sábado, 2 de septiembre de 2017

ENTREVISTA "EL ARMARIO DE ACERO" EDITORIAL DOS BIGOTES


 
  

 

Entrevista Completa a Gonzalo Izquierdo y Alberto Torres

          sobre la compilación "El armario de acero" (Amores clandestinos en la Rusia Actual). Editorial Dos Bigotes

 
 
 Por Eduardo Nabal

 

 

 Los dos jóvenes compiladores de la antología de prosa y poesía El armario de acero. Amores clandestinos en la Rusia Actual, un libro hermoso y desafiante que ha visto la luz de la mano de la nueva editorial Dos Bigotes. Nos hablan de la gestación de todo un acontecimiento literario.

 

 

 

-¿Cómo surgió el proyecto y, sobre todo, cómo fue posible reunir a todos los poetas y cuentistas que dan esa voz polifónica a El armario de acero. Amores clandestinos en la Rusia actual?

 
El proyecto de El armario de acero surge de la curiosidad por saber cómo abordaban los escritores rusos contemporáneos la temática LGTBI, de qué manera se acercaban a una realidad que estaba siendo oprimida por parte de la maquinaria del Estado.
Para ello, nos pusimos en contacto con el poeta, crítico literario y activista Dmitry Kuzmin, al que le pedimos que nos dijese cuáles eran los autores más representativos de la escena literaria rusa gay y lésbica. Kuzmin, que desde el primer momento se volcó de manera desinteresada en el proyecto, nos pasó una primera selección de textos. Nuestra primera misión fue buscar un traductor que nos hiciese informes de lectura de cada uno de los manuscritos y entonces encontramos a Pedro Javier Ruiz Zamora, que se ha encargado de traducir los relatos y poemas de El armario de acero respetando la belleza y fuerza del original ruso.Para nosotros ha sido todo un descubrimiento hallar un grupo de autores y autoras que no solo tienen mucho que contar sino que lo hacen exprimiendo al máximo las posibilidades expresivas del lenguaje. En definitiva, estamos muy orgullosos de poder ayudar a difundir un conjunto de voces que nos ofrece una mirada diversa y muy personal de esa Rusia donde la LGTBfobia campa a sus anchas.

 

 

-El libro es importante y mas que oportuno pero la mayoría de las voces son anteriores al régimen represivo y asesino de Putin. ¿Cómo creéis que se encuentra la literatura LGTB Rusa ahora?

 
Aunque parte de los textos son anteriores al régimen de Putin, los escritores de El armario de acero siguen en activo, ya sea dentro o fuera de las fronteras de Rusia. No tenemos información actualizada sobre cada uno de ellos, pero sí te podemos contar, como botón de muestra, dos casos que nos ha relatado Margarita Meklina, autora de dos de los relatos de la antología. Hace unas semanas, la escritora (que vive exiliada en California) se puso en contacto con nosotros para contarnos dos sucesos bastante representativos de la situación de la literatura LGTBI en Rusia un año después de la promulgación de la ley.
El primero se refiere a la censura de una pieza de teatro infantil, El alma de una almohada, que fue cancelada en Moscú debido a que contenía elementos de “propaganda homosexual”. Desde el ministerio de Cultura se afirmó que el gobierno no iba a apoyar obras que no estuvieran “basadas en los valores tradicionales rusos”. El segundo, la paralización de la distribución de la antología I am in Lisbon. With Somebody Else, que no ha podido ver la luz debido a que contenía elementos propagandísticos y pornográficos.
 
 
-Putin es uno de los pocos presidentes sanguinarios que siguen haciendo buenas migas con algunos países de Europa (sobre todo a raíz de las “Olimpiadas de la vergüenza”)? ¿Veis un cambio posible o solo necesario?
 
Es evidente que las relaciones entre la Rusia de Vladimir Putin y el resto de Europa están condicionadas por una serie de factores (políticos, económicos, militares, etc.) que se acaban imponiendo a los derechos de colectivos “minoritarios” como el formado por gays, lesbianas, bisexuales y transexuales.
Dentro de esta lógica marcada por las estrategias macropolíticas, hay cabida para la indignación y la protesta pública pero siempre dentro de unos límites. Los Juegos Olímpicos de Sochi fueron un buen ejemplo de ello: al final, la condena a las leyes contra la “propaganda homosexual” se resumieron en unos cuantos gestos simbólicos que, aunque oportunos, no dejaron de ser poco “efectivos” ya que casi nada ha cambiado en Rusia en lo referente al respeto de los derechos LGTB. Por lo tanto, el cambio es necesario y creemos que será posible en la medida en que las leyes tienen fecha de caducidad.

 

 

-En el libro hay gays, lesbianas y trans. Esta bastante equilibrado. Es un grito de amor y sabiduría. Pero también un grito de guerra contra la intolerancia o el heterosexismo. ¿Me imagino que son todos los que están pero no están tod@s los que son o fueron?

 

 
 
En el libro hay gays, lesbianas y trans. Esta bastante equilibrado. Es un grito de amor y sabiduría. Pero también un grito de guerra contra la intolerancia o el heterosexismo. ¿Me imagino que son todos los que están pero no están tod@s los que son o fueron?
Efectivamente, El armario de acero es una muestra representativa de la literatura rusa contemporánea de temática LGTBI, pero existen otros autores y autoras que no hemos podido incluir en esta edición y que nos encantaría publicar en un futuro. Es el caso, por ejemplo, de Margarita Geide, cuyos terribles textos, en los que toca el tema de las convenciones de género, surge otra idea: la xenofobia y el amor son incompatibles. Es muy gratificante poder descubrir a escritores tan comprometidos que cuestionan los preceptos falocentristas y que nos sorprenden con su manera de abordar los sentimientos y las relaciones.
Como explica Dmitry Kuzmin en el prólogo, los autores de esta antología pertenecen a distintas generaciones y cada uno posee una visión particular de la cultura LGTBI y de cómo el poder persigue a las minorías. Desde la sátira de Vadim Kalinin hasta la disección del mal que traza en sus versos Sergei Finogin, que con 24 años es el más joven de los integrantes de El armario de acero. La literatura rusa LGTBI que surgió tras la caída de la URSS incluye otros nombres como Alekséi Purin, Alekséi Ilyanen, Dmitry Aleksandrovich Prigov, Faina Grimberg o Lidia Yusupova, que cogieron el testigo de autores tan importantes como Mijaíl Kuzmin y Yevgeny Jaritónov.

 

 

 

-Llama la atención el poema de Berltold Bretch, uno de los más violentos de una colección de textos que van desde el lirismo intimista hasta el desgarro más pesimista. Supongo que todo esto está relacionado con la evolución social de Rusia como país, zona o región de regiones y también con la influencia (indirecta o no) con la literatura LGTB de otros países?

