Se
cumplen cien años de una de las escritoras más atípicas de la
historia de la literatura inglesa. Sin desdeñar la inmensa obra de
sus hermanas Charlotte y Agnes, también adelantadas a su tiempo,
Emily Brontë, rompió con un solo libro muchos de los cánones de la
novela victoriana situando su historia de amor en un conflicto
interclasista, en una situación cercana al “amour fou”,
reivindicado por los surrealistas y en un estilo de una belleza,
pasión y desesperación sin parangón en las novelas de su tiempo.
Considerada según los biógrafos (como el cineasta André Téchiné
que realizó una hermosa película sobre la difícil vida familiar)
como la “menos convencional” de las tres hermanas criadas bajo
techo parroquial y la más aliada a los elementos de la naturaleza y
alejada de la religión y los usos de la época la obra de Emily (su
única obra en prosa, al margen de su producción poética) sigue
siendo un libro perturbador, aunque se han hecho versiones
cinematográficas que casi lo han encasillado en el melodrama
romántico lejos de la ira, la ironía y la poderosa individualidad
que desprenden las páginas de la novela. En el hermoso filme de
Téchiné “Las hermanas Brontë” Emily es presentada como la más
“masculina”, “arrojada” e “intrépida” de las tres
hermanas, mientras Charlotte y Anne parecen mas ligadas a los rezos,
la abnegación y el retiro de una naturaleza agreste como el que la
escritora describe en “Cumbres borrascosas”, llevada al cine
entre otros por Luis Buñuel en su película mexicana “Abismos de
pasión”.
No
obstante, no podemos quitar valor literario a algunas de las grandes
novelas de sus hermanas a pesar de sus esquemas de “amor cortés”,
intrigas femeninas e historias de iniciación de corte dickensiano.
Tanto “Jane Eyre” de Charlotte como “Agnes Grey” de Anne son
historias de chicas huérfanas y sin posición que pasan de ser
institutrices a labrarse un futuro más prometedor en un mundo
patriarcal. Ambas contienen (como otras de sus novelas) apuntes
pre-feministas y descripciones nada complacientes de la condición de
la mujer sin recursos en la época y el lugar en el que vivieron.
Todas hacen apuntes sobre las costumbres y las normas “no escritas”
sobre la Inglaterra de la época. Las novelas de ambas contienen
mucha más conciencia social y alegato feminista que, por ejemplo, el
conjunto de la obra de Jane Austen -con sus matrimonios de
conveniencia- y no deja de ser un reflejo de su vida en los páramos
y en pequeñas estancias marcadas por privaciones y un reconocimiento
tardío. Elizabeth Gaskell (otra pionera en la novela femenina poco
convencional) en su “Biografía de Charlotte Brontë” describe
la crudeza y podredumbre del paisaje en el que crecieron las tres
hermanas, marcada por la enfermedad, la muerte, la beatería y la
exposición a un clima indómito. Todas ellas fueron prolíficas y
escritoras de calidad. No obstante la renovación formal debe esperar
al gran libro de Emily que se aparta de todos los cánones con
diferentes voces narrativas del momento con una construcción
dramática y estilística nada convencional así como una lejanía
por la búsqueda de sucesos agridulces o finales más o menos
felices.
Emily Brontë atrapa sin miedo la voz de un narrador
masculino que se adentra en los meandros de una historia de amor y
oscuridad que ocurrió en el pasado, incluyendo cartas escritas por
una heroína muerta y los recuerdos de un mozo de cuadra convertido
ahora en dueño de una grande pero desgastada mansión a merced del
viento y los intrusos. Luego pasa a una voz femenina adulta que narra
de forma detallada el discurrir de la historia desde la niñez de los
protagonistas a su posterior separación cuando Catherine es acogida
en “La Granja de los Tordos” y convertida en una señorita al
uso, que guarda un secreto fulgurante. Emily Brontë desafía los
esquemas de la buena sociedad de su tiempo a través de una historia
de amor y pasión “mas grande que la vida”, que sobrevive a
instituciones sacrosantas e impedimentos sociales considerados
incontestables. Poco antes de casarse con su elegante marido
Catherine afirma a su confidente y también narradora “Yo soy
Heatchliff” situando el amor por prohibido un gitano y mozo de
cuadra odiado por su entorno por encima de su amor más convencional
que la lleva al altar y anunciando así la sucesión de tormentas
interiores y exteriores con las que seguirá la narración en su
encuentro y desencuentro entre dos seres que son almas gemelas,
separados por aparatosas convenciones sociales pero incorporados en
un espacio irreal y potente que lleva la novela hasta el terreno de
lo gótico y la incorporación melancólica de una masculinidad
negada. Catherine ha incorporado a su ser el del alma gemela con la
que creció y conoció una adolescencia marcada por el infortunio y
no ha perdido la rebeldía que habita en su ser, una rebeldía que en
ocasiones dormita y en otras despierta con furia poco común en un
personaje femenino de la época.
La
novela, firmada al principio con seudónimo, fue recibida por la
crítica como una historia “sucia, blasfema y brutal” pero no
tardaron en revalorizarse sus potentes elementos literarios,
convirtiéndola hoy en el clásico por excelencia salido de unas
hermanas capaces de soñar otras vidas desde los páramos que
rodeaban a una parroquia familiar y buscando su reconocimiento como
escritoras en un tiempo en que no se consideraba la literatura una
profesión propia de mujeres. Emily Brontë fue la que llegó mas
lejos al no escatimar los detalles sórdidos, la mezcla del realismo
y la poesía surreal en una historia intemporal que sigue inspirando
nuevas creaciones a partir de sus páginas henchidas de amor,
desamor, muerte, pasiones y locura...
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