jueves, 31 de agosto de 2017

ENTREVISTA A BEA CHINASKI SOBRE TRANSFEMINISMOS


 
 

Por Eduardo Nabal


 

“El régimen heterosexual lleva produciendo arte para ensalzarse a sí mismo desde la noche de los tiempos, y lo lleva haciendo, en buena medida, con el ingenio y la creatividad de muchísimos artistas LGTB”

 

 

Hay gente que piensa que eso del transfeminismo es  querer ser o parecer  más “chic” que el feminismo, pero la realidad es otra cosa.  Sobre todo cuando el transfeminismo contempla la realidad rompiendo binarismos históricos  y visibilizando a todo tipo de mujeres, de todas las extracciones sociales y orígenes geográficos  ¿Crees que como dice Beatriz Preciado “Afortunadamente ha estallado el sujeto “mujer” del feminismo clásico” o todavía hay resistencias?

 

Beatriz C: Las palabras son importantes, porque nombran realidades y el mundo se comprende a través de ellas. Considero que el transfeminismo, más que un modo de hacer “chic” el feminismo, es un modo de hacerlo más inclusivo, más accesible, más humano y cotidiano. El prefijo “trans” aporta a la mirada feminista un punto de vista interseccional que pone al feminismo en directa relación con otros movimientos sociales, problemáticas sociales y, sobretodo, con otras circunstancias clave que confluyen en nuestras vidas, como son la raza, la clase social, el nivel cultural, la funcionalidad, etc. El transfeminismo es una ventana abierta en el ambiente de un feminismo excesivamente encorsetado e institucionalizado y, a diferencia de aquel, éste aterriza en nuestros cuerpos, los atraviesa y se deja atravesar por ellos, entrando en un constante diálogo, y es por eso también, que está en constante cuestionamiento y fricción consigo mismo. Por otro lado, a mí me encantaría que Preciado tuviera razón, porque si realmente el sujeto “mujer” del feminismo clásico hubiese estallado, el mundo sería un lugar más habitable. Pero creo que ese estallido se ha producido sólo a nivel teórico y a nivel práctico en esferas aún muy reducidas. No lo estoy quitando importancia, ni mucho menos. De hecho creo que es una grieta importante que puede llevarnos –y debe llevarnos- a resquebrajar todo el sistema binario clásico, pero también debo decirte que cuesta bastante trabajo aún explicar la multiplicidad identitaria a personas que incluso están más o menos familiarizadas con el feminismo clásico. Por decirlo de un modo más sencillo: creo que el sujeto “mujer” del feminismo clásico ha estallado, pero creo que la onda expansiva no ha llegado aún a la cotidianidad de nuestras semejantes.

 

La producción teórica en el Estado Español sobre teoría queer empezó algo capitalizada por los hombres pero actualmente casi todo hace referencia a las mujeres, las lesbianas, las migrantes y sus vivencias. Son tiempos difíciles a todos los niveles ¿Tenemos las herramientas suficientes para hacer frente a recortes llenos de ideología?

 

Bea Ch: Tenemos algo más importante que las herramientas, algo mejor. Tenemos el modo de fabricarlas y conseguirlas y sabemos también cómo usarlas. En cualquier caso, y como bien dices, ninguna decisión es apolítica. De hecho, considero que uno de los errores más grandes que cometió el movimiento 15M fue declararse “apolítico”, cuando lo que se estaba dirimiendo allí era una cuestión ideológica clásica: las explotadas frente a las explotadoras, el capital económico frente al capital humano, el heteropatriarcado frente a prácticas sexuales y culturales  feministas disidentes . Con cada recorte se va un derecho individual y viene una oleada de ideología ultraderechista hipermasculinizada. No es casual que se recorte en sanidad, ni en derechos reproductivos, ni en servicios sociales, ni en cultura, ni en educación. Se está recortando, en definitiva, todo aquello que mejora la vida de la gente, de ahí que no sea descabellado decir que estamos asistiendo al momento más álgido de una cultura basada en un patriarcado capitalista y gerontocrático absolutamente aberrante y obsceno. Y tengo que decir que la primera vez que leí Capitalismo Gore, fantástico ensayo de Sayak Valencia, pensé en Tijuana, pero hace unas semanas volví a ojearlo, y la frontera entre México y España se había desdibujado ya en el hedor y el desprecio hacia la vida que muestran quienes nos gobiernan y quienes, acríticamente, irresponsablemente, les devuelven la confianza en forma de voto o de silencio. 