 
En efecto, la historia de la literatura rusa de temática LGTBI refleja la evolución social y política del país. Los primeros testimonios datan de principios del siglo XX, con figuras como Mijáil Kuzmin, que en su novela corta Alas sugería de una manera explícita el amor entre un hombre y un joven, Sofía Parnok, la primera poetisa rusa lesbiana, o Marina Tsvietaieva, cuyo romance con Parnok sirvió de base para su ciclo de poemas Amiga.
La llegada de Stalin y la criminalización de las relaciones homosexuales provocaron el nacimiento de una literatura rusa clandestina. Ya en los años 70, la literatura rusa gay vivió un renacimiento, apoyada en Yevgeny Jaritónov, interesado en los conflictos del alma, la soledad y el anhelo del amor.
Con la caída de la URSS, se detuvieron las persecuciones legales a los gais y se levantó la censura sobre la homosexualidad. Surgieron distintos autores que trataron de continuar la línea de Kuzmin y Jaritónov, como Alekséi Purin y Alekséi Ilyanen. En los 90, se dio un paso importante en la normalización de la literatura LGTBI con la aparición de Dmtry Prigov, Nikolay Kononov o Lidia Yusupova, entre otros.
En los últimos años, voces como las de Vadim Kalinin, Aleksander Anasevich o Serguei Finoguin, los tres presentes en la antología, ejemplifican la diversidad con la que es abordada la temática.
 

 

Existen prejuicios difíciles de desterrar. Uno espera encontrar poemas tímidos de hombres y mujeres todavía asustados, pero la mayoría son irreverentes, llenos de humor y sexo explícito. Hay algo premeditado en ello o los escritores cuentan lo que quieren contar?

Tienes razón en que una de las principales características de los textos reunidos en El armario de acero es su descaro, el empleo del sentido del humor y del erotismo como elementos expresivos a través de los cuales reflejar los diferentes aspectos de la “vivencia” homosexual. Aunque hay cierto poso de tristeza, en el conjunto se impone un sentimiento de libertad que contagia tanto al contenido como a la forma de los relatos y poemas.
Creemos que los escritores cuentan aquello que desean contar y lo hacen utilizando las herramientas literarias que tienen a su alcance con el objetivo de provocar una reacción en el lector, de sacudirle, de hacerle mirar la realidad desde otra perspectiva. Esta capacidad de “extrañamiento” consideramos que es uno de los grandes valores de la literatura.
 

 

-Aunque sé que el libro es un libro de creación literaria  que llena un hueco muy importante a uno le gustaría saber algo mas sobre el destino de estos hombres y mujeres? ¿Cuál fue el grado de implicación de autoras y autores en este proyectivo colectivo?
 
Estamos muy agradecidos a todos los autores y autoras que forman parte de El armario de acero por su colaboración e implicación en el proyecto. Cada uno de ellos ha cedido los derechos de autor de sus textos para protestar contra la ley contra la propaganda homosexual de Vladimir Putin y nos han mostrado su satisfacción y orgullo porque sus relatos y poemas puedan ver la luz en castellano y sirvan para denunciar su situación.
En el caso del artista Slava Mogutin, por ejemplo, nos dio vía libre incluso para utilizar, si queríamos, una de sus fotografías para ilustrar la portada del libro. Seguimos en contacto con muchos de los escritores de El armario de acero, que nos envían información sobre la cultura LGTBI en Rusia. Nikita Mironov va a venir a España en el mes de octubre y seguramente podremos contar con él para presentar la antología y que nos narre en primera persona su experiencia como poeta homosexual.

CLASICOS CINE QUEER: EDWARD II de Derek Jarman


 

 

 

 

DEREK JARMAN Y “EDWARD II” (1991)

 

Por Eduardo Nabal

 
 
 
Derek Jarman nace en Northwood, Middlesex, Inglaterra el 31 de enero de 1942 y muere en 1994 víctima del virus HIV del que era portador desde 1986.  Para este tiempo,  ya era una figura pública muy bien conocida en Inglaterra, activista y defensor de los derechos humanos y de los gays, inflexible en su lucha en contra de los medios y la homofobia. Su trabajo ha ganado un amplio aplauso y respeto alrededor del mundo.
 
Derek Jarman fue un personaje polifacético, además de las películas que rodó, también filmó una buena cantidad de cortos y vídeo-clips, y ha sido también productor, actor, escritor, escenógrafo, pintor especializado en collage y director de ópera. Sus películas fueron galardonadas en muchos festivales internacionales. Como escritor publicó no sólo sus guiones sino una serie de trabajos formalmente innovadores de un “collage autobiográfico” y diarios en los que se reinventaba él mismo y su vida, una y otra vez. Su carrera como pintor se desarrolló paralelo a su trabajo como diseñador. Estuvo nominado al premio Turner en1986 cuando su trabajo fue exhibido en la Tate de Londres. El sólo hecho de que Jarman pueda cumplir un papel tanto en la historia del cine como de las artes plásticas habla de un impulso artístico excepcional en su generación.
 
El cine de Derek Jarman es tan alucinante como desconocido para el gran público, al menos en nuestro país, y es que su cine independiente nunca anduvo cerca de los circuitos comerciales. De hecho, siempre encontraba muchas dificultades para encontrar productores para realizar sus películas, y es que algunas llegaron a tener menos presupuesto que las películas llamadas de serie b o bajo presupuesto.
 
Era una persona decepcionada con la situación política de Inglaterra durante la legislatura de Margaret Thatcher, y de esa Inglaterra deprimida sacó inspiración para escribir algunas de sus películas. Fue bastante criticado y atacado por los periódicos, el gobierno y el parlamento, incluso lo declararon personaje no deseado en Inglaterra hasta durante varios años. Otras de las inspiraciones fue su homosexualidad declarada, que también era palpable en sus películas.
 
Así como David Leavitt, novelista de la causa, Jarman problematiza la idea de un arte completamente subsumido en una cultura. Si Leavitt opta por el realismo novelesco y el asimilacionismo, Jarman se instala en el vanguardismo cinematográfico y la reivindicación de la diferencia. Las películas de Jarman experimentan con el anacronismo y el fragmento como sólo las de Godard, antes que él. Wittgenstein (1993) es una obra maestra del fragmentarismo, basada en la vida y la obra de Ludwig Wittgenstein, uno de los más grandes filósofos del siglo XX. Blue (1984) es el testamento cinematográfico de Jarman. Película sin imágenes, sobre una pantalla permanentemente azul se escucha la voz del autor, reflexionando sobre su obra y su experiencia de vida. Es un experimento radical que lleva el cine hasta el límite agónico que lo hace coincidir con la propia experiencia de vida de Jarman que para ese entonces estaba ciego.
 
 
 
 
Eduardo II (1991) Fue su última gran película definida dentro del Cinema Queer. Basada en la obra de Christopher Marlowe (1564-1593), Jarman hace una libre recreación de la vida de este monarca inglés que gobernó a principios del siglo XIV, deteniéndose en la relación homosexual que mantuvo con Piers Gaveston, un joven de origen humilde y los problemas que de ella derivaron.
 
 
 
La película es voluntariamente anacrónica, mezclando diálogos siglo XIV, con un vestuario, una música y una estética del siglo XX, con elementos de la cultura, pop, las subculturas gays y la iconografía local. Incluso se puede ver a un grupo de activistas gays británicos pidiendo la igualdad de derechos para los homosexuales, además de un clip de Annie Lennox cantando el himno de la causa gay norteamericana.
 
