lunes, 1 de febrero de 2016

TEXTOS PARA LA NARRACIÓN ORAL

José Manuel Vigo (Galeo)
Los siguientes textos, El último machote y Amor higiénico-sexual, han sido escritos por el artista gaditano y miembro de cuerposperifericosenred, José Manuel Vigo (Galeo), como parte de una performance contra la homofobia en la que trabaja, y en la que se combinarán adaptaciones orales de textos canónigos de autores como Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma con otros escritos directamente para la narración oral, caso de estos que hoy publicamos.





El último machote

 

Había una vez que se era… un planeta que más que un planeta era una bañera. Un mundo espumoso como el champagne y ardiente como la electricidad. Un planeta que parecía diseñado para la fiesta y la ilusión. Su luna tenía forma de jugoso plátano y el sol era un resplandeciente champiñón. Era aquél un lugar que parecía destinado al amor sin fronteras, sin límites (sobre todo, tras los arbustos de los parques). Era aquél un lugar lleno de magia, donde todo el mundo combinaba de forma perfecta los colores, y la decoración era una sencilla forma de crear espacios destinados a la felicidad… ¡EL PLANETA MARICA!, cuyo origen era tan desconocido como el de la especie misma que lo habitaba. Simplemente, allí estaban, sin saber cómo ni por qué.

Pero… en un castillo lejano, rodeado por un foso inexpugnable vivía él, Masculino Singular. El último machote, el único que quedaba con deseos de una mujer de verdad, de senos, de caderas, rumba, mambo y cha cha chá… Mirar una rosa lo turbaba, mirar una camelia, lo masturbaba. Escupía en el suelo y lamentaba la triste suerte de ser diferente. Toda la vida reprimiendo sus verdaderos deseos y sentimientos en el más absoluto secreto. ¡Cómo gritar al mundo que él era hetero, si el mundo había perdido la memoria, de la que sólo quedaba el resto de sus dilapidados genes! Había un desgarro en su alma, un estigma en su sombra, un forúnculo en su… en su… voz, la más viril del planeta Marica. Una voz capaz de provocar desmayos inmediatos entre sus semejantes, porque él era él y sólo él: Masculino Singular.

¿De que servía tanta testosterona, si para él el destino no había elegido otra persona? Estaba tan sumamente triste, que un día la tristeza lo volvió todo negro. Un negro azulado chillón: el castillo se volvió negro, el foso negro, las ventanas y puertas, negras, la parabólica negra, el portero negro… Bueno, ese ya lo era antes, pero se le acentuó el matiz. Aquello no pegaba ni con cola con los diseños super cuquis del entorno, ni con la ropa super cuqui, ni con los anuncios cuquis. Los habitantes de aquel mundo empezaron a horrorizarse y, de este modo, a hacerse por primera vez preguntas existenciales, preguntas profundas y desgarradoras como: ¿de dónde ha salido la palabra cuqui? ¿qué significa realmente? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? ¿por qué el verde no combina con el rosa palo? ¿qué clase de monstruoso decorador ha diseñado un castillo negro tan redundante? ¿quién es más mono, Brad Pitt o Vigo Mortenssen?

La prensa rosa, que era el único color de la prensa en ese planeta, todo hay que decirlo, se hizo enseguida con la noticia y pronto todo el planeta pudo ver sin aliento la entrevista a ‘El Último Machote’. Aquel ser era absolutamente monstruoso, incapaz de girar con gracia las muñecas, poner boca de piñon, o marcar caderitas. No sabía ni bailar y siempre salía mal en los ‘selfies’ (lo cual era difícil, con lo buenorro que estaba). Decía buscar la compañía de una mujer. ¿Y eso qué diablos sería? Aunque cuando él la definió, hay que reconocerlo, todos se sintieron de algún modo identificados, como si resonaran en sus corazones las reminiscencias de una antigua especie, o de un arcaico origen, a pesar de que todos los maricas nacieran, como todo el mundo sabe, de una coliflor hermafrodita.
¿Sería aquella una inteligencia extraterrestre, un alienígena? Pero no. Todos concluyeron que no al escucharle hablar de un modo tan profundo y verdadero, como sólo un corazón humano puede hablar. Todos le creyeron cuando habló de caricias y besos en la intimidad, todos le comprendieron cuando habló de la soledad. Todo el planeta lloró… La entrevista fue todo un éxito en audiencia y al día siguiente no se hablaba de otra cosa, ni siquiera de moda.

