Desapolillando la lectura de
La Muerte en Venecia
Por José García
Algunos discípulos de Heidegger y exponentes de
lo que se dio en llamar la Estética de la Recepción, como Gadamer, ya advertían
sobre las limitaciones del análisis puramente formalista de la creación
literaria y consideraban esta como un hecho inacabado en tanto que no haya sido
recepcionada por un sujeto lector. En este punto, la historicidad supone un
condicionante para el estudio del texto literario, pues el lector o la lectora
se verán condicionados por su contexto histórico, lo que repercutirá en la
recepción de la obra y su interpretación de la misma. Partiendo, pues, de este
presupuesto, qué lectura puede hacerse, más de un siglo después de su
publicación, de la novela del escritor alemán Thomas Mann La Muerte en Venecia, la cual, sobre todo a partir de la versión
cinematográfica que Luchino Visconti acometiera en 1971, ha cosechado una
combinación de aplausos de la crítica con la necesidad exacerbada de difuminar
las pulsiones homoeróticas presentes en ambas obras (la novela y la película), bajo
el argumento implícito de que lo contrario supondría una banalización del
producto artístico. ¿Y por qué utilizar el amor homosexual como paradigma de
una preocupación estética y existencial del artista ha de presuponer una
degradación de su dimensión trascendente y su “carácter universal”?
Ciertamente, en plena era posmoderna, en el que
todo ideal canónico de belleza ha muerto, me parece ya muy secundario el
análisis formalista de La Muerte en
Venecia, uno de los grandes hitos narrativos de un autor expresionista que
nos ofrece una breve pero intensa pieza narrativa que es un tributo a lo
sensorial, a la eufonía del lenguaje, al rechazo del mundo burgués a través de
un escapismo de corte aristocrático y decadente. Al fin y al cabo, se trata de
una obra literaria que recoge las formas expresivas de lo que España se dio en
llamar Modernismo, en Francia Art Nouveau
y en el país natal de Mann y del movimiento expresionista, Jungenstil. En cierta medida, su
protagonista, el también escritor Gustav Aschenbach, nos recuerda mucho a
nuestro valleinclaniano y algo patético marqués de Bradomín.
Por otro lado, parte de la crítica afirma que
Visconti ‘amariconó’ demasiado la versión cinematográfica de este amor
platónico de un viejo artista por un adolescente que veranea en su mismo hotel
de Venecia. Eso me parece una mala interpretación incluso desde una óptica
puramente formalista. Visconti se ve en la tesitura de traducir la explosión
erótica y sensorial de la prosa de Mann a un discurso netamente audiovisual,
con todos sus condicionantes. Así, introduce recursos narrativos que no
existían en la novela, donde predomina el monólogo interior, de difícil
traslación al cine y que Visconti sustituye por una serie de flash-backs en el que el protagonista
discute con un tercer actor sobre sus preocupaciones acerca de la belleza, o
bien reemplaza el musical lirismo de la escritura de Mann por fragmentos de las
sinfonías tercera y quinta de Gustav Mahler, compositor a quien otra parte de
la crítica relaciona con el personaje creado por Thomas Mann y al que,
seguramente de manera no casual, Visconti cambia en la película su vocación
artística de escritor a músico. Pero el eros, un eros que adquiere materialidad
y se consigna culturalmente en la pasión de un hombre mayor por un muchacho, ya era completamente nítido y
evidente en la novela de Mann.
Por citar algún ejemplo de todo lo que venimos
planteando, el crítico Santiago Martín Arnedo, en su artículo El drama sensual en ‘La Muerte en Venecia’
de Thomas Mann, afirma que “este
novelista nos ofrece una trama tan breve como fascinante. Más el contenido
literal no agota en absoluto su exquisitez. Hasta el punto de que una
interpretación exclusivamente homoerótica podría llegar a ser totalmente
irrelevante”. ¿Por qué “el contenido literal”, es decir, la pasión de
Aschenbach por el adolescente polaco Tadzio, habría de agotar “la exquisitez”
de la obra? ¿Sería, pues, necesario subrayar también que “una interpretación
exclusivamente heteroerótica” de Las Sonatas
de Valle-Inclán resultaría totalmente irrelevante para recepcionar la novela? ¿Qué
inconfesado prejuicio se esconde detrás de este tipo de afirmaciones?