La película Eduardo II, filmada exactamente 400 años después de la obra original, es erótica, política, visualmente arrasadora, experimental en el sentido más provocativo e inolvidable. Antes de ver la adaptación reveladora del obra de teatro de Marlowe, es importante situarse unos siglos atrás y saber que era conocido como el chico más malo del Renacimiento Inglés, su lema era “lo que me nutre, me destruye” . Jarman juega un rol no muy diferente a cuatro décadas atrás. Quizá una de las obras más importantes del drama que Marlowe aportó al teatro es esta pieza maestra “Eduardo II”.  Es una combinación sin precedente de flexibilidad poética, pasión sin límites y compasión radical  que la hace no solo una tragedia inglesa sino la gran y singular temática gay entre el mundo antiguo grecorromano y la era moderna.
 
 
 
Es la película más simple pero con características más resonantes de Jarman. Las opresivas  paredes de piedra tan altas que siempre están por fuera del recuadro, los pisos sucios y el interminable laberinto de los corredores todos reflejando la naturaleza sofocante  de este mundo. Jarman acentúa el efecto con afiladísimos rayos de luz agudos y cortantes. Paradójicamente, es un espacio a la  vez plano, con cuartos estrechos pero sin límites. Esta puesta en escena no es disimilar al escenario Isabelino para el que Marlowe escribió, a la vez abierto y opresivo.
 
El diseño vanguardista es sorprendentemente original y en él involucra anacronismos con  las convenciones del teatro Isabelino. El vestuario juega una profunda significación en la estilización dramática. Jarman escoge literalmente el vestuario más restringido de las recientes décadas para jugar con naturaleza  represiva de la corte, un enfoque no diferente al escenario Isabelino, apuntando una mordaz mirada política en la que la naturaleza de la corrupción del poder y la presión anti-gay no es muy diferente en nuestro mundo moderno que en la época de Marlowe.
 
 
El estilo visual es simple y directo; es quizá uno de los más formalmente puros en términos de composición. Hay una austera belleza visual, no sólo en el escenario y el vestuario sino en los recuadros y aún en el movimiento de la cámara. Lo que hace esta estrategia visual tan fuerte y a veces abrumadora, son las volcánicas pero reprimidas emociones de los personajes están siempre en devastador contraste con los plácidos espacios.

CLASICOS CINE QUEER: TARDE DE PERROS de Sidney Lumet


 
 
 
 

 “TARDE DE PERROS”: REALIDAD,  MITO Y CINE


 

Por Juan Argelina y Eduardo Nabal

 

 

“Podéis llamarme El perro. Ese es mi apodo”. Así se presentaba siempre John S. Wojtowicz, el hombre que el 22 de agosto de 1972 entró armado en una sucursal del Chase Manhattan Bank en Brooklyn con dos cómplices. El atraco fue un fracaso. La policía rodeó inmediatamente la oficina bancaria y la zona se llenó de curiosos y de medios de comunicación. Fue entonces cuando Wojtowicz hizo una sorprendente revelación: Necesitaba el dinero para que su pareja, Ernest Aron, se sometiera a una operación de cambio de sexo. Tres años después se estrenaba Tarde de perros, la película dirigida por Sidney Lumet y protagonizada por Al Pacino, que contaba aquellos acontecimientos. “Nadie había hecho nunca nada parecido. Nadie había atracado un banco para que se la cortaran a alguien y le cambiaran el sexo. Por eso hicieron la película”, explicaba el propio Wojtowicz. Allison Berg y Frank Keraudren se interesaron por este personaje después de verla. Localizaron a Wojtowicz en 2002, cuando ya había cumplido la pena de cárcel por el atraco, y decidieron rodar un documental sobre su historia. En aquellos años, sus amigos y conocidos le llamaban, The Dog, el perro, en homenaje al título original del film que había recreado su intento de robo, Dog Day Afternoon.

 

A lo largo del documental, gracias a testimonios de amigos y familiares como su primera esposa Carmen Bifulco, de su madre y de la que fue su pareja, Ernest Aron, vamos descubriendo la compleja personalidad de este hombre que fue compromisario del Partido Republicano, soldado en Vietnam y, más tarde, activista en defensa de los derechos de gays y lesbianas. En un momento de la película él mismo se define como un adicto al sexo. “No fumo ni bebo. Tampoco tomo drogas ni soy un jugador. Soy un ángel. Me considero un romántico. Cuando conocí a Ernie fue un flechazo. Y por eso, como la quería tanto, hice lo que hice aquel 22 de agosto de 1972”. También recordaba los entresijos y preparativos del robo. “Antes de ir al banco, fuimos a la calle 42 a ver "El Padrino". La acababan de estrenar y dije a los chicos: ‘Vamos, nos inspiraremos’, como cuando un entrenador jalea al equipo para salir a ganar”. “Es imposible intentar explicar a John. Hace poco nos preguntaban en una entrevista que destacaríamos de él y lo primero que nos venía a la mente era su amor / obsesión por la comida. Durante el secuestro y cuando estaban en el aeropuerto JFK el tipo se escabulló un momento a comprar hamburguesas”, dice Berg. “Yo recuerdo sus ganas de tener sexo con cualquiera, con todo el que conociera, y —sobre todo— la inmensa experiencia humana que suponía estar con él, y la capacidad para ser intenso 24 horas al día. Hablar con él era meterse en una montaña rusa emocional de la que era difícil salir, pero esa misma experiencia es la que le hacía único”, recuerda Keraudren.

 

Mientras se rodaba The Dog, John Wojtowicz enfermó de cáncer y finalmente falleció en 2006. Es la amarga crónica de un personaje inclasificable, a veces tierno, otras divertido y en ocasiones patético, que saltó a la fama por un frustrado atraco y que se convirtió en carne fresca para la prensa más sensacionalista. Es la historia de The Dog, el hombre que inspiró el personaje de Al Pacino en “Tarde de perros” (Dog day afternoon, 1975).

 

 

