lunes, 30 de enero de 2017

DOLAN PATINA EN SU ÚLTIMO ESTRENO

Solo el fin del mundo.  

Gritos sin susurros

 

Por Eduardo Nabal



Dolan apunta demasiado alto en esta adaptación de la obra de Jean-Luc Lagarde Just le fin du monde y fracasa en su punto central, acertando solo en algunos aspectos tangenciales y enfrentándose a su primer bajón tras las impetuosas y brillantes Mommy y Tom a la ferme.
El retrato de su personaje masculino gravemente enfermo y atormentado por el pasado  naufraga cuando debía haber sido el soporte de un relato familiar desgarrado e introspectivo, lleno de fantasmas, rivalidades, nostalgia, rencor, vacíos y ausencias. Algunos lo recibimos con recelo en sus tres primeros largometrajes por la descompensación entre las grandes pretensiones y sus verdaderos resultados, por su autocomplacencia autobiográfica que, no obstante, se ve superada por la brillantez y la audacia que transmite, por ejemplo, Mommy, su mejor película hasta la fecha.
 Pero aquí el todavía llamado ‘enfant terrible’ o ‘niño prodigio’ del cine canadiense, etiquetas llenas de envidia y paternalismo machista, parece paralizado por un respeto improductivo no solo hacía la obra de teatro en la que se basa, sino también por la veneración  hacía un reparto y unas interpretaciones que llegan a superarle como realizador, si exceptuamos a un Gaspar Uliell, más desubicado y desafinado que nunca, quien, lejos de servir de mirada o prisma sobre el resto de los personajes, los banaliza y hasta neutraliza con su anodina falta de intensidad.
Con todo y a pesar de su división escénica algo irritante, de sus personajes de una pieza, de sus pretensiones y de su banda sonora imposible, podemos apreciar ramalazos de buen cine en algunos momentos en los que el joven Dolan deja evolucionar a sus intérpretes en los espacios sin muchos aspavientos, como los enfrentamientos principales entre Louis y su hermana, su madre y su hermano mayor en una intimidad meticulosamente fotografiada que quiere pero no puede adquirir el sabor del ‘cine europeo’.
En su favor debemos decir que de nuevo el realizador de Quebec se atreve con situaciones violentas y espinosas, con metáforas que pueden disgustar o gustar, con mezclas que pueden estallarle en pleno rostro y sabe hurgar en los sentimientos turbadores que transmiten algunos de sus personajes, pero no en otros, quedando un relato artificial y descompensado, lleno de lagunas, artísticamente pantanoso y narrativamente empantanado. Esto no quita para que reconozcamos que este joven (cuya figura no podría haberse producido en la casi inexistente y armarizada industria cinematográfica española de nuestros días) siga siendo objeto de nuestro mayor interés y atención, tras la fuerza demostrada en sus dos anteriores trabajos y que incluso en este, uno de sus trabajos más endebles y artificiosos, sabe arañar al espectador con la piel herida de sus criaturas, aunque tanto el drama como la comedia negra, en esta ocasión, le desborden o se queden congeladas en un celuloide algo trillado y poco imaginativo.
 
 

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