martes, 6 de septiembre de 2016

UN PAÍS EN FUNCIONES

Por qué no quiero un gobierno como Dios manda

 

Por José García

 

 

  Uno de los mantras más eficaces y reveladores de la retórica neoconservadora durante las sucesivas elecciones generales que vienen agotando a la sociedad española en el último año se apoya en la constante apelación a “las personas normales” y “las personas como Dios manda”, dentro de ese juego dialéctico- discursivo de “o el PP o el caos”, que no es solo una forma más de enunciación de un discurso electoralista determinado sino, más certeramente, la expresión de los deseos y voluntades de las elites políticas y financieras, del gran capital y los grupos puritanos que tanto peso adquieren, merced a la hegemónica caverna mediática, en las decisiones finales del electorado.

         Quizá el título de este artículo haya despistado a más de una persona que esperaba una crítica acérrima a la criptocorrupción del Partido Popular, a la política de desmantelamiento del llamado Estado de Bienestar, a los recortes en los derechos de las clases trabajadoras que ha acometido el hoy gobierno en funciones durante el último lustro. Todas estas acusaciones, a pesar de ser rematadamente ciertas, han sido repetidas hasta la saciedad y desarrolladas por personas mejor documentadas que yo. Así que he preferido detenerme en esa argucia lingüística que se basa en el uso de un plural sociativo que construye al “nosotros, los españoles” frente a la ‘gente anormal, que no es como Dios manda’, que con Franco, como ha dicho Carlos Herrera, no hubieran sido un problema porque serían “otros más en las cunetas”.

            Así, por tanto, una vez contextualizado esa apelación constante de Mariano Rajoy y su entorno político y mediático a las “personas y los gobiernos como Dios manda”, me dispongo a exponer con la mayor brevedad que me sea posible por qué yo no quiero un “gobierno como Dios manda”. No lo quiero porque ese gobierno terminará de poner la educación en manos de la escuela concertada, que es casi lo mismo que decir en manos de las órdenes religiosas, secuestradas doctrinalmente por obispos y papas cuyos planteamientos (planteamientos recientes, actuales, no de hace décadas) sobre lo que ellos llaman de forma disfemística “la ideología de género” harán inviable cualquier actuación por erradicar el bullying que destroza las vidas de tantos niños y niñas trans, tantas y tantos adolescentes protoqueer, los cuales, según los estudios más sólidos sobre la materia, constituyen el colectivo de escolares que más padece las consecuencias de este tipo de acoso.

            Tampoco quiero “un gobierno como Dios manda” porque, cuando regrese a las aulas, mi alumnado me preguntará de qué sirve estudiar a Virginia Wolf o Gil de Biedma si va a terminar trabajando de camarero de forma estacional, rezándole a ese Dios que tan bien nos manda que las guerras sigan asolando la orilla sur del Mediterráneo, para que los touroperadores puedan seguir mandando a los turistas del norte a comprar nuestro sol y las cifras del desempleo resulten menos agresivas a la vista y el intelecto.

            Con “un gobierno como Dios manda”, las personas transexuales seguirán tuteladas por el poder psiquiátrico, las palizas a maricones seguirán saldándose a 250 pavos la tortura, la fiscalía y la judicatura seguirán inánimes ante los delitos de odio, la expresión del homoerotismo terminará de ser desalojada del espacio público y las instituciones culturales, se cerrará el proceso de ‘normativización’ del colectivo transmaricabollo que han iniciado las fuerzas neoconservadoras (una vez asumido que exterminarnos resultaría un tanto indecoroso) con el apoyo de aquellos colaboracionistas que han emergido en el propio colectivo lgtb.

            Nadie como un gobierno a las órdenes de Dios tiene más posibilidad de terminar este trabajo de pink washing, que además es una de las mejores herramientas que pueda encontrar ese “nosotros, los españoles” para promover la islamofobia, para reeditar esa España imperial que se gastó todo aquello que expolió a los pueblos indígenas americanos en liberar a Europa de la amenaza del turco, en promover la pureza de la sangre de las razas íberas. Que ha sido gobernada durante siglos por ese Dios que de nuevo aspira a mandarnos y a hacernos personas “como Dios manda”. Que como Dios que manda nunca consentirá que el sistema público garantice los derechos reproductivos de maricas, lesbianas y trans.

            Nadie confunda el sentido de esta reflexión. Soy pesimista. Creo que cada nuevo paso, cada nueva convocatoria de elecciones, reforzará la alianza y las posibilidades de formar gobierno entre las derechas nacionalistas españolas. Que, con Rajoy o sin él, el PP seguirá dictándonos lo que Dios prescribe para conjurar el riesgo de una estampida de la inversión extranjera, de la fuga de capitales que nos desplace de un golpe a la Venezuela de Maduro. Sin embargo, cuando esto ocurre todavía nos queda la voz, la voz con la que señalamos que no queremos ser las personas ni los ciudadanos que Dios nos manda, sino aquellas que nosotros y nosotras mismas hemos decidido ser. Y, entonces, solo entonces, decimos: Amén.

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