En  su película “Dog Day Afternoon” Lumet no solo consigue que nos identifiquemos con los atracadores (algo no tan nuevo en el cine negro) sino que el espectador desarrolle un odio visceral a la policía, al FBI y, a ratos,  hacia los propios rehenes, que se comportan, en ocasiones, de forma mucho más vulgar , equívoca y trapacera que el protagonista, aquí llamado  Sonny (Al Pacino en el papel de su vida y con el mismo apodo con el que lo llamaban en su barrio de joven). Lumet sorprendió con una película vigorosa, mordaz y dinámica sobre el episodio de un atraco perpetrado por un “no profesional” a la sucursal de un banco cuyo fin era, entre otros, pagar la operación de cambio de sexo de su amante masculino y salir de otros apuros económicos. Separado de su esposa, salido de varios trabajos precarios, la historia de “Sonny,” lo  convirtió en uno de los anti-héroes más populares del cine los setenta y aún “Tarde de perros” sigue siendo, sino la mejor, gracias al dinamismo (casi coreografiado) de su puesta en escena, a la vitalidad que respiran sus imágenes y la trágica humanidad que desprenden sus protagonistas, tal vez,   la película de Lumet por la que mejor han pasado los años. Resulta curioso que hoy día las listas de las mejores películas de los 70 las encabece “El padrino” (el filme que inspiró a los atracadores para su “golpe” improvisado)  tan familiar, al fin y al cabo, y en cambio una película tan iconoclasta como “Tarde de perros” siga circulando como un gato perdido por la mitología de aquellos años que si bien esta última ha pasado con creces la prueba del tiempo. No obstante, “Dog day afternoon”  no ha sido objeto, o no en la misma medida que otros títulos de aquellos años, del merecido reconocimiento, a pesar del Oscar a su guionista Frank Pierson y que convirtió a Pacino ya  en una estrella. “Tarde de perros” hoy puede ser vista como un filme romántico casi como una locura épica, a principios del gay-lib en EEUU, tal vez filmada por un director de policiacos poco o nada rompedor, pero que en esta ocasión arriesgo bastante y le salió bien la jugada. La “queeridad” debemos buscarla o la encontramos en la historia en sí misma, un atraco a una sucursal bancaria sin un plan previo para un “rebelde con causa” (pagar la operación de cambio de sexo de su amante masculino, a pesar de estar casado hace años con una mujer). Hoy día hay detalles increíblemente modernos como los ya citados y también el hecho reseñable de que aquel al que finalmente asesina la policía sea el cómplice árabe, la importancia de los mass-media en la construcción del éxito o de la dimensión mediática del atraco y en una suerte de performance anticapitalista nada desdeñable, que hoy se queda, eso sí, harto ingenua. Otros aspectos quedan desfasados por el avance de las tecnologías de la comunicación y la sofisticación en las formas de conseguir dinero que desde luego ya no son, en ninguno de los casos, parecidas a que muestra la película.

viernes, 1 de septiembre de 2017

CUERPOS MINADOS. ENSAYO SOBRE MASCULINIDADES EN ARGENTINA



 
por Eduardo Nabal
 

CUERPOS MINADOS viene a cubrir un espacio urgente en el estudio de las nuevas masculinidades en Argentina a finales de la segunda década del nuevo siglo. Unas masculinidades que ya no pueden nombrarse más que en plural y que no pueden nombrarse  sin dejar de tener en cuenta la irrupción en la esfera pública de nuevas realidades corporales y su socialización y, también, la institucionalización de nuevas formas de relacionarse. Y, por supuesto,  las nuevas subjetividades en torno al hecho de ser o parecer “varón” a la luz de las nuevas teorías y prácticas sobre los cuerpos, las razas y los géneros. Por eso hablar de masculinidades hoy es hablar de homo/hetero, hablar de etnicidad, clases sociales, hablar de legado histórico, hablar de culturas, hablar de derechos frágiles, hablar de feminismos y todo ellos aparece recogido, en mayor o menor medida, en la variada recopilación de ensayos dirigida por Javier Maristany y Jorge Luis Peralta. Dos autores que no son nuevos en el terreno de la exploración de las masculinidades hispano-argentinas a la luz de la teoría queer y las culturas LGTB.
 
 
“Nuevas masculinidades” nos habla pues, además,  de masculinidades de niñas, jóvenes y mujeres, se acerca a películas ya míticas como el clásico moderno “La León”, no olvida la evolución de los colectivos de hombres anti-patriarcales ni su labor realizada pero sitúa también en el centro las masculinidades no heterosexuales y no cisexuales a partir del análisis de textos canónicos de la literatura argentina como “La traición de Rita Haywhort” de Manuel Puig objeto de estudio del español Alberto Mira o el cine ya clásico de Adolfo Aristaraín centrado en la figura del padre y lo patriarcal como figuras a repensar o deconstruir. No faltan aproximaciones sociológicas y políticas como las de Fermín Acosta o Lucas Martinelli, analizando los cambios en los imaginarios sexuales a partir de los ochenta en el imaginario común, las nuevas pedagogías públicas ni la aproximación a la violencia y la masculinidad en el nuevo y más reciente cine gay argentino de la mano del experto Alfredo Martínez Expósito a partir de la película “Solo” de Marcelo Briem Stam. Un libro hecho de partes distintas  que forman un tejido unitario e inmenso para repensar una figura hoy tan maleable y a la vez tan impermeable como la del sujeto masculino que ya nunca puede nombrarse en singular y que a la luz de los nuevos estudios culturales es puesto en observación atenta, lúcida, irónica y minuciosa en “Cuerpos minados”, un ensayo de ensayos pronto en librerías.
 
 

LA ESTACA, CATALUÑA Y LA LIBERTAD


 





 

Siendo bastante ignorante en la materia y sus raíces históricas solo me voy a atrever a dar unos apuntes sobre una cuestión que ha llegado a dimensiones (infladas) mediáticas irrisorias y a la vez no exentas de extraño “encanto” en una España desolada por el paro, el autoengaño, la miseria material y  cultural y la corrupción de altos vuelos. Hay convocada una consulta o “referéndum” de cara a la posible autodeterminación para el próximo 1 de octubre en Cataluña. Pero el poder centralista va hacer nuevamente todo lo posible para impedirla, boicotearla o deslegitimarla. Incluso Cospedal, estrenándose como prepotente Ministra de Defensa a tuti plen, ha amenazado, en un alarde de prepotencia, con “sacar los tanques a la calle”, al más puro estilo golpista. Lo malo es que el independentismo catalán hoy se ha ganado unas simpatías poco sólidas. La verdadera izquierda siempre ha querido el derecho de los pueblos a la autodeterminación, por encima de imposiciones centralistas que vienen de antiguo. Pero parece que la mayoría del pueblo catalán y, en particular  uno de los sectores más nacionalistas que no independentistas -en su origen--  fue la burguesía industrial catalana y sus aledaños. Puede que un sector de las clases populares  fuera independentista y  si buscara una forma de autoexpresión y autodeterminación, una forma de autonomía que les permitiera autogestionarse y destapar a sus propios corruptos si la excusa de la “dependencia del poder central”. Pero ahora éste referéndum que parece haber unido- temporalmente.  a izquierdas y derechas catalanas en un común objetivo separatista que  ha suscitado una generosa empatía en el resto del estado por las trabas, zancadillas, escuchas, espionaje y guerra sucia desatada por la derecha en el poder contra esas mismas pretensiones de Cataluña en erigirse como nación independiente. Una Cataluña que ya no es la que era, lejos del despertar antifranquista, el republicanismo más auténtico, Ocaña y el camp barcelonés, el anarquismo travestido, la ética libertaria. Esa Cataluña libre es hoy una Cataluña hoy también amordazada por su propia policía además de por la del Estado Español, de libertades inseguras y con sus propios figurines y, a pesar de estar, en algunos aspectos, culturalmente más avanzada, igual de mísera en sus diferencias sociales. Estrellas mediáticas de gran poder de seducción frente al público como Gabriel Rufián gustan por su capacidad de molestar al partido en el gobierno pero anteponen, en el fondo y lo vemos en sus pactos autonómicos, su catalanismo a su visión social de izquierda real y duradera con visos a un futuro por construir.  O sea un independentismo contra el Partido que desgobierna el Estado Español y sus votantes, pero no un independentismo con una sólida y duradera base social, en gran medida. Es decir un odio común, lo que es muy loable pero que no acabará ni con la alta corrupción de la derecha catalana en el poder ni con los muchos otros problemas del pueblo catalán en su conjunto. Puede que logren librarse de la monarquía española y hasta del Partido (u Organización Mafiosa y Criminal ) Popular, que no es poco, pero lo que tienen en casa tampoco es nada envidiable – más bien al contrario- y eso les va a tocar  afrontarlo y solucionarlo allí donde sitúen las/sus fronteras.
 
