Mashrou' Leila y la cultura en el mundo islámico
Por Juan Argelina y Eduardo Nabal
Si hay una característica que defina lo que
llevamos de siglo XXI, es el conflicto entre la globalización heredada del
viejo imperialismo colonial y la resistencia presentada por las áreas del
planeta que se niegan a seguir siendo esquilmadas bajo el control de las nuevas
corporaciones trasnacionales, cuyo centro económico continúa estando en los
mismos lugares de antaño.
Esta globalización (ahora en crisis debido a la
cada vez más fuerte competencia en la lucha por el control de unos recursos
claramente insuficientes para mantener el ritmo del "progreso" de las
sociedades desarrolladas) ya no sólo se centra en lo puramente financiero, sino
que trata, mediante el control de los medios de comunicación, de imponer modos
de vida y pensamiento similares (por no decir idénticos) a los clásicos del
mundo occidental. El antiguo "eurocentrismo" ha renovado fuerzas,
ampliado con las nuevas tecnologías, y todo lo que no se parezca a nuestras
costumbres o actitudes consumistas, es mal visto o considerado peligroso.
El mundo, tras la descolonización, parecía marchar
por la senda de este tipo de "desarrollismo", marcado por los
intereses de las marcas comerciales, de forma imparable, y el fin del modelo
soviético pareció dar la razón a aquellos que predecían un nuevo período de
auge "pacífico" del neoliberalismo mundial. Pero esta nueva
"mundialización" del negocio tropezó con el mundo árabe. Las guerras
en Irak y Afganistán y las posteriores "primaveras árabes"
incendiaron un territorio ya de por sí inflamado por el eterno conflicto
palestino y la revolución iraní. Y los viejos rencores y contradicciones entre
tradición y "progreso" están minando ahora mismo por dentro a unas
sociedades que luchan por encajar lo mejor posible la mejora del nivel de vida
con la preservación de su cultura.
En muchos casos no ha sido posible esta mezcla. Los
países árabes más ricos, como Arabia Saudí o los Emiratos del Golfo Pérsico, con
unas leyes religiosas super-restrictivas, unidas a la marginación de la mayoría
de su población emigrante, se han convertido en regímenes autoritarios, con un
control cultural extremo. En los más pobres, como Marruecos, Túnez o Argelia,
la población malvive con unas tasas de paro alarmantes, si no están consumidos
por la guerra, como en Yemen, Libia o Siria.
Es en este panorama donde surgen las voces
críticas, desde una cultura que clama por denunciar las contradicciones de una
sociedad que se balancea entre sus tradiciones islámicas y una modernidad que
las acerca, para muchos "peligrosamente", a Occidente o lo que
consideramos “Occidente”. Por desgracia, muchas de las áreas que ya habían
entrado en esa modernidad, ahondando en la laicidad de sus legislaciones, o
alcanzando niveles de desarrollo similares a los occidentales, han sido
barridas por las ambiciones de poder de ese mismo Occidente al que imitaban,
como es el caso de Libia o ahora el de Siria, país que visitamos hace diez
años, que recorrimos entero sin ningún tipo de problema, y en el que vimos una
inquietud cultural envidiable.
También estuvimos en Beirut, ciudad enormemente
activa, admirable en su capacidad de reconstrucción tras una guerra civil y dos
conflictos contra Israel, que la dejaron al borde del colapso. Aquí fue donde
vimos, en el verano del 2008, al grupo Mashrou' Leila, que actuaba como
participante de la ‘Fête de la Musique’, celebrada todos los años en la ciudad.
Nos sorprendió ver un grupo de rock árabe tan fresco y contundente, y tratamos
de seguir sus pasos. Hoy día es conocido en todo el mundo y trata, sin perder
sus raíces culturales, de ser una voz disidente dentro de un ambiente musical,
o demasiado apegado a lo tradicional, o excesivamente comercial.
