Solo el fin del mundo.
Gritos sin susurros
Por Eduardo Nabal
Dolan apunta demasiado alto en esta adaptación de
la obra de Jean-Luc Lagarde Just le fin
du monde y fracasa en su punto central, acertando solo en algunos aspectos
tangenciales y enfrentándose a su primer bajón tras las impetuosas y brillantes
Mommy y Tom a la ferme.
El retrato de su personaje masculino gravemente
enfermo y atormentado por el pasado naufraga cuando debía haber sido el soporte de
un relato familiar desgarrado e introspectivo, lleno de fantasmas, rivalidades,
nostalgia, rencor, vacíos y ausencias. Algunos lo recibimos con recelo en sus
tres primeros largometrajes por la descompensación entre las grandes
pretensiones y sus verdaderos resultados, por su autocomplacencia autobiográfica
que, no obstante, se ve superada por la brillantez y la audacia que transmite,
por ejemplo, Mommy, su mejor película
hasta la fecha.
Pero aquí el
todavía llamado ‘enfant terrible’ o ‘niño prodigio’ del cine canadiense,
etiquetas llenas de envidia y paternalismo machista, parece paralizado por un
respeto improductivo no solo hacía la obra de teatro en la que se basa, sino también
por la veneración hacía un reparto y
unas interpretaciones que llegan a superarle como realizador, si exceptuamos a
un Gaspar Uliell, más desubicado y desafinado que nunca, quien, lejos de servir
de mirada o prisma sobre el resto de los personajes, los banaliza y hasta neutraliza
con su anodina falta de intensidad.
Con todo y a pesar de su división escénica algo
irritante, de sus personajes de una pieza, de sus pretensiones y de su banda
sonora imposible, podemos apreciar ramalazos de buen cine en algunos momentos
en los que el joven Dolan deja evolucionar a sus intérpretes en los espacios
sin muchos aspavientos, como los enfrentamientos principales entre Louis y su
hermana, su madre y su hermano mayor en una intimidad meticulosamente
fotografiada que quiere pero no puede adquirir el sabor del ‘cine europeo’.
En su favor debemos decir que de nuevo el
realizador de Quebec se atreve con situaciones violentas y espinosas, con
metáforas que pueden disgustar o gustar, con mezclas que pueden estallarle en
pleno rostro y sabe hurgar en los sentimientos turbadores que transmiten
algunos de sus personajes, pero no en otros, quedando un relato artificial y
descompensado, lleno de lagunas, artísticamente pantanoso y narrativamente
empantanado. Esto no quita para que reconozcamos que este joven (cuya figura no
podría haberse producido en la casi inexistente y armarizada industria
cinematográfica española de nuestros días) siga siendo objeto de nuestro mayor
interés y atención, tras la fuerza demostrada en sus dos anteriores trabajos y
que incluso en este, uno de sus trabajos más endebles y artificiosos, sabe
arañar al espectador con la piel herida de sus criaturas, aunque tanto el drama
como la comedia negra, en esta ocasión, le desborden o se queden congeladas en
un celuloide algo trillado y poco imaginativo.
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