La persecución de la homosexualidad masculina
durante el franquismo, un asunto que hasta hace bien poco no había merecido la
atención de los investigadores, se ha convertido en el curso de los últimos
años en el territorio más frecuentado por los historiadores del homoerotismo
español. Esta tendencia no resulta ajena, sin duda, al impulso recibido en
nuestro país por el movimiento de recuperación de la memoria histórica. El
recuerdo de los homosexuales castigados por la dictadura se une al de los
profesores y maestros depurados y represaliados, las presas ultrajadas y
ejecutadas o los prisioneros políticos condenados a trabajos forzados. Al mismo
tiempo, aunque de forma gradual y en desiguales condiciones según los casos,
comienzan a abrirse los archivos de las instituciones persecutorias,
descubriéndose ante el estudioso, un nuevo continente por explorar. A estos
documentos se unen las voces recogidas por la historia oral, dando color y vida
palpitante a la grisalla de los expedientes policiales, judiciales y clínicos.
En este contexto han florecido las publicaciones
sobre la “represión” de los homosexuales en el periodo franquista. El
repertorio de autores dedicados a esta tarea es ya bastante amplio: Javier
Ugarte, Geoffroy Huard, Alberto Mira, Richard Cleminson, Javier Fernández
Galeano, Francisco Molina, Óscar Guasch, Arturo Arnalte, Jordi Terrasa,
Fernando Olmeda, Nathan Baidez, Lucas Jurado y Víctor Mora entre otros. Se
trata de un elenco muy heterogéneo, donde coexisten relatos de índole
periodística con otros más orientados a la recogida de testimonios orales;
sesudos análisis del discurso médico o jurídico y exploraciones de alcance más
sociológico, fundadas en la observación etnográfica o en material de archivo.
Muy pocos trabajos han seguido esta última pista, la
más prometedora, sin duda, junto a las indagaciones que toman como base los
testimonios orales. El futuro de este
campo de investigación estará muy condicionado por la actitud que se adopte a
la hora de hacer factible el acceso a los archivos judiciales que contienen
documentación procesal sobre estos casos. Como ha sucedido en otros países, el
análisis de esta documentación, combinado con una exploración etnográfica
sustentada en entrevistas e historias de vida, permite tener un retrato bastante
fiel de las formas de persecución y control social, captando al mismo tiempo
las resistencias y la experiencia vivida de los afectados. Ciertamente, existe una
directriz clara y general sobre este asunto, de modo que salvo que hayan
transcurrido 50 años se requiere la autorización de los individuos implicados,
y aun habiendo pasado ese intervalo, debe preservarse el anonimato de los
protagonistas, a menos que su fallecimiento esté acreditado. En la práctica, este
apartado de nuestra memoria histórica sólo se puede explorar en aquellos
archivos donde el buen criterio de sus administradores, facilita la consulta
del investigador, algo que por desgracia no siempre sucede. El ejemplo, que
debería seguirse en toda España, lo constituyen los Archivos de la Ciutat de la
Justicia de Barcelona, donde el personal, con amabilidad y diligencia, se
preocupa por poner al servicio del investigador la rica documentación procesal
que allí se contiene.
A continuación me referiré brevemente a tres
trabajos recientes sustentados en ese género de fuentes: material extraído de
los archivos judiciales (en los dos primeros casos), por una parte, y casos
clínicos y literatura médica (en el tercer caso), por la otra.
El trabajo Geoffroy Huard, Los antisociales. Historia de la homosexualidad en Barcelona y París,
1945-1975 (Madrid, Marcial Pons, 2014), es resultado de una tesis doctoral
leída entre la Universidad de Cádiz y la de Picardía (en Francia), en la que
participé como director, y ejemplifica muy bien el partido que se le puede
sacar a las fuentes procesales. Su autor, miembro de nuestro grupo de
investigación y antiguo alumno del Máster de Género de la UCA, es actualmente
profesor en la Universidad de Le Havre. Se trata no sólo de un trabajo capital para
el conocimiento histórico de la realidad homosexual en Francia y España, sino
que permite esclarecer decisivamente el debate político acerca del movimiento gay en la actualidad. No es casualidad que el texto se elaborara
coincidiendo prácticamente con la controversia y aprobación final del
matrimonio entre personas del mismo sexo, en el país galo.