En 2014 estuvieron en Barcelona, presentando su
álbum "Raasük'". Ahí pudimos comprobar cómo en el mundo árabe también
se puede criticar el sexismo, la ortodoxia religiosa y cultural, la homofobia,
el consumismo, la amenaza sionista o la ausencia de derechos humanos. Su actitud
es muy valiente en una zona marcada por los conflictos que mencionábamos. Se
cuenta que el primer ministro libanés, Saad Hariri, acudió a uno de sus
conciertos en la ciudad de Biblos el 9 de julio de 2010, y salió
apresuradamente del recinto tras oír las letras de sus canciones. Letras
satíricas, que reflejan temas que la música comercial no se atreve a tratar:
los problemas de vivir en una ciudad como Beirut, dividida por una "línea
verde" que separa los barrios cristianos de los musulmanes, tan cercanos y
distantes en su forma de entender la vida; la guerra, el ambiente político, la
inmigración, o la homosexualidad, como se demuestra en su canción Shim el Yasmine, que describe cómo un
chico se atreve a presentar a su novio a sus padres; o en Fasateen, donde se aborda el tema de los matrimonios concertados,
desafiando la presión familiar y social, además de la dimensión paródica de los
roles de género.
Los códigos de la masculinidad reaparecen en los
miembros del grupo pero a la vez son cuestionados no solo por la ‘salida del
armario’ de su vocalista o la intencionalidad irónica de algunos de sus
videoclips, sino por su forma de ocupar un ‘no lugar’ apartado de proclamas de
heroicidad belicista, o por su mirada crítica a esa misma homosocialidad grupal
de la que surgen.
Su postura anti-Israel y su negativa a perder sus
raíces no les ha impedido aumentar su público y sus fans en todo el mundo, como
diciendo “no somos nosotros los que tenemos que cambiar nuestra música, sino
vosotros aquel tipo de gustos y sonidos en el que habéis sido adoctrinados”,
aunque su ruptura este bien lejos de ser drástica. La música de este grupo es
una auténtica fusión de estilos tanto del Medio Oriente como de Armenia (la
importancia del violín) y los ritmos típicos del jazz o el pop-rock con
influencia occidental. Los temas y las letras satíricas de Mashrou' Leila
reflejan las diversas facetas y las muchas imperfecciones, no sólo de la
sociedad libanesa, sino del mundo musulmán en general, con humor, calidez y
ternura. Sus componentes son actualmente Haig Papazian (violín), Omaya Malaeb
(teclados), Carl Gerges (batería), Ibrahim Badr (bajo), Firas Abu-Fakher y
Andre Chedid (guitarras) y Hamed Sinno (voz), cuyo carácter amable y accesible,
en un mundo dominado por la competitivad y el afán de protagonismo, sorprende
gratamente. Suenan auténticos, al igual que otros grandes creadores, que han
marcado toda una tradición crítica dentro de un mundo musulmán amplísimo, como
la inmensa Rimitti, el argelino Rachid Taha, el grupo tunecino Myrath, el
palestino Khalas, o el jordano Akher Zapheer, entre otros muchos.
Nos hallamos ante un panorama cultural que
claramente vuelve a chocar con el prejuicio occidental. Acostumbrados a ver a
través de los medios un mundo islámico medieval, nos sorprende ver el nivel
artístico y técnico que alcanzan los creadores en los países musulmanes.
Directores como la libanesa Nadine Labaki (Caramel)
, los iraníes Abbas Kiarostami o Asghar Farhadi (que no pudo recoger el oscar
el año pasado por su película El Viajante),
el sirio Moustapha Akkar, o el egipcio Youssef Chahine; escritores de la talla
del marroquí Abdelá Taia; o ilustradores y dibujantes como la libanesa Lina
Ghaibeh; o el tunecino Issam Smiri se han ganado por si mismos un puesto en la
cultura mundial, pese al "ombliguismo" y el silencio de los medios
occidentales hacia su obra.
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