martes, 20 de octubre de 2015

CRÍTICA LITERARIA


MISHIMA, ¿GENIO O MUSCULOCA?

Por Eduador Nabal

 

Hoy día poca gente conoce bien la obra del gran escritor japonés Yukio Mishima porque su terrible leyenda ha ensombrecido una de las obras más brillantes, refinadas y estremecedoras del siglo XX, con sus inmensas contracciones, como las que vivió ese siglo y de las que bebemos ahora. El personaje y la persona de Mishima son una paradoja andante: de niño delicado fascinado, educado por su abuela en un entorno exquisito, fascinado por los cuerpos masculinos y convertido en guerrero musculoso deseoso de un Japón que ya no existía, feudal y belicoso, resentido con Occidente pero uno de los genios de las letras orientales más cercanos a la sensibilidad y la receptividad narrativa de la novela, el cuento e incluso, el teatro occidentales. Contando historias que van de la sordidez a la descripción incisiva de la clase alta del Japón, de la condición femenina, sin olvidar su autobiografía homoerótica y sus coqueteos con un ensayo provocador, cercano a ideas de una derecha militarista que reinventó para sí. Aún hoy sigue siendo un misterio la delicadeza de su prosa y la brutalidad o el absurdo heroico y mesiánico de algunas de sus declaraciones, así como su exhibicionismo masculinista.


Marcado por un origen noble pero algo decadente, por una relación paranoide con lo sagrado, por una infancia solitaria junto a su dominante abuela, una visión extraña del mundo que le rodea (el Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial que se pliega con habilidad pasmosa al capitalismo en versión occidental) y una tensión entre la necesidad de dar una imagen de héroe o guerrero y su vida y obra pioneras en algunos aspectos espinosos de la literatura gay del siglo XX como las relaciones intergeneracionales, las ideas más grandes que la vida, las prácticas sadomasoquistas o el culto al cuerpo como templo y a la vez como lugar del castigo final. Algunas de estas ideas como su nostalgia de un Japón imperial poblado de Samuráis a la antigua usanza sometidos a extrañas reglas le han llevado a ser considerado, un tanto a la ligera, como un derechista peligroso o un verdadero sociópata. De hecho Mishima llegó a congeniar más o menos con un grupo de revolucionarios de extrema izquierda en un momento de su vida, pero en la mente del escritor no estaba la transformación social sino las ínfulas imperiales y la autodestrucción. Ya que además Mishima creó y participó en algunas cédulas de carácter visionario no exentas de una parafernalia militarista entre irrisoria y temible, todo lo contrario de su prosa elegante y sensible que demuestra ser capaz, a pesar de sus exhortaciones imperiales, de comprender todas las llamadas “debilidades humanas”. Mishima tiene una obra ingente con obras maestras tempranas de la narrativa como las inolvidables El templo de oro o El marino que perdió la gracia del mar. Hoy día pocos discuten su talento a pesar de su temperamento que se hizo cada vez mas difícil y extremista, llegando al absurdo de suicidarse mediante rituales viejos delante de una cámara de televisión setentera.

Pronto, como otros escritores disidentes de las normas sociales o al menos acogidos a normas muy particulares, fue objeto de estudio de psicoanalistas aburridos o psiquiatras a la antigua usanza. La obra más respetuosa sobre el autor de Confesiones de una máscara (llena de resabios freudianos hoy algo molestos) sigue siendo el libro de Margarite Yourcenar Mishima o la visión del vacío, donde una marginada de las letras francesas con mayúsculas se acerca a la extraña sensibilidad de otro marginado de las altas letras japonesas, que estuvo a punto de ganar el Nobel pero perdió la batalla contra el demonio de un Japón misterioso, de una masculinidad fóbica, de unas tensiones sociales y personales que, a pesar de las aburridas aproximaciones clínicas (que han incluido a psiquiatras españoles neofranquistas), siguen siendo un misterio y un prodigio de la literatura en primera persona del siglo pasado. Un misterio sin resolver. A pesar de sus poses y declaraciones fascistoides hoy Mishima sigue siendo un enigma, porque habitó la paradoja antes de que estuviera bien visto y si no gusta (temáticamente) por muchas razones a lectores de izquierdas tampoco a los de derechas.

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