“Wonderstruck” la última apuesta del
realizador Todd Haynes tras el éxito de la hermosa y algo fría “Carol”, elegante
adaptación de la novela de Patricia Highsmith sobre el amor clandestino entre
dos mujeres en la Norteamérica de los años cincuenta, prosigue con su
implacable deconstrucción de los códigos estéticos del cine clásico y moderno
con una hermosa y algo “naif” fábula sobre las vidas paralelas de un niño y una
niña en dos épocas diferentes, equidistantes, dos seres poco convencionales que siguen dos senderos
misteriosamente unidos por la huida y la pérdida y la lucha contra un lenguaje
impuesto y un hogar perdido en busca de nuevos modelos a reencontrar. El filme
tras una primera parte harto arriesgada, un verdadero ejercicio de estilo sin
precedentes en el cine contemporáneo destinado al gran público, que bebe de
otros filmes de su director, del cine retro, del cine mudo, del cine queer y
del cine juvenil, y del expresionismo…se decanta por una fábula social más o
menos amable con un canto final algo forzado con su canto a los “family values”. Una parte
final, progresivamente reblandecida, que echa a perder la radicalidad de algunas de
sus valientes propuestas iniciales, propuestas que se quedan
más en el plano formal que en el plano sociopolítico por el que parece
discurrir, en algunos momentos, esta poco convencional fábula, original historia sobre
orfandades extrañas, huidas imprecisas y soledades buscadas, suplantaciones de
identidad, infancias diferentes y pérdidas de la inocencia, contrastes visuales
y juegos entre la ficción y la realidad, el cine y la palabra, el museo y la vida, homenaje al cine y sus imposibilidades.
Podemos rastrear elementos de sus
primeros filmes, con su agresividad naif, su reivindicación de lo subversivo y
la cultura popular, también la sofisticación en la recreación de épocas pasadas
y cines del pasado de sus grandes obras (“Far from heaven”, “I’m not there” o
la propia “Carol”; siempre con incisivos apuntes sobre las fuerzas sociales
totalitarias y los ensueños de una "tierra que nunca fue") pero “Wonderstruck” se acaba decantando por la “caja de música”
llamativa, original, poco convencional pero en el fondo no demasiado perturbadora
y sin llegar nunca a esa subversión icónica hacia la que apuntan algunos
elementos del arranque del filme como son la tensa relación de Ben con su madre
o de la joven Kate con la suya y con ese mundo adulto y lleno de normas
absurdas y elementos que los pequeños no quieren o no pueden decodificar. De ahí que el cine mudo,
la mudez real o simbólica, la llegada del cine el sonoro y el aprendizaje de un
nuevo lenguaje (como el que el chaval negro enseña al protagonista) sean
elementos interesantes que el realizador no se atreve a llevar hasta sus
últimas consecuencias decantándose por el cuento de hadas de aire navideño,
convencional y finalmente hollywoodiense. Un
contrastado blanco y negro y un a la vez refinado y granuloso o sensual color
acompañan al periplo con algo de Lewis Carroll, algo de Dickens y algo de los
clásicos de la literatura norteamericana sobre la orfandad, el desarraigo
callejero, el racismo y la pobreza, todo ello estropeado precisamente por esa
caja de risueños dulces que da título al filme convierte a esa biblioteca subversiva en un acomodaticio
portal de belén, en un museo polvoriento de buenos sentimientos donde el hijo pródigo y la indómita
Dorita/Alicia regresan al buen camino de baldosas amarillas.
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