 

El movimiento gay clásico se ha quejado de que los profes de literatura antigua armarizaran a Lorca o a Cernuda. Vosotras reclamáis figuras históricas de la lengua castellana como Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Crees que las mayores resistencias vienen de la academia o también las hay de un sector del movimiento feminista obsesionado con la  imagen de cara a no sé quién?

 

Bea Chinaski: Es verdad que durante mucho tiempo se ha silenciado la identidad sexual de muchos escritores gays. Y es curioso, porque la lista de escritores “no heterosexuales” de las letras castellanas es bastante extensa. Personalmente, sería incapaz de explicar a mi alumnado la obra de Cernuda, de Lorca o de Gil de Biedma, por poner sólo tres ejemplos, sin citar si quiera su homosexualidad. Creo que las profes tenemos aquí un claro compromiso con la visibilización de la homosexualidad o la bisexualidad en personajes ilustres. No se puede escribir un verso tan brutal como “si el hombre pudiera decir todo lo que ama”, si realmente ese hombre pudiera decirlo. Y mis alumnos tienen derecho a comprender lo que pasa dentro de los poemas, no lo que lo políticamente correcto dice que pasa. La literatura es incómoda, por eso es literatura. Por otra parte, el mapa literario “oficial” está yermo en lo que a mujeres escritoras se refiere y más aún, las que están, como Emilia Pardo Bazán o Teresa de Jesús, tienen una presencia casi anecdótica y son tratadas con  displicencia Y es extremadamente injusto, porque ambas fueron verdaderas bestias políticas y literarias, jugando papeles activos y muy influyentes en su época. Igual ocurre en el caso de Sor Juana, que ni siquiera aparece en los manuales. En este sentido, sí que creo que hay cierto interés desde determinados frentes feministas clásicos, en invisibilizar y silenciar muchas actitudes, digamos “masculinas” en todas estas escritoras, silenciando muchas veces la homosexualidad de éstas. Es, por ejemplo, el caso de Sor Juana, cuya voz se ha utilizado hasta la saciedad en discursos feministas “heterosexuales”, silenciando la relación amorosa de la escritora con la Virreina. Y eso, de algún modo, también es lesbofobia, y también es invisibilizar aspectos de la identidad de un personaje histórico clave, a favor de no sé qué intereses.

 

 

A mí no me importan las etiquetas, pero prefiero ponérmelas yo. ¿Cómo veis el tema ya legendario y no se si tópico de la doble discriminación?

 

B.C: Coincido contigo en el tema de las etiquetas. Para alguien que trabaja con las palabras, como es mi caso, las etiquetas son importantes y son herramientas muy útiles con las que podemos nombrar cuestiones que están a nuestro alrededor e incluso algunas cosas que nos pasan. Cuando descubrí la teoría queer me sentí mucho mejor que antes de conocerla. Yo era la misma persona, pero de pronto ya tenía al menos un nombre que ponerle a eso que a mí me pasaba. Por eso no entiendo cuando la gente dice que la Teoría Queer es sólo una teoría. A mí me trajo luz y un nombre para quien, en buena medida, yo era, y eso es más de lo que pudiera pedirle a una teoría. Y lo de la doble discriminación... bueno. Yo creo que no se trata de sumar discriminaciones, sino más bien de analizar cómo éstas se entrecruzan entre sí en cada persona y en cada momento, como se atraviesan y se influyen y modifican unas a otras. No soy heterosexual, ni mujer, ni hombre, ni siquiera diestro, así que, créeme, estoy acostumbrado a vivir en un mundo no diseñado para mí, pero no entiendo esas “divergencias” como algo acumulativo, sino como rasgos que confluyen en un cuerpo que es el mío y se conjugan para ir resolviendo atolladeros vitales grandes y pequeños. Pero eso lo explica mucho mejor que yo Lucas Platero en su ensayo “Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada”.

