Pink Washing, guerra e identidades que duelen
Por Eduardo Nabal
Vaya
por delante que me alegro de que el World Pride madrileño (gracias a que las
corrientes críticas que, en esta ocasión, han sido escuchadas) haya vetado al
gobierno de Israel (que no a los activistas) su participación en un
macro-evento que, gestione el municipio que lo gestione, se anuncia neoliberal
con pocos paliativos. Israel y su descarado ‘Pinkwashing’ (lavado de cara
rosa) quedan fuera. Pero aun así creo
que la reflexión se queda corta, y no solo por las otras muchas cosas que piden
las corrientes críticas u ‘Orgullo Alternativo’ y que el gobierno municipal de Ahora
Madrid apenas escucha, sino por las muchas aristas que, una vez hecha esta
aclaración, tiene el asunto de eso que Sarah Schulman ha llamado
Israel/Palestina y el ‘queer conflicto’.
Como
dice Butler, dejar fuera las cuestiones de género en los contextos de guerra,
conflictos o precariedad es obviar que es precisamente en esos contextos
(prisiones, CIES, lugares en guerra, campos de refugiados, lugares ocupados,
asambleas públicas, entornos precarizados) donde las cuestiones de género más
se evidencian, mucha veces (y esto es un añadido mío, aunque me aventuro a
suponer que la autora de Cuerpos en
alianza… lo suscribiría de un modo u otro) porque se “pretenden invisibilizar”
como “temas de segunda”.
El
lavado de cara del gobierno de Israel ante la opinión pública internacional,
pretendiendo presentar a su país, por oposición a los países de religión
musulmana (entre los que se encontrarían los territorios ocupados de Palestina),
como un país casi ‘pionero’ en los derechos y libertades LGTBQI, ha llevado a
la comunidad LGTBQI de izquierdas a rechazar en bloque este reflejo, que puede
llevar a ocultar una masacre continuada vendiendo que “se vive mejor y con más
libertad” en el mundo capitalista y militarizado del colonizador que en el
fanático y atrasado del “colonizado”, obviando las diferencias e incluso las
matanzas. La trampa de este discurso parece obvia, pero quedarnos en ella sin
profundizar más supone, de nuevo, quedarnos en lo más obvio, aunque no todo el
mundo sea o, más bien, quiera ser consciente de ello.
Viendo
The invisible men y, sin otorgar al
género del documental ninguna ‘objetividad’ absoluta que no tenga la ficción
(más aun tratándose de un cine que suele casi siempre estar financiando por
capital israelí), parece evidente que si no son todos, existe un sector de la
población palestina (al menos la que vive en entornos familiares o sociales
cerrados o cercados por la religión musulmana) que viven la homofobia con
especial crudeza (igual que ocurre, en mayor o menor medida, en otros lugares
del mundo árabe en donde la religión persiste o actúa con mayor intensidad, que
está bien lejos de ser la totalidad, tal y como se nos presenta a veces), aunque
en sus orígenes Palestina se caracterizara por su tendencia al laicismo.
Sin
duda, la invasión y el miedo radicalizaron las posturas más extremistas en el
aspecto religioso y no solo hacia el colectivo LGTBQI, sino también hacía el
conjunto de las mujeres y hacía el tipo de relaciones menos tradicionales y
menos apegadas a la familia heteropatriarcal.
Hoy
por hoy nos llegan noticias de las grandes ciudades de Israel como ciudades
divididas, cegatas, como dividida y cegata está, en ocasiones, su población. También esquizofrénicas, entre
el machismo militarista y el belicismo juvenil y esa supuesta apertura a las ‘costumbres
occidentales’ que tan bien saben exportar. No obstante, algunos intelectuales
ya han definido su sociedad, a pesar de los indiscutibles avances legales, como
una sociedad jerárquica, racista y machista, aunque lo sea de forma más o menos
sutil y se hayan promulgado leyes sobre el laicismo.
En
esta paradoja es donde la población LGTBQI sometida a persecución en territorio
árabe puede buscar refugio en Israel, siendo allí también perseguida por ser ‘palestina’
o sea ‘parte del enemigo’ y ‘devuelta a su lugar de origen’ con nefastas
consecuencias, o encarcelada bajo graves acusaciones por el Estado terrorista
de Israel. En este panorama tan poco halagüeño, encontramos la esperanza de los
objetores de conciencia israelíes (también llamados ‘refuzniks’ o insumisos) y los ‘queers contra la guerra y el apartheid’. Unos y otras se niegan a hacer
el servicio militar obligatorio o se infiltran en las manifestaciones oficiales
diciendo que “sin paz y con fronteras no es posible la verdadera diversidad”.
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