Apoyándose en un ingente trabajo de documentación,
cruzando fuentes, a menudo inexploradas hasta la fecha y muy variadas, consultadas
a un lado y otro de los Pirineos (archivos de la administración policial y
judicial, archivos privados, revistas, carteles, panfletos y magazines,
memorias y biografías de activistas, literatura, material fílmico y
radiofónico), la investigación pone al descubierto la existencia, tanto en la
Francia de los trente glorieuses como
en la España franquista, de una floreciente y muy visible subcultura homosexual.
A la cartografía de sus enclaves (“meaderos”, cines, saunas, piscinas, parques,
etcétera) en el espacio urbano y a la etnografía de sus prácticas y modalidades
de microrresistencia y creación, se dedica la segunda parte del libro. En esta
sección se evita, con mucho tino, caer en la evocación folclórica de la vida
gay, como si lo usos y costumbres expresaran una forma idiosincrásica,
inherente a la homosexualidad. Muy al contrario, siguiendo las enseñanzas
foucaultianas, los estilos de vida se presentan como respuestas a unas
determinadas modalidades de ejercicio del poder. Así por ejemplo, la desvinculación
del sexo respecto a los afectos no traduce la sexualidad consustancial a un
supuesto psiquismo gay, sino la lógica deriva de un erotismo condenado a
existir fuera de los lazos familiares aceptados.
El trabajo, en efecto, mantiene un formato de
historia comparada, tomando como referencia a París y a Barcelona, siendo esta
última la ciudad española con una presencia homosexual más activa y más
visible, ya desde antes de la Guerra Civil. En esta meticulosa labor
comparativa, de la que tan necesitados estamos en el campo de la historia de la
sexualidad, se ponen también en entredicho algunos tópicos. Por ejemplo, el que
considera, a priori, que la represión
de las relaciones homosexuales debió ser más cruda y encarnizada en la
dictadura franquista que en la democracia gaullista. La legislación francesa,
desde De Gaulle hasta la despenalización de la era Miterrand (1981), sólo
castigaba las relaciones homosexuales con menores, mientras que la española,
desde la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes en 1954, apuntaba teóricamente
a todo contacto homosexual. De cualquier modo, la célebre subenmienda Mirguet de
1960 (que agravaba las penas por ultraje al pudor en los casos de
homosexualidad) no podía presentarse como el arranque de la represión, sino más
bien como un punto de llegada dentro de un proceso mucho más largo. En ambos
casos, la represión del escándalo público daba también lugar a la persecución
de este tipo de conductas. En la práctica, sin embargo, la intervención de la
policía francesa era más sistemática y producía un mayor número de condenas que
su contrapartida española. La acción policial y judicial española, aparte de
ser más esporádica en su ejercicio, tenía un marcado carácter clasista; la
homosexualidad aparecía conectada con la vagancia; sólo aquellos “maricas” sin
oficio ni beneficio eran de hecho condenados por los tribunales.
Precisamente la primera parte del libro se dedica a
contextualizar la persecución antigay en ambos países, dentro una vasta
ofensiva heterosexista, propiciada en ambos casos durante la atmósfera de
postguerra. En este planteamiento, el homosexual aparece identificado con un
enemigo biológico, una amenaza para la “raza”, que pone en entredicho la
identidad nacional. Se asocia aquí la quiebra de la virilidad con el
desfallecimiento de la nación. Los que se entregaban a conductas “antifísicas”,
eran equiparados a una suerte de quinta columna del enemigo. En Francia esto se
plasmó en la atribución del vicio homosexual a los colaboracionistas de la
ocupación nazi. En España el argumento equivalente asociaba la condición de
homosexual con la de “rojo”. Por otro lado, en ambas naciones se contemplaba al
homosexual como un potencial peligro para el futuro productivo y reproductivo
de la nación, por eso se veía en él a un “corruptor de la infancia”, empeñado
en contagiar su aberración. Las políticas pronatalistas, el énfasis en la
distinción entre la masculinidad y la feminidad y la protección de los menores
aparecían entonces como estrategias combinadas, siendo la homosexualidad el
negativo de todas estas intenciones. En este mismo capítulo se da cuenta de la
estigmatización psiquiátrica y judicial de estos comportamientos, confrontando
la situación francesa con la española.
