Los
católicos, judíos y musulmanes integristas, los copeístas* desinhibidos, los
psicoanalistas edípicos, los socialistas naturalistas à la Jospin, los
izquierdistas heteronormativos y el rebaño creciente de los modernos
reaccionarios, estuvieron de acuerdo este domingo en hacer del derecho del niño
a tener un padre y una madre el argumento central que justifica la limitación
de los derechos de los homosexuales. Se trató de su día de salida, la
gigantesca salida del clóset de los hererócratas. Ellos defienden una ideología
naturalista y religiosa cuyos principios conocemos. Su hegemonía heterosexual
ha reposado siempre sobre el derecho de oprimir a las minorías sexuales y de
género. Se tiene la costumbre de verlos blandir un hacha. Lo que es
problemático es que fuerzan a los niños a portar esa hacha patriarcal.
El
niño que Frigide Barjot asegura proteger no existe. Los defensores de la
infancia y la familia hacen llamado de la familia política de un niño que ellos
construyen, un niño presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un
niño que privan de toda fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un
uso libre y colectivo de su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esta
niñez que ellos aseguran proteger exige el terror, la opresión y la muerte.
Frigide
Barjot, su musa, aprovecha que es imposible para un niño rebelarse
políticamente contra el discurso de los adultos: el niño es siempre un cuerpo a
quien no se reconoce el derecho de gobernar. Permítanme inventar,
retrospectivamente, una escena de enunciación, de hacer un derecho de réplica
en nombre del niño gobernado que fui, de defender otra forma de gobierno de los
niños que no son como los otros.
Alguna
vez fui el niño que Frigide Barjot se enorgullece de proteger. Y me sublevo hoy
en nombre de los niños que estos discursos falaces esperan preservar. ¿Quién
defiende los derechos del niño diferente? ¿Los derechos del chico pequeño que
ama vestir de rosa? ¿De la chica pequeña que sueña con casarse con su mejor
amiga? ¿Los derechos del niño queer, maricón, tortillera, transexual o
transgénero? ¿Quién defiende los derechos del niño para cambiar de género si lo
deseara? ¿Los derechos del niño a la libre autodeterminación de género y
sexualidad? ¿Quién defiende los derechos del niño a crecer en un mundo sin
violencia sexual ni de género?
El
discurso omnipresente de Frigide Barjot y de los protectores de los “derechos
del niño a tener un padre y una madre” me hace volver al lenguaje del
nacional-catolicismo de mi infancia. Nací en la España franquista, en la cual
crecí con una familia heterosexual católica de derecha. Una familia ejemplar,
que los copeístas podrían erigir como emblema de virtud moral. Tuve un padre, y
una madre. Cumplieron escrupulosamente su función de garantes domésticos del orden
heterosexual.
En
el discurso francés actual contra el matrimonio y la Procreación Médicamente
Asistida (PMA) para todos, reconozco las ideas y los argumentos de mi padre. En
la intimidad del hogar familiar, desplegaba un silogismo que invocaba la naturaleza
y la ley moral con el fin de justificar la exclusión, violencia e inclusive
asesinato de los homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un
hombre debe ser un hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”,
continuaba por “lo que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por
esto que los homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si
mi hijo es homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.
El
niño a proteger de Frigide Barjot es el efecto de un dispositivo pedagógico
temible, el lugar de proyección de todos los fantasmas, la coartada que permite
al adulto naturalizar la norma. La biopolítica1 es vivípara y pedófila. La
reproducción nacional depende de ello. El niño es un artefacto biopolítico garante
de la normalización del adulto. La policía del género vigila la cuna de los
vivientes por nacer, para transformarlos en niños heterosexuales. La norma
realiza su ronda alrededor de los cuerpos tiernos. Si tú no eres heterosexual,
es la muerte quien te espera. La policía del género exige cualidades diferentes
del pequeño chico y la pequeña chica. Da forma a los cuerpos a fin de dibujar
órganos sexuales complementarios. Prepara la reproducción, desde la escuela al
Parlamento, industrializándola. El niño que Frigide Barjot desea proteger es la
creatura de una máquina despótica: un copeísta empequeñecido que hace campaña a
favor de la muerte en nombre de la protección de la vida.
