La
pluma es un código complejo de comportamientos y actitudes físicas y
psicológicas que tradicionalmente se ha asociado a los hombres gays como una de
sus señas de identidad. La pluma es criticada desde gran parte del mundo heterosexual
como un exceso de afectación desplegado por los gays para molestar a los
hombres de verdad. En realidad, como en tantas otras cosas, lo mayoritario, la
norma, pasa desapercibida. Y lo mayoritario es la pluma hétero, “un código
complejo de comportamientos y actitudes que tradicionalmente se ha asociado a
los hombres heterosexuales como una de sus señas de identidad”.
La
pluma hétero es más ridícula que la pluma gay, ya que mientras que esta última
es soltada como una forma de juego irónico con la representación y la identidad
masculina, la pluma hétero está firmemente arraigada en la conducta de todo
macho que se precie como algo serio, incuestionable, “con lo que no se juega”,
algo tan instalado en el “ser un hombre” que ni siquiera de ve. Y no hay nada
más ridículo que tomarse en serio una identidad.
Si
se mira con cierta distancia, la pluma hétero es bastante cómica, sobre todo
comparada con la seriedad que muestran sus practicantes. Si se mira de cerca,
es algo horrible, es el código completo de los ritos de iniciación heterosexual
que sufren los niños desde su nacimiento, durante la escuela y en la vida
adulta.
He
aquí una lista (no exhaustiva) de cómo suelta pluma un hétero:
–
Rascarse los cojones en público.
–
Leer el MARCA. Discutir de fútbol con los compañeros y amigos.
–
Saludar a otro amigo propinándole golpes en la espalda o en el pecho y riendo
con la voz muy grave.
–
Intercalar un taco cada tres palabras.
–
Fumar puros tomando una copa de anís sentado con las piernas abiertas.
–
Escupir sorbiendo previamente los mocos.
–
Hacer comentarios machistas y homófobos.
–
Bailar agarrotado, con los puños cerrados y los codos pegados al cuerpo.
–
Echar el culo hacia atrás al abrazarse con un amigo.
–
Admirar los coches veloces, y conducir agresivamente.
–
Contar con orgullo las anécdotas de la mili (las novatadas tan “divertidas” que
hizo), las borracheras (es el que más aguanta) o las relaciones sexuales que ha
tenido con mujeres (las tías que “se ha tirado”).
–
Llevar pantalones siempre.
–
Beber cerveza agarrando la botella por el cuello y echando eructos sonoros de
forma ostensible.
La
pluma hétero es completamente alienante, porque la mayoría de sus practicantes
no se dan cuenta de que se trata de papeles o representaciones que no remiten a
ninguna “esencia” masculina o viril; y lo que es peor, muchos heterosexuales se
han construido una identidad inmutable en torno a esa pluma, repitiendo un
código de disciplina corporal y afectiva que garantiza la integración social,
pero que impide cualquier posibilidad de reconocimiento del propio deseo y del
propio cuerpo, en toda su diversidad.
La
pluma hétero no es un algo que pertenezca a los hombres que son heterosexuales.
Muchos gays en el armario sueltan pluma hétero como descosidos para que no se
sospeche que son maricas. Otros gays sueltan pluma hétero porque piensan que
así son más atractivos, más masculinos, más deseables para otros gays (algunos
leather, osos, moteros…).
Por
otra parte, algunos héteros no tienen nada de pluma (hétero), y entonces se
piensa de ellos que son maricas. Y finalmente, algunas lesbianas sueltan pluma
hétero porque les gusta romper con el papel femenino que se les asigna por el
hecho de ser mujeres. La mujer que suelta pluma hétero está realizando un acto
revolucionario, en el sentido matemático de la palabra, de girar un plano para
volver al punto de partida (la geometría los llama “cuerpos generados por
revolución”, ¡todo un modelo a seguir!), en realidad se conserva la separación
masculino/femenino, sólo que ellas le dan la vuelta a la tortilla (dicho sea
con todo el respeto).
Pero
es un acto también subversivo en la medida que conmueve los cimientos de la
asignación de roles, del “ser toda una mujer”. En realidad, como decía Lacan,
la mujer nunca es “toda”, y quizá eso le permite tener una necesidad menor de
reafirmar la identidad, o al menos tener una capacidad mayor de jugar con ella
y con su propio cuerpo.
La
pluma es un derecho, no un deber. Ningún proyecto de liberación puede basarse
en consolidar una identidad. Quizá con esta reflexión se consiga la liberación
más difícil, aquella de cuya necesidad no se tiene conciencia, y por tanto la
más radical: la liberación heterosexual.
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