 

Aunque haya muchos hombres, heteros y gays, bastante acaparadores también hay chavales que a los veinte años están leyendo a Butler o a Preciado. Yo preferiría que leyeran literatura escrita por mujeres y LGTB. No solo porque, en ocasiones, es empezar la casa por el tejado sino porque muchas veces ya estaba casi todo, al menos potencialmente, a estas autoras.

 

B.C: Entiendo lo que dices, y estoy de acuerdo. Pero creo que deberíamos estar dando saltos de alegría por que haya gente que use sus veinte años para leer a Butler y a Preciado. Son señales de que el mundo a veces es maravilloso. Pero sí que es cierto que estamos huérfanos de historia. Estamos huérfanos de una literatura abiertamente queer, y de arte, de música, de cine, de plástica y, en general, de arte que nos evidencie y que nos nutra, de un arte catárquico y enfurecido que nos diga que eso somos nosotros sin máscaras, sin tener que cambiar géneros, ni nombres, ni caras a los personajes. Necesitamos un románico marica, un gótico bollo, un renacimiento trans. Y estamos obligados a construirnos incluso las ruinas de nuestra propia cultura transmaricabollo. El régimen heterosexual lleva produciendo arte para ensalzarse a sí mismo desde la noche de los tiempos, y lo lleva haciendo, en buena medida, con el ingenio y la creatividad de muchísimos artistas homosexuales. Debemos empezar ya a construir lo que es nuestro. Por ejemplo, necesitamos que la infancia queer tenga referentes en sus cuentos y en sus lecturas infantiles. Es algo que me obsesiona, y por eso estoy trabajando junto con la ilustradora Vesna Bolanca y la historiadora del arte Almudena Eslava, en una colección de álbumes ilustrados dirigidos directamente al niño queer, a la niña rarita o bollo, al que no se siente ni niño ni niña y a la que está enamorada de su compañera de pupitre. Es, creo, un compromiso que tenemos contraído con nosotros mismos, con nuestra comunidad. Si después de eso leen o no a Butler, no importa tanto como que sus vidas sean mejores.

 

¿Crees como decía Adrienne Rich, poetisa, que “las mujeres siguen estando en las últimas filas de la política” o que hay mujeres en cargos importantes  pero no representan a un colectivo cada vez mas diverso en todos los sentidos?

 

B.C: Creo que es mucho peor de lo que apuntaba Rich. Creo que estamos asistiendo a un momento en el que algunas mujeres han conseguido llegar a las primeras filas de la política y el poder, siempre y cuando han seguido obedientemente los pasos que el sistema capitalista y patriarcal les ha ido marcando. Creo que las mujeres que realmente consiguen llegar están, de hecho, y como bien dices, tan homogeneizadas por eso. Porque llegan gracias a que no han cuestionado ni un ápice el sistema ni la estructura hipermasculinizada en la que consiguen insertarse a costa de muchas cosas, y el poder que detentan queda siempre oscurecido por una violencia simbólica que es, como tal, invisible a los ojos. Siguen, además, haciendo políticas patriarcales, jerárquicas y verticales. Son mujeres que se ponen al servicio del capital y al servicio del sistema que no pone en el centro la vida, sino el dinero. Creo que esas mujeres se están equivocando profundamente, porque de algún modo, están siendo instrumentalizadas por el poder a cambio de convertirse en poderosas. Me alegra, por eso, que algunos movimientos sean liderados por mujeres que no encajan en la imagen de mujer poderosa y gélida que corta cabezas desde dentro de su traje de chaqueta. En ese sentido hay otras mujeres en la esfera pública que no son para nada representativas del colectivo, tan homogénero, de “mujer con poder”, que siempre responde al mismo perfil, ése de mujer ejecutiva que empezaron a vendernos las revistas femeninas a principios de los ochenta, e igual por ahí, por un camino en el que las mujeres y los cuerpos disidentes empiecen a tomar las riendas no sólo de sus vidas, sino de la política y los espacios públicos, empiecen a cambiar las cosas. 

