roles de género tradicionales y heterosexuales: de los
códigos de la masculinidad y la feminidad.
Un
libro, curiosamente venido de Inglaterra, y publicado en castellano mucho antes
de la popularización del término por estos lares, llamado Sexualidades e institución escolar sí que habla del tema, de la relación entre
ambos fenómenos, pero no es un libro específico sobre el maltrato psicológico
o, incluso, físico de los alumnos gays o lesbianas por otros alumnos/as. Es un
libro sobre las sexualidades en el contexto escolar de las aulas británicas.
Los aspectos que ligan ambos fenómenos, ‘bullyng’ y homo o lesbofobia no han
sido recogidos, a mi entender, por muchos sectores sociales, ni siquiera por
aquellos que se dicen hoy comprometidos, de un modo u otro, en su erradicación,
comprometidos, también, en la erradicación de la romanofobia.
El
componente homófobo de este fenómeno ha sido obviado hasta hace poco casi
siempre en las noticias impresas y solo empieza a aparecer en los estudios
recientes sobre el ‘bullyng’. En un reportaje del último número de la revista
de la Compañía Mutualista MUFACE se habla de la creciente preocupación por éste
fenómeno, pero no se habla de homofobia en las aulas porque la diversidad
sexual ha desparecido de la ‘educación para la ciudadanía’. El primer libro
traducido al castellano que lleva propiamente el título de ‘Bullyng’ y que
desarrolla esta terminología, no menciona ni una sola vez la palabra homofobia
y para colmo introduce profusamente la noción de conductas instigadoras del
acoso, como la “falta de garbo al andar”, diciendo cosas como que “el niño (¿no
puede ser la niña?) aprenda a caminar erguido, con la espalda recta y los
hombros cuadrados”. En esto, claro,
no sólo podemos leer una manifestación de consentimiento de odio al diferente
(por ejemplo, el alumno/a con alguna discapacidad) sino una manifestación que,
a mi entender, puede esconder altas dosis de plumofobia y/o transfobia.
Afortunadamente
este hueco va siendo llenado por libros más recientes publicados por
editoriales LGTB o de mayor calado intelectual como Bellaterra, Egales o
Icaria, con el título de Como combatir el
bullyng homofóbico, de Raquel (Lucas) Platero y otros autores. También las
representaciones fílmicas se han ido ampliando, incluyendo también la
transfobia en las aulas (Ma vie en rose).
Solo a partir de casos tan sonados como el suicidio de Jokin en Euskadi o el
mucho más reciente, del adolescente transexual Allan han llamado la atención de
un fenómeno que empieza a salir a la luz en filmes de fama internacional como el cortometraje Indochine de Xavier Dolan, Crazy
de Jean-Marc Valle, o A escondidas de
Mikel Rueda, entre los ejemplos más recientes.
Un
fenómeno que ha salido a la luz, se conocen las herramientas para empezar a
detectarlo pero necesita un cambio de actitud en los alumnos y los profesores,
porque también las formas de acoso y vejación se han refinado, haciéndose tan
indetectables como algunos retrocesos en materias de derechos humanos ya
incluidos en los programas de la LOMCE. Un cambio que puede empezar por que los
propios adultos gays o lesbianas sirvan de modelos para sus alumnos, sin tener
la necesidad de ocultarse en una escuela realmente pública y laica.