Cuando
uno oye que determinado producto (en este caso cultural) incita a los niños a
ser gays le viene una amarga sonrisa por la cantidad de poderosos e
invisibilizados dispositivos que siguen incitando a los niños y las niñas a
abrazar la heterosexualidad obligatoria en todos los ámbitos. Hungría se ha
sumado al horror y el patetismo de Rusia al prohibir el musical “Billy Elliot”
porque incita a los pequeños “a ser gays”. La historia de Billy Elliot es la
historia de un adolescente heterosexual que por su afición al ballet debe
enfrentarse a los prejuicios cavernícolas de algunas de las gentes que les
rodean. Su empuje y el apoyo de otros lograrán que Billy Elliot a pesar del
provincianismo mental que flota en su entorno se convierta en un gran bailarín.
La historia toca de refilón la vivencia de la homofobia y el machismo cuando
determinadas actividades o profesiones son consideradas propias de un sexo u otro. Todo acompañado de números de baile
en que vemos el espectacular progreso del joven protagonista. Las autoridades o
quién sea en Hungría que ha llegado a la feroz posición censora nos hace temer
el avance de la extrema derecha y sus manifestaciones sociopatológicas por
parte de gobiernos de algunos países del
norte de Europa, en este caso Hungría.
Una sombra de racismo, sexismo y
homofobia que recorre la Europa de los poderosos y que se extiende hasta la
homófoba Rusia de Putin con sus ridículas leyes contra la propaganda homosexual
y su policía del odio que ha convertido la zona en un lugar nada seguro para el
colectivo LGTB llamado al silencio, el miedo y la invisibilidad. No debe quedar rastro de
nostalgia a la hora de condenar la homofobia en Rusia, los asesinatos
selectivos, la dictadura silenciada, porque eso es servir en bandeja el poder
coercitivo a países de extrema derecha. Durante mucho tiempo el movimiento LGTB
ha hecho suya la frase de Emma Goldman “Si no puedo bailar, esta no es mi
revolución” para llamar la atención de un sector de la izquierda algo cegata a
los males del fetichismo revolucionario construido como impermeable y
masculinista. Todo esto va cambiando y las luchas van de la mano de forma
interseccional como han mostrado filmes como “Pride” de Andrew Marcus sobre la
unión de los mineros y los activistas LGTB contra el thatcherismo y sus
miserias.
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