miércoles, 30 de agosto de 2017

LA CRIMINALIZACIÓN DE LAS PROSTITUTAS

 Dos años de la Ley Mordaza para las trabajadoras del sexo

 

Por Colectivo Hetaira


Hace dos años que entró en vigor la Ley de Seguridad Ciudadana también conocida como 'Ley Mordaza'. Dos años ya desde que entró en vigor la Ley Mordaza recortando nuestros derechos y libertades.
La ciudadanía organizada a través de la plataforma ‘No Somos Delito’ continuamos mostrando nuestro más profundo rechazo a una ley que atenta contra nuestros derechos civiles y libertades. Las trabajadoras del sexo, están afectadas doblemente, en primer lugar como ciudadanas y, en segundo lugar, por la actividad que desempeñan. Por tanto, también alzan su voz para protestar contra una legislación que se ceba especialmente con ellas a través de sanciones específicas contra el trabajo sexual.

Dos años ya que Delegación de Gobierno hace caso omiso a las graves consecuencias que la Ley Mordaza está teniendo sobre las trabajadoras del sexo del Polígono de Villaverde. Consecuencias que no nos cansamos de repetir.

Dos años ya de nuevas vulneraciones de derechos humanos y de criminalizar su trabajo. Desde una lógica democrática, ante un colectivo vulnerable como es el de las trabajadoras del sexo, el papel de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado debería ser protegerlas y no perseguirlas y penalizarlas. El hostigamiento policial y la persecución conllevan una mayor clandestinidad. Y la clandestinidad conduce a una mayor vulnerabilidad para sufrir abusos y agresiones. Las mujeres para evitar ser perseguidas y/o sancionadas se ven obligadas a realizar los servicios en lugares más alejados y peligrosos y pierden capacidad en la negoción con el cliente sobre el uso del preservativo, el precio, etc. Además, como alternativa a la criminalización del ejercicio en el espacio público, algunas mujeres se trasladan a lugares cerrados donde ante la falta de derechos laborales los dueños de los locales imponen condiciones abusivas de trabajo.
 Dos años ya que el jefe de brigada del grupo XI de la UCRIF provincial y su subalterna comenzaron a utilizar la Ley Mordaza como instrumento arbitrario para imponer el miedo y cometer abusos policiales contra las mujeres que ejercen en el Polígono de Villaverde. Insultos machistas, homófobos, tránsfóbos, racistas, xenófobos y amenazas de agresiones físicas han sido el día a día en el polígono desde que entró en vigor la Ley Mordaza.
La nueva estrategia de Delegación de Gobierno para invisibilizar la criminalización de las trabajadoras del sexo y no seguir empañando una imagen ya de por sí cuestionada, es no ofrecer cifras oficiales sobre el número total de multas interpuestas a prostitutas a través de la Ley Mordaza. Según el Ministerio del Interior, en los últimos 18 meses han sido multadas 329 prostitutas según el artículo 37.5 que penaliza la exhibición obscena. Lo que se omite al dar estos datos es que la mayoría de las multas a trabajadoras del sexo se llevan a cabo a través del artículo 36.6 que penaliza la desobediencia a la autoridad. Esto  supone que las cifras reales asciendan a un número notablemente más alto pero que no podemos conocer ni analizar debido a la evidente estrategia de ocultación de Delegación de Gobierno.
Dos años ya son demasiado tiempo. Demasiado tiempo de violencia institucional. Demasiado tiempo para la falta de respuesta ante las repetidas denuncias de abusos policiales. Demasiado tiempo de silencio ante una vulneración de derechos humanos en la ciudad de Madrid.
Dos años ya reclamando la derogación de una ley que, lejos de resolver problemas sociales, los agrava. Y no dejaremos de hacerlo, no dejaremos de insistir en que la seguridad de la ciudadanía en general y de las trabajadoras del sexo en particular nada tiene que ver con leyes que criminalizan derechos fundamentales.
Es fundamental reconocer los derechos de las trabajadoras del sexo y que puedan trabajar en un espacio seguro sin molestar ni ser molestadas.