Recuerdo
el día en que, en mi escuela de monjas, las Hermanas Reparadoras del Sagrado
Corazón de Jesús, la madre Pilar nos pidió dibujar a nuestra futura familia.
Tenía 7 años. Me dibujé casada con mi mejor amiga Marta, tres niños y varios
perros y gatas. Había ya imaginado una utopía sexual, en la cual existía el
matrimonio para todos, la adopción, la PMA... Algunos días después, la escuela
envió una carta a mi casa, aconsejando a mis padres llevarme a ver a un
psiquiatra, a fin de arreglar lo antes posible un problema de identificación
sexual. Numerosas represalias siguieron a esta visita. El desprecio y rechazo
de mi padre, la vergüenza y culpabilidad de mi madre. En la escuela, se
extendió el rumor de que yo era lesbiana. Una mani de copeístas y
frigide-barjotianos se organizaba cotidianamente delante de mi clase. “Sal
tortillera —decían— te violaremos para que aprendas a besar como Dios quiere.”
Tenía un padre y una madre, pero fueron incapaces de protegerme de la
depresión, la exclusión, la violencia.
Lo
que protegían mi padre y mi madre, no eran mis derechos de niño, sino las
normas sexuales y de género que se habían ellos mismos inculcado en el dolor, a
través de un sistema educativo y social que castigaba toda forma de disidencia
con la amenaza, intimidación, castigo, y muerte. Tenía un padre y una madre,
pero ninguno de los dos pudo proteger mi derecho a la libre autodeterminación
de género y de sexualidad.
Huí
de este padre y esta madre que Frigide Barjot exige para mí, mi supervivencia
dependía de ello. Así, aunque tuve un padre y una madre, la ideología de la
diferencia sexual y la heterosexualidad normativa me los había confiscado. Mi
padre fue reducido al rol de representante represivo de la ley del género. Mi
madre fue privada de todo lo que habría podido ir más allá de su función de
útero, de reproductora de la norma sexual. La ideología de Frigide Barjot (que
se articulaba entonces con el franquismo nacional-católico) desolló al niño que
yo era del derecho de tener un padre y una madre que habrían podido amarme, y
cuidar de mí.
Nos
llevó mucho tiempo, conflictos y heridas superar esta violencia. Cuando el
gobierno socialista de Zapatero propuso, en 2005, la ley del matrimonio
homosexual en España, mis padres, siempre católicos practicantes de derecho, se
manifestaron a favor de esta ley. Votaron a favor del partido socialista por
primera vez en su vida. No se manifestaron únicamente a favor de defender mis
derechos, sino también de reivindicar su propio derecho a ser padre y madre de
un niño no-heterosexual. A favor del derecho a la paternidad de todos los
niños, independientemente de su género, sexo u orientación sexual. Mi madre me
contó que tuvo que convencer a mi padre, más reacio. Me dijo “nosotros también,
nosotros tenemos el derecho de ser tus padres”.
Los
manifestantes del 13 de enero no defendieron el derecho de los niños. Defienden
el poder de educar a los hijos en la norma sexual y de género, como supuestos
heterosexuales. Desfilan para mantener el derecho de discriminar, castigar y
corregir toda forma de disidencia o desviación, pero también para recordar a
los padres de hijos no-heterosexuales que su deber es tener vergüenza por
ellos, rechazarlos y corregirlos. Nosotros defendemos el derecho de los niños a
no ser educados exclusivamente como fuerza de trabajo y reproducción.
Defendemos el derecho de los niños a no ser considerados como futuros
productores de esperma y futuros úteros. Defendemos el derecho de los niños a
ser subjetividades políticas irreductibles a una identidad de género, sexo o
raza.
Qui
défend l'enfant queer ?, publicado en Libération el 14 de enero de 2013, en el
contexto de las manifestaciones en contra del matrimonio no-heterosexual en
Francia.
*
Seguidor de Jean-François Copé, político francés.
1
Concepto de Michel Foucault que designa un poder que se ejercer sobre el cuerpo
y las poblaciones. Autora de “Pornotopía: Arquitectura y sexualidad en Playboy
durante la guerra fría”, (Anagrama, 2010).
Texto
compartido de la web Artillería Imanente.
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