Teoría queer y resistencias insólitas
Por Eduardo Nabal
Me encuentro a menudo con un rechazo de un sector
del feminismo hacia la teoría queer (algunos olvidaron que hubo un tiempo en
que no fue teoría), a partir de un supuesto análisis marxista de la Historia.
Un análisis que no es, que digamos, muy marxista, sino que, me temo, oculta una
estrechez de miras peligrosa hacia las ya no tan nuevas políticas del
sexo/género. La teoría o mejor dicho, al principio, la práctica ‘queer’, no ha
puesto el cuerpo en primer término como un capricho académico, sino como
consecuencia de la evolución de los movimientos de izquierdas, feministas,
antirracistas y por la liberación sexual en un momento de la historia de todas
estas políticas.
Un momento de la Historia en el que el sujeto ‘varón’
y ‘mujer', como binarismo, se reconocen como ocultando otras identidades; un
momento en el que los cuerpos racializados (sujetos a la islamofobia y otras
formas de racismo) reclaman su espacio en la esfera pública, en el que los
grupos subalternos (seropositivos, migrantes, trans, sin papeles) reclaman un
espacio en un modelo de comunidad gay conservador, o rompen con un feminismo
camino de la institucionalización.
Pensar que performar las identidades no es ‘pensar
en colectivo’ es no solo situarse antes de ‘lo personal es político’ del
feminismo clásico, sino incluso antes del concepto de política como eje
transformador que circula de lo individual a lo colectivo y viceversa. Gracias
a investigadores como Foucault, sabemos que hay formas de hacer vivir y dejar
morir, de racializar la otredad, de marcar lo subalterno, pero también de
resistir a los nuevos dispositivos de vigilancia.
Los dispositivos de racialización de la otredad y
de multiplicación de los dispositivos de vigilancia han tenido una plasmación
reciente, por ejemplo, en algunos aspectos de los trágicos atentados de
Barcelona. Leyendo el último libro de Butler, observo que nos habla de la
acción política en las calles a partir de su experiencia con el movimiento ‘Ocuppy
Wall Street’, o contra la política pro-Israel, y, aunque su formación es como filósofa del
género, pensar que sus ideas sobre la performatividad no han calado en la forma
de repensarnos como sujetos más allá de lo meramente LGTB es querer borrar un
devenir histórico afortunadamente imparable en su multiplicidad.
Ahora detengámonos en aspectos que, a priori,
parecen más ligados al mundo laboral que nos rodea. El éxito de la película Pride en algunos, no todos, cine-fórums
de izquierdas (siempre ligados a lo LGTB, claro; sin lo LGTB es difícil pensar
que estamos presentes ni siquiera ‘por pasiva’) me llevó a pensar, o repensar,
algunas premisas de la película misma. El tono de comedia o sátira no impide
que veamos algunas cosas que hoy por hoy siguen teniendo poca gracia en muchos
ámbitos laborales. Algunos de los mineros de esta cruzada común contra el
neoliberalismo salvaje y facistoide liderado por Tatcher finalmente abandonan
el ‘armario’. Pero lo que les había mantenido en él (algunos hasta la madurez)
no era el trabajo en la mina, ni siquiera roles familiares asumidos de
generación en generación, o el devenir derechista de la Inglaterra de Tatcher -en
plena oleada de neoconservadurismo-, sino simple y llanamente el ‘sindicalismo
de izquierdas’.
Es decir, performar determinadas identidades en
público choca contra ‘grandes causas’ construidas sobre un imaginario que
parece incapaz de renovarse. Basta con ver el poco calado o rastro que deja
nuestro paso cuando abandonamos los grupos o publicaciones de izquierdas -más aún en contextos provincianos-, siendo
pronto objeto de un discreto olvido.
Esta misma reflexión me hago ante el feminismo
dentro de los partidos o alrededor de ellos. Un feminismo capaz de repensar
pero que no deja de ser satélite. O sea, performar las identidades siempre que
no choque con las grandes causas del partido que, de un modo u otro, nos, las,
les cobija. En lugar de hacer que esa izquierda renueve su imaginario, entone
otros himnos, reformule sus conceptos en torno a ‘lo político’ y performen su
propia mitología, adaptamos nuestro o
nuestros feminismos a premisas filosóficas superestructurales que, siendo o no,
de carácter transformador, no dejan de ser de carácter heteropatriarcal o al
menos incapaces de renovarse a sí mismas, en favor de la visibilidad de las
lesbianas, las trans, los maricas, los moros y otras minorías que molestan.
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