AUGE MUNDIAL DE LA EXTREMA DERECHA

 

Por qué el homonacionalismo ultraderechista en Europa no murió con Pim Fortuyn

 

Por José García



 
Indudablemente, Pim Fortuyn marcó un punto de inflexión en cuanto al discurso ultraderechista clásico en torno a la homosexualidad y en cuanto al perfil a que estábamos acostumbrados que tuviera un político de la extrema derecha europea. Lo singular de Fortuyn no era que fuera homosexual y fascista. Las SA de Rhöm, en la Alemania nazi, también asumían esa insoportable paradoja y pagaron un alto precio por ello. Pero las SA nunca enarbolaron los valores democráticos y la defensa de los derechos civiles lgtb y de las mujeres como raíces de su nación, ahora atenazada, si hubiéramos de prestarle oídos al discurso de Fortuyn, por la presencia invasiva de la cultura musulmana.

En todo caso, el repentino asesinato de Fortuyn nos dejó en la duda de si este incipiente homonacionalismo que sirvió de condimento a las proclamas xenófobas y antimusulmanas de que hacía gala este líder ultraderechista holandés tendría la posibilidad de instalarse en las cancillerías europeas en los albores del siglo XXI. Pim Fortuyn fue tiroteado en un parking cuando iba a tomar su coche durante la campaña electoral de 2002 en su país.

Pero la estrategia discursiva de oponer derechos civiles y cultura islámica, un Occidente civilizado y un mundo musulmán bárbaro, ya había calado entre la intelectualidad fascista. No hay que olvidar que, ya en 2014, el vicepresidente del Frente Nacional, en Francia, Florian Philippot, contó con todo el apoyo de Marie Le Pen cuando resultó fotografiado con su pareja masculina. El Frente Nacional, como otros partidos de la ultraderecha europea, empezaron a aceptar, si no el matrimonio igualitario, sí las uniones civiles de las parejas del mismo sexo, porque, en la nueva Europa primisecular, la extrema derecha heredera de los fascismos y los nazismos del siglo XX había sustituido el enemigo a abatir. Así, el antisemitismo ha decaído en la medida en que se considera a Israel el gran aliado de Occidente en Oriente Próximo, los ‘homosexuales’ han podido ser asimilados a cierto orden moral (y, sobre todo, a cierto orden económico), y hemos ido poco a poco retornando a un ambiente de cruzada contra el turco que está haciendo de la islamofobia una piedra angular para el renacimiento de viejas y oxidadas identidades ultranacionalistas.

Mucho me temo que el pinkwashing, esa estrategia que viene utilizando Israel para justificar sus ocupaciones en Palestina con el argumento de extender los derechos lgtbi en la zona, está desbordando las coordinadas de Oriente Próximo y empieza a impregnar toda la política europea, merced al enorme predicamento que está adoptando el homonacionalismo. En España, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, incluso pudimos ver vídeos propagandísticos de un partido como Vox utilizando las ejecuciones a homosexuales en Irán como argumento islamofóbico, que justificaba per sé el cierre de las fronteras a determinados ciudadanos, según su origen.

Hilando más fino, también podríamos aventurar que el recientísimo acercamiento del Partido Popular a la comunidad lgtbiq parece inspirado por las seductoras posibilidades del discurso homonacionalista, manejada esta repentina homofilia con calculada ambigüedad. Esa clase de ambigüedad que les permite encabezar una manifestación del Orgullo y decir a la vez a una persona que reclama el estatuto de asilado por estar su sexualidad perseguida en su país que, “si lo lleva con discreción”, no le pasará nada en su lugar de origen. Y luego denegarle la solicitud de asilo.