En la tercera y última parte, utilizando ya otro
tipo de fuentes, principalmente hemerográficas, el autor reconstruye con
minucia los contornos del activismo político de los homosexuales franceses y
españoles desde 1950. Se recompone la trayectoria de los principales
protagonistas (Guérin, Hahn, Eaubonne, Hocquenghem, Baudry, Armand de Fluviá,
etc) y de las organizaciones entre las décadas de 1950 y 1970. Se siguen de
cerca los vínculos de solidaridad entre el grupo de Arcadie y la puesta en
marcha, como contestación a la Ley franquista de Peligrosidad Social (1970),
del Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH). El análisis, preciso y
detallado, muestra por un lado la variedad del movimiento, empezando por el
propio FHAR, que dista de obedecer a un patrón monolítico. Pero lo principal de
esta sección es que se pone en tela de juicio la supuesta frontera entre el
reformismo “tímido” de los grupos “homófilos” (Arcadie, AGHOIS) y el carácter revolucionario de las organizaciones
de “liberación homosexual”.
El segundo trabajo que quiero comentar, a cuyo
nacimiento también he tenido la suerte asistir, pues su autor tuvo la
amabilidad de pasarme el borrador para revisarlo, es el artículo de Javier
Fernández Galeano, publicado en inglés con el título “Is he a social danger?:
the Franco Regime’s judicial prosecution of homosexuality in Málaga under the
Ley de Vagos y Maleantes”. Se publicó este mismo año en el prestigioso Journal of the History of Sexuality, 25
(2016), 1, pp. 1-31. Su autor es un doctorando que trabaja en la Brown
University, en los Estados Unidos.
En este caso la exploración se apoya exclusivamente
en documentación procesal extraída de los Archivos Provinciales de Sevilla y de
Málaga. Fernández Galeano se centra en
la provincia Málaga, desde 1954, año en que se reformó la Ley de Vagos y Maleantes,
incluyendo en ella el despliegue de medidas de seguridad para corregir la
conducta de los homosexuales, hasta 1962, cuando empezó a despegar la industria
turística en esa región. Su estudio aborda fundamentalmente la aplicación de la
ley y el modo en que las actitudes de los actores sociales y de los
funcionarios gubernativos influyeron en los veredictos de los tribunales.
El análisis toma como referencia un total de 35
casos juzgados por la Audiencia Provincial malagueña. Aunque el Gobernador
Civil de ese periodo, Antonio J. Rodríguez-Acosta detentaba el mando sobre la
Policía Armada y la Guardia Civil y puso mucho celo en la persecución de actos
y conductas indecentes que parecían proliferar en las localidades con más
atractivo turístico, su empeño quedó un tanto frustrado. Los que ejercieron
como jueces de la Audiencia malagueña durante ese periodo, sólo dictaron
condenas en un 17% de los casos. La cifra llama aún más la atención si se tiene
en cuenta que la Audiencia sevillana, en ese mismo periodo, dictó un 73% de
sentencias condenatorias.
Sin duda la necesidad de preservar las buenas
costumbres evitando al mismo tiempo una presión excesiva sobre los visitantes
extranjeros, introductores de nuevos usos en la población local, puede explicar
estas diferencias. Pero lo decisivo, según Fernández Galeano, que viene a
corroborar lo señalado por Geoffroy Huard, es que la justicia aplicada en estos
casos se modulaba de distinta manera según el status y el capital social de los
encausados. Aunque la Guardia Civil optaba por ofrecer un perfil culpabilizador
de los detenidos, los alcaldes, la Iglesia y los mismos jueces, tendían a
rebajar la severidad de sus intervenciones cuando se trataba de una persona con
oficio estable, domicilio localizado, contactos importantes o una acreditada
trayectoria religiosa. El artículo refuta también el tópico según el cual los
homosexuales “pasivos” y “afeminados” (“maricas”) serían sancionados más
suavemente que los “activos” y de apariencia masculina (“maricones”). No parece
que este factor desempeñara un papel relevante en las sentencias; lo que sí
resultaba relevante a los ojos de los jueces, aparte del status social, era si
la relación tenía lugar con menores. En este caso el reo afrontaba todo el peso
de la ley.
El último trabajo que quiero mencionar es también una
tesis doctoral que he tenido la suerte de dirigir. Se defendió en la UNED, en
enero de este mismo año. Su autor es Francisco Molina, componente asimismo de
nuestro grupo de investigación, y se titula Estigma,
diagnosis e interacción. Un análisis epistemológico y axiológico de los
discursos biomédicos sobre la homosexualidad en los regímenes autoritarios
ibéricos del siglo XX. Su publicación conjunta por una editora provincial y
la Fundación Triángulo está prevista para este año. Como en el caso de Geoffroy
Huard, en este se ofrece un estudio comparativo. El libro confronta así control
psiquiátrico de la homosexualidad desplegado durante el periodo franquista con
el habilitado en la etapa de la dictadura salazarista. La proximidad
cronológica, de sistema político y de trasfondo cultural entre ambas
realidades, hace resaltar con mucha elocuencia las diferencias que se ponen en
liza.
