Por Eduardo Nabal
Como
Cernuda escribiendo su poema “Birds in the night”, iracundo ante la placa que
el Gobierno inglés dedicó a la memoria de Verlaine y Rimbaud (repudiados
mientras vivían) dan ganas de vomitar sobre los fastos y recordatorios, actos
de reparación cuando no de “perdón” (si "han leído bien" la monarquía
y la Iglesia “lo perdonan") hacia la figura del padre de la moderna
informática, de los ordenadores tal y como hoy los conocemos. Alan Turing, el
joven estudioso que construyó una máquina inteligente para luchar contra los
nazis y sentó las bases de la computación moderna siguiendo el tejido de Ada
Lovelace (hija de Lord Byron) y llevándolo al terreno del binarismo, ceros+unos
y la matemática computacional, fue en la Inglaterra de los años cincuenta
condenado por su homosexualidad y prácticamente asesinado por el Gobierno
inglés mediante la administración obligatoria de una cantidad indeterminada de
estrógenos destinados a mitigar su impulso (homo) sexual lo que,
presumiblemente, lo condujo a la depresión y el suicidio.
Si
fue envenenamiento o sucidio ya es casi lo de menos pues el nombre de Turing
como el de tantos otros ingleses de su generación fue sumido en el oprobio
social y el ostracismo después de haber sido un héroe de guerra, un agente
secreto cuyos conocimientos en informática se pusieron al servicio de la lucha
contra el avance de las fuerzas hitlerianas, rompiendo y averiguando los
códigos cifrados del enemigo. La patria de Oscar Wilde y de esa fascista
universal llamada Isabel II fiel a sí misma no tuvo clemencia y nuevamente
necesitó bastante tiempo para construirle un panteón entre los ídolos después
de arrástralo sin piedad por las cloacas de la ignominia de la mano de su
hipocresía victoriana y su sempiterna doble moral.
Pero
la leyenda no acaba ahí y no queda claro el alcance de todo ello y por eso ha
nacido la especulación y una abundante literatura en torno a esa manzana
mordida que es hoy también el símbolo de Apple, a esos experimentos caseros que
realizó Turing hasta el fin de sus días, a la posibilidad de un asesinato
político, a la nefanda actuación de médicos, antiguos colegas, espías y
policías, así como la misteriosa vinculación entre los binarismos
computacionales y esos binarismos de género que con su disidencia sexual llegó
a poner en cuestión, con o sin hormonas de por medio. Repugnantes los gestos de
conmiseración, condolencia o beatificación de las altas instituciones inglesas
que ahora “perdonan” a Turing sus flaquezas debido a su excepcional aportación
a la historia y la evolución del conocimiento modernos; sin comentarios.
Resulta curioso porque cuando yo estudiaba bachillerato la informática todavía
era cosa de los machos más listos de la clase, nadie enseñaba que sus padres
“espirituales” fueron una mujer poco convencional y un gay represaliado. Nadie
pensaba que los inventores de una máquina tan aplicada y sumisa tuvieran una
vida tan azarosa y pudieran tener un sueño turbado.
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