Uno siempre ha pensado que la coacción del Estado central sobre el derecho de autodeterminación de los pueblos no ha traído nada bueno y, sin dejar de condenar la violencia, no entiende ese miedo a la diversidad sociocultural y esa cerrazón cuasifascista a que cada pueblo o nación decida sobre su futuro, incluso sobre si quiere ser una república y no seguir sobre una monarquía absurda y en horas bajas. Aunque también es muy posible que en el referéndum saliera un “no” ya que la derecha española y también los españolistas de Cataluña “saben votar como un solo hombre” cuando se presenta la ocasión, como hemos comprobado recientemente. Sea como fuere, y desde la indiscutible empatía que suscita un pueblo enfrentado a una maquinaria centralista corrupta, dictatorial y manipuladora, no creo que para Cataluña haya un día clave en su historia sociopolítica, si puede (podría)  haber un cierto sentido simbólico contra el caciquismo centralista y sus artimañas de baja estofa, pero los caciques de dentro, actuando de igual modo contra su pueblo, se quedan en el interior y  en el poder.

jueves, 31 de agosto de 2017

CLASICOS CINE QUEER: EL SIRVIENTE de Losey

 
 
 
 
 
 
 
            “El sirviente” (Joseph Losey, 1963) plantea un punto interesante para la discusión sobre la escritura dramática y la escritura cinematográfica porque supone una transposición fílmica de primer orden de un guión excelente sobre una  mediana obra teatral- previamente una novela corta- de Robin Maugham. El sobrino de Somerset Maugham (reputado novelista inglés de principios del siglo XX), a diferencia de su tío, salió del armario en ésta y otras obras, aunque tuvo que cuidar su lenguaje para no infringir las leyes británicas vigentes hasta poco después  que llevaron, poco antes,  a la cárcel o al ostracismo a gente como el matemático Alan Turing. Esas leyes contra las que el propio Bogarde en el papel de Farrell, un prestigioso abogado, trataría de derogar ante los chantajes en el pionero film “Victim”, un correcto policiaco de Basil Dearden. Bogarde había cambiado su imagen, ya no era un aventurero o galán al uso, pertenecía definitivamente a la Inglaterra contemporánea y aparentemente algo renovada o en movimiento donde surgió el teatro de protesta, el cine de los “Young angry men”  y novelistas como Alan Sillitoe o dramaturgos/as como Selagh Delaney (“A taste of honey”) o John Osborne (“Mirando hacia atrás con ira”) que llevaron la rabia de los jóvenes de una generación distinta y que se va a extender a todas las formas de expresión y a todas las nuevas capas sociales, hasta la música pop y las nuevas modas en el vestir y habitar-habilitar el espacio público.   Para complicar las cosas, el autor del guión original de “El sirviente” es el  dramaturgo memorable Harold Pinter, hoy premio Nobel, tan memorable como difícil de clasificar en el panorama del teatro británico de la segunda mitad de siglo. La colaboración entre Losey y Pinter (director y guionista, cineasta y dramaturgo) se prolongó en dos películas más: “Accidente” y “El mensajero”, una primorosa recreación esta última de una excelente novela homónima  del  poco recordado hoy  L. P. Hartley. Tres películas que junto con “El criminal”,  “Rey y patria” “La clave del enigma”  y “Una inglesa romántica” (escrita por el aventajado discípulo pinteriano Tom Stoppard) constituyen la cumbre expresiva de un cineasta tan irregular e imprevisible como apasionante. El protagonista Bogarde acababa de rodar un policiaco melodramático que incluía un vigoroso alegato contra la legislación vigente sobre la homosexualidad, que exponía a muchos/as al secretismo y el chantaje, la citada “Victim” que contribuyó, en cierto modo, a acelerar el fin de la represión policial  anti-gay en la Inglaterra de los sesenta que aún duraría unos años más.
Losey ha sido un objeto de estudio difícil para la crítica cinematográfica porque su carrera aparece dividida en dos etapas muy diferentes entre sí, con unos cuantos filmes que sirven de puente entre un período y otro, y  unos cuantos títulos desconcertantes, en los que el concepto de coherencia autoral se difumina,  sobre todo al final de su carrera a causa de  títulos tan peculiares e irregulares  como “Ceremonia secreta”, cercana al Robert Aldrich del gran guiñol,  y “El asesinato de Trosky, fallida y acartonada reconstrucción histórica con Richard Burton, Alain Delon y Romy Schneider o la a ratos fascinante pero parcialmente fallida “El otro señor Klein” con un Alain Delon mejor de lo habitual en un inquietante doble papel. La huida del director a Inglaterra a raíz de la caza de brujas desatada en los cincuenta por el senador Maccarthy supuso no sólo un cambio geográfico sino un sorprendente mimetismo con los modos de hacer del cine británico y el temperamento cultural inglés, hechos a los que no es ajena su estrecha colaboración con autores como Pinter o Stoppard y a la influencia del cine inglés de la época que empezaba a abandonar los corsés de la qualité y a dar voz a realizadores más jóvenes y contestatarios (“free cinema”). De sus últimos filmes el más coherente con el universo de “El sirviente”, “Accidente” o, incluso, “El mensajero” es “La inglesa romántica” donde se vuelve a repetir la imagen del triangulo amoroso, la ironía  y los espacios cerrados como espacios de incomunicación y también de juego. Stoppard, discípulo de Pinter, ayudado por Losey y un triangulo de grandes interpretes, hacen del filme una obra insólita en el cine británico de los años 70.
 