Francisco Molina confronta las evoluciones y los
contextos respectivos de cada caso nacional, pasando revista a las instituciones,
los agentes expertos y los discursos involucrados en la psiquiatrización de las
conductas homoeróticas, siguiendo al detalle la cambiante recepción de las
teorías y los tratamientos importados y poniendo en relación los dispositivos
psiquiátricos con la historia social, política. Se advierte el contraste entre
una psiquiatría, la portuguesa, más reciamente positivista, y una medicina
mental, la española, mucho más apegada a la retórica y a los distingos de la
escolástica tomista y el tradicionalismo católico.
Aunque el
libro se ocupa principalmente de la homosexualidad masculina, los análisis
consagrados a la psiquiatría portuguesa, que en esto difiere de la española,
muestran el interés de los galenos lusos por el lesbianismo y el homoerotismo
femenino en general. Por otra parte esta obra no es sólo una aportación a la
historia cultural de la sexualidad. Se está ante un trabajo de epistemología
histórica en toda regla; no sólo trata de mostrar las causalidades que
condicionaron el desarrollo de los discursos psicopatológicos, sino de
evaluarlos en tanto que poseen una pretensión de validez, es decir, se plantea
hasta qué punto se trata, realmente, de discursos científicos.
El resultado se palpa en ese cúmulo de pintorescas
taxonomías de la homosexualidad exhibidas por los manuales y estudios clínicos
publicados por los facultativos ibéricos. Como en la célebre clasificación
china de los animales evocada por Borges, los sentidos se solapan y la escisión
entre las posiciones activa y pasiva se embarullan con la que separa lo natural
y lo antinatural, lo puro y lo impuro, lo normal y lo patológico. El resultado
es que el saber psiquiátrico elaborado a partir de estos criterios está más
próximo a la metafísica more borgiano,
esto es, como una rama de la literatura fantástica, que a las maneras de una
disciplina científica. Un panorama no exento de humor, como tendrá ocasión de
comprobar el lector, si no fuera porque esas taxonomías se hacían acompañar de
un siniestro séquito terapéutico (tratamientos aversivos, electrochoque,
remedios químicos, trabajo forzado en colonias penitenciarias, lobotomía),
digno de figurar en el museo de los horrores.
Uno de los elementos más originales de este trabajo
es que, además del estudio de los discursos expertos y de los expedientes
clínicos, utiliza abundantemente los testimonios orales. El autor ha
entrevistado a casi una veintena de personas, entre ellos homosexuales de
distinta clase y condición, españoles y portugueses; policías, psiquiatras y
hasta un capellán militar.
En su incandescencia, estas existencias reales,
tanto la de las personas anónimas entrevistadas como la de la multitud de
biografías recogidas en los dossieres clínicos, desafiaron los requerimientos
de la autoridad. A ellas pueden aplicarse al pie de la letra las palabras de
Foucault: “para que algo de esas vidas llegue hasta nosotros fue preciso por
tanto que un haz de luz, durante al menos un instante, se posase sobre ellas,
una luz que les venía de fuera: lo que las arrancó de la noche en la que
habrían podido y quizás debido, permanecer fue su encuentro con el poder; sin
este choque ninguna palabra sin duda habría permanecido para recordar su fugaz
trayectoria” (Foucault, M.: “La vida de los hombres infames”, p. 181).
A través de la conmoción producida por el
descubrimiento de esos fragmentos de resistencia, el lector accede en este
trabajo a una monumental recuperación de la memoria histórica.
Con estas pinceladas de las investigaciones
recientes emprendidas por Geoffroy Huard, Javier Fernández Galeano y Francisco
Molina, he tratado de mostrar que, aun contándose ya con un repertorio
importante de estudios acerca del homoerotismo en la España de Franco, el
continente apenas se ha comenzado a explorar. La indagación de los distintos
archivos provinciales y la recolección de la experiencia de los testigos sólo
han dado, hasta la fecha, sus primeros pasos.