Por qué el homonacionalismo ultraderechista en Europa no murió con Pim Fortuyn
Por José García
Indudablemente,
Pim Fortuyn marcó un punto de inflexión en cuanto al discurso ultraderechista
clásico en torno a la homosexualidad y en cuanto al perfil a que estábamos
acostumbrados que tuviera un político de la extrema derecha europea. Lo
singular de Fortuyn no era que fuera homosexual y fascista. Las SA de Rhöm, en
la Alemania nazi, también asumían esa insoportable paradoja y pagaron un alto
precio por ello. Pero las SA nunca enarbolaron los valores democráticos y la
defensa de los derechos civiles lgtb y de las mujeres como raíces de su nación,
ahora atenazada, si hubiéramos de prestarle oídos al discurso de Fortuyn, por
la presencia invasiva de la cultura musulmana.
En
todo caso, el repentino asesinato de Fortuyn nos dejó en la duda de si este
incipiente homonacionalismo que sirvió de condimento a las proclamas xenófobas
y antimusulmanas de que hacía gala este líder ultraderechista holandés tendría
la posibilidad de instalarse en las cancillerías europeas en los albores del
siglo XXI. Pim Fortuyn fue tiroteado en un parking cuando iba a tomar su coche
durante la campaña electoral de 2002 en su país.
Pero
la estrategia discursiva de oponer derechos civiles y cultura islámica, un
Occidente civilizado y un mundo musulmán bárbaro, ya había calado entre la
intelectualidad fascista. No hay que olvidar que, ya en 2014, el vicepresidente
del Frente Nacional, en Francia, Florian Philippot, contó con todo el apoyo de
Marie Le Pen cuando resultó fotografiado con su pareja masculina. El Frente
Nacional, como otros partidos de la ultraderecha europea, empezaron a aceptar,
si no el matrimonio igualitario, sí las uniones civiles de las parejas del
mismo sexo, porque, en la nueva Europa primisecular, la extrema derecha
heredera de los fascismos y los nazismos del siglo XX había sustituido el
enemigo a abatir. Así, el antisemitismo ha decaído en la medida en que se
considera a Israel el gran aliado de Occidente en Oriente Próximo, los
‘homosexuales’ han podido ser asimilados a cierto orden moral (y, sobre todo, a
cierto orden económico), y hemos ido poco a poco retornando a un ambiente de cruzada
contra el turco que está haciendo de la islamofobia una piedra angular para el
renacimiento de viejas y oxidadas identidades ultranacionalistas.
Mucho
me temo que el pinkwashing, esa
estrategia que viene utilizando Israel para justificar sus ocupaciones en
Palestina con el argumento de extender los derechos lgtbi en la zona, está
desbordando las coordinadas de Oriente Próximo y empieza a impregnar toda la
política europea, merced al enorme predicamento que está adoptando el
homonacionalismo. En España, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo,
incluso pudimos ver vídeos propagandísticos de un partido como Vox utilizando
las ejecuciones a homosexuales en Irán como argumento islamofóbico, que
justificaba per sé el cierre de las
fronteras a determinados ciudadanos, según su origen.
Hilando
más fino, también podríamos aventurar que el recientísimo acercamiento del
Partido Popular a la comunidad lgtbiq parece inspirado por las seductoras
posibilidades del discurso homonacionalista, manejada esta repentina homofilia
con calculada ambigüedad. Esa clase de ambigüedad que les permite encabezar una
manifestación del Orgullo y decir a la vez a una persona que reclama el
estatuto de asilado por estar su sexualidad perseguida en su país que, “si lo
lleva con discreción”, no le pasará nada en su lugar de origen. Y luego
denegarle la solicitud de asilo.
No
toda la ultraderecha mundial ha seguido esta pauta, desde luego. El discurso y
la práctica política de Donald Trump, en Estados Unidos, por ejemplo, además de
ser islamofóbicas, también son abiertamente homofóbicas y transfóbicas. No me
creo que Trump esté consternado por las víctimas del atentado de Orlando. Y en
España, personajes del PP como Mayor Oreja han vuelto a resucitar el viejo
tópico occidental que asocia la permisividad sexual con la decadencia de las
civilizaciones, argumentando que la debilidad de Occidente frente al terrorismo
de ISIS hunde sus raíces en nuestra inoperancia para ponernos de acuerdo sobre
conceptos tan básicos como familia y matrimonio, para reivindicar las raíces
cristianas de Europa.
Sin
embargo, no creo que sean argumentos tan trasnochados los que prosperen en la
derecha y la ultraderecha europeas. El homonacionalismo, manejado con sagacidad,
promete mejores réditos electorales, y mejor control de las fronteras, que una
extemporánea homofobia sacada de contexto. Aunque posiblemente los objetivos de
unos y otros discursos no difieran en demasía: liquidar la Europa laica y multicultural
para volver a la vindicación de una Europa hegemónicamente cristiana. Y
entonces el homonacionalismo será reenviado a donde nunca debió dejar de ir. A
tomar por culo.
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