Chechenia: un silencio vergonzante
Por Eduardo Nabal
Sin
entrar en odiosas (y nada rentables) comparaciones, el vergonzoso silencio de un sector de la
comunidad internacional y de la llamada "izquierda internacionalista"
(no toda afortunadamente) ante la creación de campos de concentración en Chechenia,
donde se tortura y asesina a la comunidad gay rusa de forma selectiva y
clandestina, da, aún hoy, mucho que
pensar.
De
nuevo, como ocurrió con la pandemia del Sida, descubrimos con tristeza que si
nosotras no vamos a las embajadas de Rusia, poca gente va a hacerlo por
nosotras, excepto algunas denuncias aisladas de personas concretas y
asociaciones de derechos humanos. Rechazo sí, pero también pasividad ante la
homofobia en Rusia, lejos de la celeridad de la respuesta ante otros asuntos de
sangrante actualidad.
No
quiero articular un discurso victimista, sino llamar una vez más a que esas
fuerzas progresistas ensanchen sus miras, abandonen su ya su secular
ombliguismo y se unan de forma contundente contra la masacre homófoba en
Chechenia. La estupefacción de los jóvenes activistas LGTB QI de izquierdas ante el silencio de sus
camaradas de partidos y organizaciones es un trago que, de una forma u otra,
hemos pasado todas. No exculpo del todo al propio colectivo LGTBQI, o a la
plana oficial del mismo, del “estado de la cuestión a nivel mundial”, cuando se
dispone a celebrar un World Pride neoliberal, obviando que el Pride está muy
lejos de ser mundial (casi ni europeo, con el avance de la extrema derecha) y que las trans latinas que se dejaron el
pellejo en los disturbios de Stonewall no se sentirían nada identificadas con
esos dispositivos de normalización (no exentos de plumofobia y clasismo) que parecen instalarse en algunas zonas, como
el capitalino barrio de Chueca.
¿Tenemos
nosotras que dar buena imagen? ¿Ante quién, ante “qué”? ¿Qué imagen da, no solo la derechona
facistoide de Hazte Oír o el’ Pinkwashing’ del gobierno de Israel, sino las propias fuerzas de
izquierdas, cuando callan ante la barbarie chechena atados a no sé qué
nostalgia, fetichismo y narcisismo que ya les llevó a callar sobre los
sidatorios en Cuba, por poner un ejemplo.
Las páginas de la Historia contarán todo esto,
la injuria del silencio ante la barbarie dictatorial y mucho más, esos
microfascismos cotidianos, que, a pesar de los indiscutibles avances, se siguen
reproduciendo dentro de los círculos progresistas, no por acción (como los
autobuses naranjas o los recientes insultos transfóbicos de jueces y políticos
en el poder), sino por omisión y consentimiento.
Tal
vez el concepto, no solo del internacionalismo, tal y como se lo entiende,
sino, como ha dicho Butler, del humanismo, como categoría que todo lo engloba,
debiera ser cuestionada y puesta ante los defensores precisamente de estos
derechos, cuando no sabemos hasta dónde llega la masacre o la tortura, pero se
negocia internacionalmente con los dirigentes de esos países.
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