De hecho, mucho antes que la
Estética de la Recepción, la crítica marxista, entre la que quizás podríamos destacar
a Luckás, ya denunció las insuficiencias del Formalismo y recalca la necesidad
de aportar un tratamiento sociológico al análisis del hecho literario, lo que
convergerá con las posiciones de las teorías semióticas, de manera que entiende
la obra literaria como creación estética y hecho sociológico, producto de una
determinada ideología. De este manera, la novela se concibe como un reflejo de
la realidad social y contextual. ¿Y cuál era esa realidad y ese contexto en el
momento de la escritura de La Muerte en
Venecia?
La novela de Mann se sitúa en
los últimos momentos de ese primer movimiento de liberación homosexual que
rodea al juicio contra Oscar Wilde, en Reino Unido, y los planteamientos de
Ulrichs y los uranistas, en Alemania, un movimiento entonces de corte burgués,
blanco, masculino y cisexual que poco tendrá que ver con el carácter popular
que la lucha LGTB va adquiriendo a lo largo del siglo XX, principalmente en las
primeras décadas post-Stonewall. De hecho, Mann, cuyos biógrafos se han afanado
en extender un hecho en sí mismo inconstatable, como el de si mantuvo sus
deseos homoeróticos en el plano puramente platónico durante toda su vida o los
realizó alguna vez, trabajó intensamente durante la República de Weimar por la
despenalización de la homosexualidad, a pesar de su matrimonio y de los hijos
habidos de él.
Es decir, la historia de La Muerte en Venecia no podía ser
contada de otra manera en aquel momento, aquel contexto político y por un
hombre de la posición aristocrática de Mann, que llegó a obtener el Nobel de
Literatura. No podía ser contado sin ese aluvión de angustia tormentosa que
sacude la novela. Una conmoción interna que queda confirmada con las extensas
citas al Fedón, de Platón, y que
Visconti excluye de la versión cinematográfica. Mann se refiere a la recreación
platónica de los últimos días de Sócrates y transcribe parte de la obra:
Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que este es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío?
Naturalmente, muchos de los
grandes intérpretes de Platón recalcarían que lo único deducible en su obra es
que Sócrates mantendría con sus discípulos una relación basada en el Eros Uranio, amor del alma, mientras que la
homosexualidad se circunscribiría siempre al Eros Pandemo, amor del cuerpo, puramente carnal, negado de toda
posibilidad de transcendencia. ¿Sería entonces esto una nueva referencia histórica
a “la reducción al cuerpo” como principio de sujeción de “el homosexual”?
Para ser honesto, no toda la
crítica de La Muerte en Venecia es
tan rematadamente heterocentrada. Así Margo Glantz, en Thomas Mann: el problema del artista frente a la vida (De los
Buddenbrook al Dr. Fausto), cuando explica la relación de Mahler con la
obra, cita al propio Mann: “…no solo di a mi héroe, convertido en víctima de un
desorden orgiástico, el nombre del gran músico, sino que también le puse en
cierto modo la máscara de Mahler al describir su aspecto exterior, Quise
asegurarme al mismo tiempo de que, dentro de un contexto general tan disoluto y
disimulado, no llegaría a producirse identificación alguna por parte del
público lector”. Para puntualizar Glantz a continuación: “La novela fue
publicada en 1912 y Mahler murió en 1911, época en la que Mann escribía el
libro. Otro de los artistas evocados es August von Platen y sus amores
uranistas; aunque también sea obvia la relación que la novela tiene en algunos
pasajes con el propio Mann”.
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