            El eje sobre el que se articula el teatro de Pinter, heredero del teatro del absurdo de Beckett pero, a diferencia de éste, profundamente británico, es la incomunicación, la soledad, el absurdo de lo cotidiano y el humor en el interior de lo trágico o lo inquietante, el lado absurdo de lo cotidiano y también el lado poético de lo sórdido. Un teatro que no busca la comodidad del público ni da siempre claves en las que apoyarse. En el cine de Losey se pueden ver dos  coordenadas fundamentales: las relaciones de poder junto a  los cambios sociales en la esfera individual y el conflicto irresoluble entre  el ser humano y el medio en el que vive inserto, formando parte de él pero mostrándose incapaz de controlarlos sin ayuda. Estos tres temas tienen muchos puntos en común y permiten que la colaboración entre Pinter y Losey haya dado frutos de gran coherencia dramática, pero también plantea puntos de discordancia y escisión de pareceres que podemos rastrear incluso en esta lectura de “El sirviente”, el más pinteriano de los dramas de Losey, seguido de cerca por la sombría geometría del absurdo de  la refinada “Accidente”, que se ha resentido más del paso de los años que “The servant”, impecable en el fondo y en la forma. En el caso del guión de “El sirviente” el propio Losey ha declarado[1] cómo se vio obligado a rehacer el setenta por ciento del trabajo original que le presentó Pinter, manteniendo algunas ideas y remodelándolo casi todo después mano a mano con el dramaturgo. Pinter, al principio molesto, desconocedor, desde su faceta de dramaturgo de éxito, de los rigores y exigencias de un guión para el cine, acabó convirtiéndose en un interesantísimo colaborador. Losey redujo la carga literaria de algunos guiones de Pinter, como hizo con Tennessee Williams a raíz del rodaje de la fallida “Boom” (La mujer maldita. Losey, 1968).Y es que el director estadounidense había comenzado su carrera en Hollywood con guionistas insertos en la tradición de diálogo realista y frase concisa de la dramaturgia cinematográfica estadounidense. Empezó con algunas películas de cine negro de calidad tanto en EEUU (“The big night” “El merodeador”) como en su primera época en Gran Bretaña (“La clave del enigma,” “El criminal”). En “La truite” las implicaciones sexuales del relato saltan a primer término, pero siempre desde la óptica del triangulo amoroso, el drama familiar  y de un estilo cercano al primer Chabrol y al cine francés del momento. El último Losey, con la excepción de “Una inglesa romántica” y, en cierto sentido, “La truite” (un filme intenso, tardío y, tal vez,  infravalorado) parece no encontrar su lugar entre el cine británico de calidad, el cine independiente, el cine comercial y el cine de autor.

            La batalla semiótica que se libra en el interior de la mansión de “El sirviente” es una batalla eminentemente loseyana (una batalla por el poder, el status social, la conservación de los valores e intereses propios y la aniquilación del “otro”) hecha de susurros, gritos y sinsentidos cercanos al universo poético, irónico y angustioso de Pinter,  con unos toques góticos y sombríos más propios del realizador. El humor, el sarcasmo y el absurdo aparecen detrás de estos desplazamientos de los personajes en un universo en el que el más leve gesto puede adquirir una aterradora violencia simbólica, entre la ironía y el pánico. El humor y el horror. Lo grotesco y lo siniestro. Como en la mayoría de las primeras obras de Pinter y en las primeras películas inglesas de Losey (“El criminal”, “Eva”, “Rey y Patria”). Su último trabajo con resonancias pinterianas, a través del complejo guión de  aventajado discípulo Tom Stoppard, fue “Una inglesa romántica” algo estropeada por la decadencia del realizador, el histrionismo de Glenda Jackson y el limitado talento del viscontiniano Helmut Berger.

 


 

            Las claves del éxito

 

            “El sirviente” fue uno de los grandes éxitos de público y crítica del Losey inglés, y sigue siendo su película más popular. Uno de los motivos de esta buena acogida está en los diversos niveles de lectura que ofrece la película. Sin necesidad de ubicarla en la obra de Losey, ni mucho menos en la escritura pinteriana, puede disfrutarse del filme como un incisivo drama con tintes de malsana comedia negra, una historia de degradación e intercambio de roles hábilmente construida y magníficamente interpretada por un actor, una historia de bisexualidad reprimida. Dick Bogarde, que se encontraba en la cúspide de su carrera y que llegaría a ser identificado con el sombrío, seductor y maquiavélico personaje que encarna en la pantalla ofrece tal vez la interpretación mas rica en matices de su carrera y James Fox le da la réplica con una eficacia asombrosa. La carrera de Bogarde se encontraba en un punto de transición que la oportunidad de Losey le ayudó a consolidar. Refinado actor británico, había encarnado papeles de galán en comedias menores, convencionales dramas románticos  y aventuras típicas del cine inglés de los cincuenta. Desde sus primeras películas los directores van a explotar el lado ambiguo, a la vez sensual y aristocrático del intérprete. Su valiente decisión de protagonizar “Víctima” en 1961, un policiaco de Basil Dearden que aborda y critica, de forma pionera pero no demasiado osada, las leyes contra la homosexualidad vigentes entonces  en Gran Bretaña, supone un desafío del actor a la industria y un golpe autoconsciente a su imagen de galán romántico. Bogarde se convierte en un gran actor dramático y expone en la pantalla la ambigüedad sexual que ya se atisbaba en algunos de sus papeles anteriores. En “El sirviente” se esconde una historia de seducción homosexual nunca explicitada que Bogarde llena de sadismo, refinamiento y sentido del humor. Su papel de criado está confeccionado con una atractiva mezcla de porte aristocrático, gesto irónico, toques de mundanidad y malévola sensualidad. Es un nuevo tipo de antihéroe, insólito en el cine inglés aunque no en su tradición cultural. Hay algo de dandy, algo de galán que se niega a serlo, algo de falso aristócrata, de rebelde iconoclasta y algo de la masculinidad en crisis que encontramos ya en el teatro de Ratigan o en las películas del entonces emergente “free cinema” (“Un sabor a miel”, “El ingenuo salvaje”)

            Una de las grandes bazas de “El sirviente” y que, sin duda, debemos más a la trayectoria de Pinter que a la de Losey es el humor. Un humor, que en la mejor tradición del dramaturgo, lejos de aligerar la angustia dramática del momento se limita a enfatizar sus aspectos más sórdidos y su dimensión paradójica. Un humor que se convierte en terror o ironía ante la inminencia de la catástrofe. Pinter evoca  pasajes de  Beckett en “Esperando a Godot” o pasajes del teatro francés mezclado con el teatro algo más clásico de  R. Maugham o Albee, en la incertidumbre existencial, la incomunicación  y la espera de algo inmaterial que impide vivir en paz.

 

 

            El sirviente y la sociedad británica de los sesenta.

 

            Los años cincuenta y principios de los sesenta son los años de la subida a los escenarios de la juventud rebelde y contestataria, descontenta con la vieja Inglaterra y sus valores más queridos; son los años de su expresión literaria y cinematográfica. El estreno en  1956 de “Look back in anger” (que conocería una interesante adaptación a cargo de Tony Richardson) y a la que siguieron obras y películas como “Sábado noche, domingo mañana” o “El ingenuo salvaje” supuso  un verdadero escupitajo a la tradición del teatro británico burgués y de buenas maneras: el drama se desplaza del salón a la cocina; la clase obrera, los jóvenes sin aspiraciones entran en escena. Aunque el rechazo visceral de los young angry men hacia sus antecesores fue algo simplista consiguieron dar la voz a una generación distinta, como ocurría en Francia o Italia y, en menor medida en EEUU.  ¿Qué lugar ocupa “El sirviente” en esta nueva corriente que sacude la cultura británica del momento y que comienza a dar voz al “otro”, el joven, el obrero/a, la mujer, el homosexual, el inmigrante? “El sirviente” se separa perceptiblemente de esta tradición como Losey está lejos de Richardson y el cine realista y Pinter es muy distinto a Osborne y los “jóvenes airados”. La tradición del teatro del absurdo beckettiano a través de Pinter y el “cine de calidad” de Losey son notablemente diferentes a las corrientes sociales del “free cinema” y la literatura en  la que se inspira. No obstante, se filtran algunos elementos de esta nueva realidad por las rendijas del asfixiante drama que se desarrolla en la película. Ambos, realizador y escritor,  no pueden ser ajenos a una realidad cambiante, y de hecho nunca lo son. El conflicto de clase en una sociedad en crisis, la conciencia del pasado colonial y las ínfulas imperiales que hereda Tony, la crisis del propio modelo de Inglaterra burguesa que, separada de sus principales colonias, se repliega en un autarquismo provinciano y el cuestionamiento de los valores morales tradicionales, son un imprescindible telón de fondo sobre el que se desenvuelve el conflicto psicológico, moral e ideológico del relato. Tony es un claro exponente de los residuos de mentalidad colonial, arrogante  y aristocrática de la clase media alta y pudiente en Gran Bretaña, cuyos valores y esquemas ya están siendo cuestionados por diferentes sectores. Barret es un astuto arribista, un working class de nueva estirpe que adopta los códigos  y la mentalidad arribista de una clase media materialista y sin demasiados escrúpulos a la hora de conseguir su”lugar en el sol” fingiendo ser lo que no es.

