"El capitalismo globalizador permite payasos, pero no ilusionistas como Federico Fellini o Jean Cocteau"
Por Eduardo Nabal
Tras
doctorarse en Historia en la Universidad de Valencia, ha ejercido como
profesora Titular de Historia del Arte y del Cine. Ha sido Consellera de Cultura
del gobierno valenciano (1993-1995) y miembro del Consejo de Administración de
RTVV. A lo largo de su trayectoria, compagina la docencia y la investigación
con la creación literaria. Acaba de publicar su último ensayo de cine, Cocteau, el gran ilusionista (Ediciones Shangri-la, 2017), un libro sobre la vida y la obra del polifacético artista frances.
EDUARDO
NABAL.- Hola Pilar. Como siempre encantados y encantadas de adentrarnos en un
mundo fascinante de mano de una autora fascinante. Hace poco fue Villaronga y
ahora un clásico que conserva una extraña atemporalidad como es el francés Jean
Cocteau. ¿Tú eliges los cineastas o artistas a los que te aproximas, o de algún
modo ellos y ellas, te eligen a ti?
PILAR
PEDRAZA.- Generalmente me eligen ellos. Me miran y, haciéndome una seña, me
captan y ya no puedo escapar. No, en serio, tengo una especie de afinidad con
ciertos temas y estilos, lo que suele concordar con los talentos y la sensibilidad
de los creadores. Cat people, de
Tourneur, por ejemplo, fue un pequeño juguete con el que fui feliz; pero el
mejor de todos ha sido siempre para mí el Fellini
de editorial Cátedra, que escribí mano a mano con mi marido, Juan López Gandía.
A mí Fellini me llamó la atención por primera vez cuando yo llevaba aun
calcetines cortos, y ahora descansa en paz en mi Panteón de Genios, junto con
el ilusionista Cocteau y la escritora Colette.
E.N.-
¿Con qué Cocteau te quedas? O para no separar al ilusionista de sus facetas, ¿a
cuál descubriste primero y crees conocer mejor? ¿al escritor, al pintor, al
cineasta o, aun así, no los puedes separar?
P.P.-
Es difícil separarlos. Incluso me gustaría tener una de sus joyas. No cabe duda
de que el Cocteau más sobresaliente es el cineasta y escritor; en cualquier
caso, es un autor dotado de gran poder de creación en todos los terrenos, un
poeta en la máxima extensión de la palabra, clásico y vanguardista,
generalmente incomprendido porque su arte es extremo, sin concesiones, salvo La Bella y la Bestia, que es su obra más
conocida. Es también un autor dramático de gran inspiración y modernidad.
E.N.-
La ‘nouvelle vague’ arremetió contra el cine francés ‘de qualité’ precedente, pero salvó de la hoguera a
nombres como Cocteau, Franju, Becker o Max Oplush. ¿Crees que las nuevas
generaciones pueden aproximarse con la misma pasión a Cocteau, o el panorama
cultural ha cambiado demasiado para un artista total, en la concepción en la
que el mismo llegó a entenderse?
P.P.-
Esos tiempos no volverán. El capitalismo globalizador no va a permitirlo.
Permite payasos, no ilusionistas como Fellini o Cocteau, o al menos hace lo
posible por llenar el mundo de marionetas aullantes que nos impiden oír los
latidos de nuestro corazón o seguir los ensueños y compartirlos. ¡Qué deseable
sería que una ‘nouvelle vague’ o una vanguardia radical optara por detener esta
marcha hacia el pantano del post-humanismo!
E.N.-
Hoy día La sangre de un poeta es
considerada pionera en eso que se ha llamado, para bien o para mal, cine gay o
cine ‘queer’. En su momento la plana oficial del surrealismo lo miró por encima
del hombro mientras aplaudían las audacias de Buñuel y Dalí. ¿Esto es
totalmente cierto, o forma parte de la leyenda?
P.P.-
En parte, es cierto. Cocteau era homosexual y nunca lo ocultó, cosa que ponía
bastante nerviosos a sus compañeros vanguardistas y comunistas. Con la cúpula
del surrealismo se llevó fatal, sobre todo con André Breton, por diversas
razones, pero tenía amigos surrealistas íntimos como Buñuel, cuya amistad duró
toda la vida. Sus relaciones con sus parejas, como Jean Marais o Edouard
Dermith (su hijo adoptivo), tendieron a ser fructíferas y positivas para ambas
partes y triunfaron sobre el puritanismo y la malevolencia de la sociedad francesa
de derechas y de izquierdas. La sangre de
un poeta no es cine ‘queer’ en el sentido en que lo son algunas películas
de, por ejemplo, Kenneth Anger. Es una película con claras y bastante
explícitas referencias sexuales, pero interpela a toda la sala con un problema
universal: el de la gloria y el poeta.
E.N.-Hay
películas que sorprenden por su modernidad como La belle et la bête, o la adaptación que hizo Melville de Les enfants terribles. Otras, como El
testamento de Orfeo, parecen hechas más para incondicionales del artista
francés. ¿Te cuentas entre las incondicionales o Cocteau, en algunas de sus
obras puede llegar a ser, “mucho Cocteau”?
P.P.-
No veo clara esa distinción. Todo forma parte de un mundo muy compactado. El Testamento de Orfeo forma parte de
una obra total, en la que resuenan otras del autor. Cierto que si no te
interesa Cocteau, salvo para pasar el rato con La Bella y la Bestia, puedes prescindir de ella, y de otras muchas
cosas, pero tú te lo pierdes. Una servidora es de las que nunca dirían que una
obra de Leonardo da Vinci es demasiado leonardesca.
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