Amor higiénico-sexual

 

Ahora estaba allí, con el delantal puesto, después de haber perdido su alta posición en el mundo de las finanzas o, dicho lacónicamente, en la puta calle.
Todo, absolutamente todo, estaba sucio, asqueroso. La grasa la ahogaba, en los muebles siempre quedaban cercos, la vida se extendía ante ella como un vasto suelo al que había que sacar brillo.
Por lo que respectaba a su vida sexual, podría resumirse con exactitud matemática: cero, cero (0,0). Su marido estaba siempre en comidas de trabajo: cenas de trabajo, almuerzos de trabajo, desayunos de trabajo… ¿Es que los hombres de negocio sólo trabajan a la hora de comer? Menos mal que al menos le quedaba el recurso de la fantasía. Solía soñar despierta, soñaba con un hombre cabalgando, largo pelo movido por el viento, largo y fuerte cuello, largo y…  puntos suspensivos… Ella lo miraba acercarse tendida sobre una roca, con las piernas abiertas (bueno, quiero decir, el corazón… abierto) y en el momento culminante, la campanilla del jodido microondas ¡CLING!
Fin del sueño.
Un día tomó una decisión radical, aquella desafortunada combinación de elementos no iban a acabar con ella, ya no iba a lamentarlo más. Si por las circunstancias le había tocado hacer ese trabajo, lo iba a hacer, y lo iba a hacer bien, iba a sacarle partido a su nueva situación. Después de todo, ella era toda una profesional. Y un día, en el ocaso, sosteniendo el plumero a mano alzada, hizo un solemne juramento (emulando a Scarlatta O’Hara en Lo que el viento se llevó. “¡A Dios pongo por testigo que esta casa nunca más estará sucia, aunque tenga que engañar, matar y robar. A Dios pongo por testigo que limpiaré hasta arrancar brillo de las alfombras, hasta que las hormigas se resbalen de las paredes”.
Así es como se adentró en el maravilloso mundo de la higiene doméstica. Empezó a sentir que el tacto de los platos enjabonados era sumamente excitante, que el olor de la ropa recién planchada tenía propiedades afrodisíacas. Descubrió el placer de acariciarse el cuerpo con sustancias biodegradables. Sí, ella había empezado a cambiar, había descubierto el erotismo de la pulcritud, había entrado en una nueva dimensión de su sexualidad, había encontrado una forma de consuelo limpia y eficaz. Totalmente aséptica, profiláctica y ansiolítica.
Continuaba teniendo fantasías, pero algo más depuradas y sofisticadas. Se imaginaba que hacía el amor sobre un suelo enjabonado con el mismísimo míster Propper (pero el auténtico, no el sucedáneo español Don Limpio, que no tenía ningún morbo), o que ‘ya’ era seducida por un hombre vestido de blanco con acento argentino llamado Ariel Ultra, que ‘ya’ la besaba apasionadamente sobre una montaña de sábanas ‘ya’ lavadas. O que echaba un polvo de aquí te pillo aquí te mato, con un canalla llamado Wipp Express.
El ingenuo marido veía como su mujer se volvía cada vez más extraña y más lejana, se daba cuenta de que sus manos no conseguían ya arrancar con su instrumento ninguna nota de placer, y que ella, además, hacía cosas muy… extravagantes, como por ejemplo pasarse encerrada horas limpiando la cocina, desde donde se oían desconcertantes suspiros de placer. Empezó a espiarla sin pudor, y cuál sería su sorpresa al descubrirla masturbándose mientras esnifaba limpiacristales. Ahora lo sabía, en realidad era muy simple, no se trataba de una infidelidad, al menos de una infidelidad carnal, simplemente era que su mujer se había vuelto… (Y esto le causaba cierto pavor pensarlo) Se había vuelto… vuelto… “HIGIÉNICO-SEXUAL”. En fin, una nueva forma de sexualidad había nacido dentro de su matrimonio. En realidad daba igual, él la seguía amando con su impoluto corazón.
Había que iniciar un elaborado plan para recuperar su atención y su erotismo. Preparó una sorpresa, una noche le invitó a salir, más tarde una cena íntima, mientras ella fregaba los platos, él apareció desnudo en la puerta de la cocina, perfumado a conciencia con insecticida ZZ-Paff, portando una enorme cesta con un lazo rojo que contenía fragantes productos del hogar. En una cinta de cassette había grabado las bandas sonoras de los anuncios televisivos sobre los productos de limpieza con más éxito del mercado. Se acercó a ella empuñando un tarro de Wizzard olor a rosas y le pulverizó todo el cuerpo y la cara, dejándole los ojos muy irritados. ¡PSSSSS! Pero ella quedó gratamente sorprendida y cayó en un profundo éxtasis, momento que aprovechó él para apretar el botón de play y besarla apasionadamente mientras se escuchaba de fondo la canción “Norit lava lanas, Norit lava lanas, y tus prendas delicadas te las deja como nuevas, ni encogidas ni arrugadas, Norit lava lanas”.
Ya no podían parar, era como un terremoto. Después lo hicieron sobre la lavadora en marcha, durante el centrifugado, y él frotó suavemente las piernas de ella con Fairy, ella derramó sobre él puñados de Colón ¡Chas, Chas! Lo hicieron con el frigorífico abierto y el frigorífico cerrado, con el atronador sonido del extractor y el silencio hipnótico del horno pirolítico. Pero lo más morboso de todo, y lo que más le excitaba, era el pensamiento que se debatía en su cabeza entre el placer y la razón: tener que limpiar todo ese embrollo al día siguiente, o si no, prácticamente de inmediato si el coito no la dejaba lo suficientemente satisfecha y exhausta.
Después de años de distanciamiento, por fin eran felices de nuevo. Y mientras la miraba, él pronunció una fórmula mágica: “Cariño, a Dios pongo por testigo que esta casa nunca más estará sucia, mientras nuestro amor sea higiénico, aséptico, profiláctico, pirolítico y ansiolítico”…

 


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