            Si en los personajes de Pinter existe la nostalgia del pasado inquebrantable, de esos valores de la antigua Inglaterra, para los personajes de Losey tales valores del pasado son solo una losa mortífera. Ambos hacen una crítica mordaz de las instituciones heredadas de la Inglaterra imperial. Como dicen Álvaro del Amo y Manuel Pérez Estremera sobre la temática pinteriana “El esplendor de la familia burguesa y aristocrática, basada en el poder colonial y en el puritanismo que se desprendía del culto a pequeñas y mediocres virtudes, toma en la actualidad, al ser evocado por los personajes, un aspecto de mitificación, de tranquilidad perdida, de felicidad irrecuperable”.[2]

 

            Siguiendo al filósofo francés Michel Foucault, cuyas teorías sobre el poder, el contrapoder, las sexualidades y el surgimiento de la sociedad moderna han resistido al declive del estructuralismo, podemos concluir que las relaciones de poder no son relaciones unidireccionales: el poder no se sufre o se ejerce sino que circula y modela tanto las mentalidades como los cuerpos de los sometidos y los sometedores. Por ello resulta simplista reducir “El sirviente” a un intercambio de papeles en el juego social y económico del poder. El servilismo de Barret es una estrategia de poder ya que no sólo se acomoda a la voluntad de Tony sino que la modela y reconduce. El buen gusto del papel pintado con el que recubre las paredes, trasformando el aspecto original de la mansión dejada a su suerte , su forma de disponer los objetos, su control del espacio y su intrusión progresiva en la privacidad de Tony son algo más que estrategias de resistencia, son formas de ejercer un contrapoder, un contrapoder que produce, reformula y modela la voluntad de su amo. Barret trae la vida al acartonado universo aristocrático de Tony pero también la destrucción, el caos y la falta de escrúpulos. El poder, asimismo, aparece claramente erotizado, atravesado por el deseo y la posesión-vampirización  del otro. Particularmente cuando se trata de un modelo de relación, amo y sirviente, ambos masculinos, que -a pesar de su tradición en la cultura británica- ya ha entrado en crisis y y sorprende a la actual novia de Ton. La entrega espiritual del criado a su amo, un esquema heredado del pasado y reflejado en la literatura anglosajona desde Dickens hasta Ishiguro, empieza a ser un anacronismo y sus marcas sexuales se hacen visibles bajo la mirada nada inocente de Losey, como en el diálogo que mantienen sobre el ejercito, la camaradería, las intimidad entre varones. El director se vale, además, de la escisión característica de la dramaturgia pinteriana, entre lo que los personajes dicen y lo que los personajes hacen para subrayar, a través de silencios, diálogos ambivalentes y pequeños desplazamientos de la cámara y los personajes en el encuadre,  cómo la entrega y la sumisión de Barret esconden, ya desde ese primer encuentro en el que observa con fría crueldad a  su futuro amo adormilado cándidamente en su silla, complejas estrategias de poder.

 

 

            Tengo que amarte sola

 

            El juego de atracciones, infidelidades y desencuentros que se desarrolla en el interior de la mansión de “El sirviente” es mucho mas complejo incluso  de lo que nos parece a simple vista. Como las imágenes fragmentarias que se reflejan en los numerosos espejos del filme, nunca estamos seguros de haber comprendido todas las implicaciones.  En una sola visión es difícil hacerse cargo de los sombríos pliegues afectivos, eróticos y sexuales en los que se mueven los personajes. La relación más importante, y al mismo tiempo la más soterrada, ya que atraviesa todo el relato pero se queda en el filo mismo de ser enunciada verbalmente, es la de Tony y Barret. La historia de “El sirviente” es la historia de una seducción, una seducción homosexual pero también una seducción basada en la dependencia, el poder y la autodestrucción, con claras implicaciones sadomasoquistas, que cristaliza no sólo en la delirante secuencia final sino en el escalofriante juego del  ratón, marcado por los contrastes de luces y sombras, de herencia expresionista. La fuerza de la relación entre Tony y Barret no reside sólo en el homoerotismo sublimado o reprimido, siempre a punto de salir a flote, sino en los significantes sociales y oscuras implicaciones en los que se envuelve. Barret parece consciente siempre, de un modo maquiavélico y poco compasivo, de la  creciente inseguridad de Tony: inseguridad en su conciencia de clase, en sus deberes de pareja, en sus deberes de amo, y en sus deberes de ciudadano británico blanco, adulto, acomodado y heterosexual. Tony no es consciente de estar absolutamente seducido por la tentación del otro, de esa “otherness” que reclama su propia voz en la sociedad inglesa del momento. Hay Al principio una resistencia en Tony a la seducción de Barret. La feminización del personaje del sirviente que llega a lavarle los pies en una palangana “para que no coja frío” le hacen proferir algún comentario irónico “es demasiado delgado para hacer de niñera, Barret”. Pero es precisamente la inconsciencia de Tony sobre sus verdaderos deseos y su endeble carácter lo que hará posible la inversión final de los papeles de amo y criado, una vampirización donde se mezcla la posesión de la voluntad, el alcohol y la invasión del espacio, así como la inversión de los roles.

El principal obstáculo para la seducción será, en definitiva, Susan, la prometida de Tony, que desde el principio desconfía de la mezcla de servilismo y tendencia a la manipulación de Barret. Susan es presentada como una chica de clase media alta que trata de rescatar a Tony de su crisis vital -determinada por su  herencia de clase-,  su falta de iniciativa y su homosexualidad sublimada. Susan  que, sin resultar simpática al espectador se erige en el punto de vista objetivo de lo que está sucediendo en el interior de la casa,  se muestra altanera y displicente  con Barret, pero  éste logra separarla de Tony introduciendo, primero, a una chica que seduzca al amo y luego disponiéndose a seducirla él mismo, invitándola a formar parte de un destructivo triángulo. La actitud lúcida de Susan, intermediaria entre el espectador y el conflicto Tony/Barret, aunque con maneras desagradables, es una de las grandes bazas de Losey para dotar de solidez y credibilidad al oscuro y barroco drama pasional que se desarrolla en el filme. Es ella la que apunta al carácter anacrónico de tener un criado masculino subrayando cómo la dedicación a la servidumbre está ya en ese momento reservada casi exclusivamente a las mujeres. Susan comienza a ver a Barret como un rival y éste actúa en consecuencia enturbiando una relación que ya, desde el principio, se nos revela extremadamente frágil. La pérdida de Susan (cuyo aspecto contrasta con el de Vera, la novia de Barret encarnada por una sensual Sarah Miles conquistando a Tony)  será la pérdida del último contacto del amo con la realidad, su realidad, y supondrá su camino de retorno a Barret y la rendición a las intenciones de éste. Secuencias que retrotraen al igualmente cuidado pero formalmente más plano y envarado terreno de “Victim” de Dearden donde Farrell (Dick Bogarde) confiesa entre sombras nocturnas y espejos varios a su esposa su “deseo por un muchacho”:

