miércoles, 28 de septiembre de 2016

CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA

Cuando se tiene

17 años

 

Por Eduardo Nabal

 

 

 

 

André Téchiné sigue siendo el más importante entre los directores supervivientes de aquello que se llamó ‘nouvelle vague’ francesa. Y aquel que se sigue acercando con la misma valentía a los problemas de los jóvenes de su país, sea en la periferia de la gran urbe, sea, como en este caso, en la Francia rural donde empiezan también a convivir personas de diferentes razas y donde se mezclan las costumbres del pasado y los avances del presente.
            De nuevo, en este Quad on a 17 ans , uno de sus filmes importantes, Téchiné concede una gran importancia al paisaje, a las transiciones,  al paso de las estaciones, a los elementos de la naturaleza que acompañan al estado de ánimo cambiante y a la evolución interior de estos adolescentes y sus familias en un momento crucial de sus vidas en el que chocan de forma a la vez violenta y llena de amor. Aunque algunos giros argumentales recuerdan mucho a Los juncos salvajes y también está situada en un ambiente escolar enrarecido por la competitividad y el despertar (homo) sexual de uno de sus personajes, en el filme encontramos esa madurez episódica y esa dureza más propia de Alice et Martin o Los testigos.
          Tal vez para algunos Techine se copia a sí mismo en algunos elementos de sus relatos pero logra una intensidad, humanidad y una poesía visual- caracterizada por el movimiento de sus personajes en el paisaje- que lo hacen inconfundible, un realizador dotado de una garra indudable para composiciones visuales que no buscan el esteticismo pero apabullan por la mezcla de belleza y realismo, de crudeza y lirismo.
            Algo previsible en su transcurso final, tal vez sin los grandes intérpretes que necesitaba una historia tan potente de tensión en las aulas y choque entre familias y razas, Quand on a 17 ans es uno de los grandes filmes de su autor donde, de nuevo, se mete, con implacable fisicidad, en la piel de sus jóvenes sin temor a helarse o quemarse, donde nos habla sin tapujos del sexo, la enfermedad, el amor y la muerte y donde ese paisaje rural, a veces tan intransitable como una adolescencia fuera de lo común, se funde con el paisanaje de sus criaturas que parecen destinadas a reencontrarse, sea en el interior de una granja, un hospital o una escuela secundaria anodina y donde pocas cosas han cambiado, a pesar de las apariencias.
 

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