Humboldt o el armario de la ciencia moderna
Por José García
En 2001, el historiador Jonathan Ned
Kattz, afirmaba en el prefacio de su obra Love
Stories. Sex between men before homosexuality, que “a comienzos del siglo
XXI, yo y muchos otros historiadores de la sexualidad rechazamos la anticuada
idea decimonónica de los deseos y aventuras homosexuales como realidades
invariables, ahistóricas y esenciales. Las palabras, las ideas, los valores y las
instituciones, afirmo, son medios de producción de la sexualidad, y los seres
humanos sus productores”.
En
su obra, Katz nos presenta historias de intimidad sexual entre hombres durante
el siglo XIX, con algunos nombres previsibles como Walt Whitman y otros mucho
más inesperados, como Abraham Lincolm, y de cómo estos hombres lucharon por
nombrar, definir y defender su atracción sexual por otros hombres, en un mundo
previo a las modernas categorías sexuales ‘gay’ y ‘hetero’.
La
aclaración resulta pertinente antes de abordar la biografía nunca escrita de
Alexandre Von Humboldt, aristócrata y científico prusiano del mismo periodo que
examina la obra de Katz, protegido del déspota ilustrado Carlos IV de España y
al que la retórica neocolonialista sigue citando frecuentemente como el
‘descubridor científico’ de América. También referido en numerosas ocasiones
como ‘el padre’ de la geografía moderna, el barón Von Humboldt ha sido objeto
de numerosas biografías prototipo de cómo se construye un armario sólido y
(casi) impenetrable en torno a las inclinaciones homosexuales de los grandes
nombres de las ciencias duras, las ciencias verdaderamente masculinas, un
armario mucho mejor fortificado que el de aquellos sodomitas que se dedicaron a
las artes y las disciplinas denominadas ‘humanísticas’.
Para
los biógrafos encargados de ensalzar las hazañas y hallazgos de los grandes
prohombres de la ciencia, introducir los detalles sobre su vida amatoria,
cuando esta se desenvuelve en el ámbito de la atracción por el mismo sexo,
resulta totalmente irrelevante y, hasta cierto punto, distractora de la
magnitud del legado científico de la figura histórica en cuestión. Pero esto es
solo una trampa mal armada, una emboscada de la inteligencia por donde se
filtra la homofobia científicamente institucionalizada para silenciar determinadas
experiencias y borrar su rastro para siempre.
Humboldt
debió ser muy consciente de ello, pues al contrario que otros notables de su
época, se dedicó a quemar toda su correspondencia personal antes de morir para
que la inefable mácula de su sexualidad no obstaculizara el alcance de sus
hallazgos científicos. Trampa y más trampa. Emboscada de la memoria. Si no
podemos entender la facilidad con que Hernán Cortés sometió a los aztecas en
Méjico sin la colaboración necesaria de la que fue su amante indígena, La
Malinche, tampoco podemos entender el impulso expedicionario de Humboldt sin
conocer el desplante que le hizo su amante, el oficial del ejército prusiano
Reinhardt Von Haeften, al casarse con una mujer.
Francisco
Barrios (Revista Arcadia, 2011) parece haber recuperado parte de la escasa
correspondencia que se salvó de la quema y nos relata como Humboldt el 19 de
diciembre de 1794, poco después de conocer al oficial, le escribe apasionadamente:
“Yo cumplo siempre mi palabra, mi bueno e íntimamente querido Reinhardt. En
pocas horas inicio mi viaje: cabalgaré mañana hasta Lauenstein, el 21 llegaré a
Steben, y en la noche de Navidad espero arrojarme en tus brazos (…). Pueden
otros hombres no tener comprensión para esto; eso me tiene sin cuidado. Yo sé,
yo vivo solo por ti, mi bueno y único Reinhardt, solo en tu cercanía soy
completamente feliz”.
El
examen de la correspondencia de otros compañeros de expedición e igualmente
interesados en la naturaleza americana, como la que remite el granadino
Francisco José de Caldas al clérigo gaditano José Celestino Mutis, expresa
también la fascinación no meramente intelectual que Humboldt ejercía sobre
ellos. En una epístola de Caldas a su amigo Antonio Arboleda, el granadino
señala: “Acabo de recibir un resumen de las observaciones que el Barón ha hecho
de Cartagena a Santafé, remitidas por mi amado Santiago, por este amigo
querido, que quisiera fuera de los dos en el mismo grado. Si yo consigo que
usted lo ame en el punto que yo, y que él le corresponda, nada tengo que desear
ni más dulce ni más precioso”.
El
historiador colombiano Santiago Díaz-Piedrahita (1992), verifica también la
relación amorosa de Humboldt con el joven aristócrata quiteño Carlos Montúfar,
a quien el barón puso en sustitución de Caldas para su inminente expedición
botánica, haciendo montar en cólera al científico granadino. Caldas escribe a
Mutis el 21 de abril de 1802 desde Quito: “Entra el señor Barón en esta
Babilionia, contrae por su desgracia amistad con unos jóvenes obscenos,
disolutos; le arrastran a las casas en que reina el amor impuro; se apodera
esta pasión vergonzosa de su corazón, y ciega a este sabio joven hasta un punto
que no se puede creer”.
En
fin, retazos de vida que han sido obviados incluso por las biografías más
recientes. Una excepción, quizá, es el biopic
con dirección y guión de los gaditanos Fernando Santiago y Juan José Tellez,
respectivamente, El viaje cósmico de
Alexander Von Humboldt (2010), en
el que se apunta al desengaño con Haeften y la muerte de su padre como estímulo
por iniciar su expedición científica por las Américas y en la que se afirma, a
modo de conclusión, que “su pasión por la ciencia sofocó su tormento por su
homosexualidad”. Pero ahí se queda, siendo cuestionable, en todo caso, a tenor
de otras fuentes históricas, que las vivencias homosexuales de Humboldt fueran
realmente tan tormentosas como se enuncia.
Humboldt,
hermano del lingüista Wilheim Von Humboldt, y amigo personal de Goethe y Schiller,
dejó a su muerte una inmensa obra científica cuya mera mención fue considerada
tabú durante la Alemania nazi. Lo que corrobora nuestra presunción de que,
hasta cierto punto, la ciencia moderna también tiene un género y una
orientación sexual determinada.
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