 

            En la parte final  se encuentra la citada  secuencia (cortada en el montaje original y posteriormente reinsertada por el propio Losey) en la que el componente homosexual de la atracción/repulsión entre Tony y Barret está a punto de salir a flote,  aquella en la que hablan de sus experiencias en la escuela masculina y el ejército.. El homoerotismo sublimado de la camaradería masculina se explicita en unos recuerdos, teñidos de nostalgia, en los que Tony reconoce un aspecto de su sexualidad que ha quedado relegado en el baúl de las locuras juveniles y que surge cuando las barreras sociales entre él y su criado se diluyen para dejar paso al lúdico equilibrio, al intercambio de roles, a la equiparación en el absurdo. A este respecto resultan impactantes las secuencias a la vez divertidas y terroríficas, marcadas por los encuadres en desequilibrio y la iluminación expresionista, del violento juego de pelota en la escalera y del juego del escondite en el que Barret caza literalmente a Tony detrás de una cortina. Igualmente admirable resulta el uso -a la vez realista e hiperrealista- del sonido y los silencios, que marca  con maestría la transición entre la comedia irónica y el horror, lo siniestro.

           

Apuntes sobre el estilo

 

            El argumento de un melodrama psicológico, la perspectiva irónica de una comedia de situaciones, la fotografía contrastada y la enrarecida atmósfera de un thriller, la cuidadosa puesta en escena, característica del mejor cine inglés del momento, y un apenas soterrado gusto por el simbolismo y la alegoría social hacen de “El sirviente” un filme de estilo peculiar, cuyas únicas conexiones reales se encuentran dentro de la propia obra de Losey.

            Si la transición de Losey del Hollywood de los cuarenta y cincuenta a la cinematografía inglesa de los sesenta se hizo bajo los parámetros del cine de género (negro), a partir de “El sirviente” las implicaciones sociales y la ambigüedad moral se hacen aún más intensas y, sobre todo, se hacen profundamente británicas con una reflexión mordaz sobre la hipocresía moral, el desmoronamiento de la conciencia imperial y la sociedad de castas, esa que denunciaron los “jóvenes airados”, de los que el dramaturgo Harold Pinter sería un sucesor situado en un plano de abstracción y claustrofobia, sin rehuir un tímido humanismo y un mordaz sentido del humor. Losey es ya todo un autor. Filmes como “El criminal” o “Eva” lo atestiguan. El ritmo se hace más reposado, los movimientos de cámara son elegantes y dotados de densas implicaciones, la dimensión psicológica se amplia, los aspectos teatrales (con autores como Pinter o Stoppard de colaboradores) se acentúan y su estilo se  consolida y se redefine tras unos comienzos titubeantes con títulos como “El tigre dormido” o “La clave del enigma” insertos dentro de las coordenadas del cine negro sin demasiadas pretensiones y logros desiguales.

           

No cabe duda de que “El sirviente” tiene interesantes precedentes aunque siempre con mayor simplicidad y menor fuerza expresiva dentro de la propia obra de Losey, a lo que no es ajena la colaboración de guionistas dotados pero con menos experiencia literaria. Es el caso del policiaco psicológico y triangular “El tigre dormido” donde un profesor universitario interesado en la rehabilitación de delincuentes acoge a un joven criminal en su casa y éste acaba seduciendo a su esposa. La presencia de un joven Dick Bogarde en “El tigre dormido” acentúa las similitudes. Pero el didactismo social, el suspense muy definido y los balbuceos narrativos de  “El tigre…” son apenas esbozos de la refinada ambigüedad y las oscuras implicaciones de “El sirviente” donde el joven impetuoso  y con tendencias criminales se ha convertido en un ominoso y cínico  manipulador y donde el profesor humanista y reformador es ahora un decadente y desorientado miembro de la clase media alta británica, incapaz de reformar por sí mismo siquiera la decoración de la pared de su mansión. La idea del triangulo amoroso tal vez fue una de las razones que llevó a Losey a creer que Pinter podía ser un guionista ideal aunque la colaboración fue bastante tormentosa.

 

            Si las primeras películas de Losey son características del intelectual de izquierdas, en la tradición del cine social de los treinta (debutando con la deliciosa fábula sobre el derecho a la diferencia “El muchacho de los cabellos verdes”, deambulando con mayor y menor fortuna por la serie B y el cine de género, con algunos brillantes logros formales como “El criminal” ) a partir de “Eva” pero , sobre todo, “El sirviente” su cine se intelectualiza notablemente, se hace más elíptico que demostrativo, más ambiguo y abierto que de tesis,  aunque el director se resista a asumir algunos de los análisis más imbricados de su obra, así como a una mezcla de drama y simbolismo, deshumanización y humor negro más  característicos de Pinter.

“El sirviente” se abre con una amplia panorámica de trescientos sesenta grados, nada sorprendente en una película en la que los largos y suntuosos movimientos de cámara van a contrastar con la asfixiante claustrofobia del decorado, casi único, de la casa donde se desarrolla la mayor parte de la acción. Una casa que parece transformarse, y en ocasiones lo hace, a medida que evolucionan los personajes y muestran su verdadero rostro. El uso de los espejos, los encuadres y reencuadres, en penumbra y las elipsis espacio-temporales y la música melódica y de jazz romántico pueden parecer en ocasiones un ejercicio de estilo afectado, marcado por el barroquismo y un denso querer decir característico del cine intelectual de los sesenta. Pero es precisamente su belleza y complejidad formal lo que pone de relieve las muchas aristas, las zonas nunca aclarada ni fácilmente interpretable de lo que vemos en la pantalla. Losey se impone así, por primera vez, como todo un autor frente a un drama reescrito[3] por un dramaturgo de talento, e inicia, en las imágenes del filme, un pulso sumamente enriquecedor con la escritura. El director parece haber comprendido con Pinter, que las imágenes para complementarse con el texto y no ser una mera ilustración del drama, deben pelearse con sus postulados mismos, truncar su enunciación, subrayar y desenmascarar su ambivalencia, como la ambivalencia de unos personajes hacia otros.




[1] Milne, Tom. Conversaciones con Joseph Losey. Barcelona, Anagrama, 1971.
[2] Amo, Alvaro de y Pérez Estremera, Manuel. Pinter. Losey. Primer Acto. Revista Teatral.
[3] La pieza original de “El sirviente” es obra de un dramaturgo británico de los cincuenta, Robin Maughman.