Después
del interés y controversia sucitada por
filmes como “Romeos” o, sobre todo, la más sencilla “Tomboy”- ambas sobre
mujeres o niñas que se sienten varones o
que ya lo son antes de la asignación o diagnóstico médico-y a la espera de la llegada
de la chilena “La mujer fantástica” nos toca analizar el estreno en DVD de la
australiana “52 martes”, ópera prima de Sophie Hyde. La joven realizadora mezcla
formatos y texturas, demuestra destreza, desparpajo, cierta naturalidad de
partida y talento visual aunque pone demasiados dispositivos de confesión y
construcción del discurso de la “verdad” entre los personajes y el
espectador/a, quedándose a medias en muchos de los senderos abiertos, con mayor
o menor acierto y también cierta tendencia al histrionismo y los momentos
forzados. Estamos ante un filme episódico, caleidoscópico, con algunos toques
líricos, algo desigual y paradójico, marcado por la decisión Jane/John de la
madre de la joven Billy por cambiarse de sexo aunque también de alejarse temporalmente
de su familia, resituada ante una mirada médica a la que no vemos pero que se
multiplica en multitud de dispositivos audiovisuales de confesión foucaultiana,
a veces ocasional, de la verdad sobre
los sexos y los géneros, la multiplicidad de experiencias posibles, el
discurso, el viaje temporal de mujer a
hombre o de niña a adulta, de espectadora a protagonista. Parece que la
realizadora quiere centrarse mas en el personaje de su hija, apartando a la
madre durante casi toda la semana, y centrándose mucho más en los cambios y andanzas socioafectivas de la
vivaz adolescente protagonista. Desplazando
hacia ella la subjetividad de una cámara en la que se filma sin parar y ocasionalmente a su madre/padre
(una dicotomía algo forzada) que solo se encuentra con él a lo largo de 52
martes seguidos donde se acercan o se distancias, con el núcleo familiar como
punto centrífugo, nuclear pero no tan radioactivo como cabría esperar. Dispositivos
como la cámara de los móviles o la cámara más tradicional queriendo apresar
unas sexualidades cada vez más diversas, unos géneros cada vez más
ingobernables son lo mejor de una película pequeña, amena pero no demasiado
innovadora como “52 martes”. Las relaciones cambiantes entre la madre y la hija
y de ambas con el entorno (padre y amigos/as incluidos) son interesantes pero la directora no sabe
dotar a los dos personajes principales de los matices necesarios cayendo en
algunos clichés no sabemos si inevitables, sin que la evolución de su
relación acabe de resultar todo lo natural que pretende.
Estamos ante un filme
mas inteligente que “Romeos”, mucho mas aparatoso en su construcción dramática
que “Tomboy” o “Boys dont cry” (aunque también más lúdico y optimista que éste
último) y que nos habla no solo del camino a través de
las fronteras socioculturales del género sino de las experiencias sexuales en
la adolescencia como réplica a la redefinición de los roles en el llamado
“mundo adulto”, como sátira o posicionamiento de rebeldía y finalmente cierta
empatía. El deseo de Billy de filmar a sus amigos/as en plenas relaciones
eróticas o formando parte de ellas, la historia de amor/desamor que inicia con una
compañera de colegio y las tensiones con un nuevo amigo y su padre biológico
hacen que “52 martes”, con su ágil montaje y evocadora banda sonora , mezcle con cierta soltura pero alguna bajada
de tono el melodrama familiar y la comedia satírica y desafiante sobre los
postulados de una normalidad tan endeble como la todavía llamada por algunos
dispositivos médicos “anormalidad”. La diversidad sexual y la redefinición de
los roles dentro del núcleo familiar incluyendo los roles padre-hija o
marido-mujer la convierten en un filme interesante y complejo, algo lastrado
por algunas imágenes altisonantes (de carácter histórico, geológico y documental) casi innecesarias salvadas por la limpieza de
la mirada de la joven protagonista y el encomiable esfuerzo de todo el elenco
por dar vida y trasladar a la cotidianeidad temas que normalmente no están en
nuestro entorno más próximo, o no sabemos verlos aunque los tengamos delante.
“52 martes”, mezclando humor y desgarro, tiene momentos de gran belleza formal
aunque se nos antoja un filme algo artificioso y levemente pedante o sensiblero
para hablar con naturalidad de la
diversidad de los géneros y las experiencias sexuales. Un exceso de
dispositivos en los que filmar la evolución de los personajes, aunque, a pesar
de sus altibajos narrativos y enredos incómodos, el filme deja un buen sabor de
boca ya que la decisión de Jane/John por hacer frente a la transformación
corporal (a pesar de algunos problemas con la testosterona y sus efectos
secundarios, algo un poco forzado ya que las hormonas masculinas no tienen
tantos efectos secundarios como las femeninas) se inserta en un entorno
familiar juvenil, variopinto y
reconocible que llevan a su hija a ver como esas relaciones que mantiene con
amigos y amigas son igualmente artificiosas, construidas y a la tan vez complejas que el honesto viaje de su padre
hacia la autenticidad y la autoaceptación en un medio que se mueve entre el
interés, el control, el hedonismo y la perplejidad. La valentía de las
sentencias finales recupera un poco el tono reivindicativo y amateur de un filme algo frío y desangelado
pero lleno de emociones contenidas que abusa de los primeros planos de la joven
protagonista pero también evita la mirada morbosa, compasiva o escéptica.
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