No toda la ultraderecha mundial ha seguido esta pauta, desde luego. El discurso y la práctica política de Donald Trump, en Estados Unidos, por ejemplo, además de ser islamofóbicas, también son abiertamente homofóbicas y transfóbicas. No me creo que Trump esté consternado por las víctimas del atentado de Orlando. Y en España, personajes del PP como Mayor Oreja han vuelto a resucitar el viejo tópico occidental que asocia la permisividad sexual con la decadencia de las civilizaciones, argumentando que la debilidad de Occidente frente al terrorismo de ISIS hunde sus raíces en nuestra inoperancia para ponernos de acuerdo sobre conceptos tan básicos como familia y matrimonio, para reivindicar las raíces cristianas de Europa.

Sin embargo, no creo que sean argumentos tan trasnochados los que prosperen en la derecha y la ultraderecha europeas. El homonacionalismo, manejado con sagacidad, promete mejores réditos electorales, y mejor control de las fronteras, que una extemporánea homofobia sacada de contexto. Aunque posiblemente los objetivos de unos y otros discursos no difieran en demasía: liquidar la Europa laica y multicultural para volver a la vindicación de una Europa hegemónicamente cristiana. Y entonces el homonacionalismo será reenviado a donde nunca debió dejar de ir. A tomar por culo.

martes, 29 de agosto de 2017

GÉNERO COMO PERFORMATIVIDAD

Teoría queer y resistencias insólitas

 

Por Eduardo Nabal






Me encuentro a menudo con un rechazo de un sector del feminismo hacia la teoría queer (algunos olvidaron que hubo un tiempo en que no fue teoría), a partir de un supuesto análisis marxista de la Historia. Un análisis que no es, que digamos, muy marxista, sino que, me temo, oculta una estrechez de miras peligrosa hacia las ya no tan nuevas políticas del sexo/género. La teoría o mejor dicho, al principio, la práctica ‘queer’, no ha puesto el cuerpo en primer término como un capricho académico, sino como consecuencia de la evolución de los movimientos de izquierdas, feministas, antirracistas y por la liberación sexual en un momento de la historia de todas estas políticas.
Un momento de la Historia en el que el sujeto ‘varón’ y ‘mujer', como binarismo, se reconocen como ocultando otras identidades; un momento en el que los cuerpos racializados (sujetos a la islamofobia y otras formas de racismo) reclaman su espacio en la esfera pública, en el que los grupos subalternos (seropositivos, migrantes, trans, sin papeles) reclaman un espacio en un modelo de comunidad gay conservador, o rompen con un feminismo camino de la institucionalización.
Pensar que performar las identidades no es ‘pensar en colectivo’ es no solo situarse antes de ‘lo personal es político’ del feminismo clásico, sino incluso antes del concepto de política como eje transformador que circula de lo individual a lo colectivo y viceversa. Gracias a investigadores como Foucault, sabemos que hay formas de hacer vivir y dejar morir, de racializar la otredad, de marcar lo subalterno, pero también de resistir a los nuevos dispositivos de vigilancia.
Los dispositivos de racialización de la otredad y de multiplicación de los dispositivos de vigilancia han tenido una plasmación reciente, por ejemplo, en algunos aspectos de los trágicos atentados de Barcelona. Leyendo el último libro de Butler, observo que nos habla de la acción política en las calles a partir de su experiencia con el movimiento ‘Ocuppy Wall Street’, o contra la política pro-Israel,  y, aunque su formación es como filósofa del género, pensar que sus ideas sobre la performatividad no han calado en la forma de repensarnos como sujetos más allá de lo meramente LGTB es querer borrar un devenir histórico afortunadamente imparable en su multiplicidad.
Ahora detengámonos en aspectos que, a priori, parecen más ligados al mundo laboral que nos rodea. El éxito de la película Pride en algunos, no todos, cine-fórums de izquierdas (siempre ligados a lo LGTB, claro; sin lo LGTB es difícil pensar que estamos presentes ni siquiera ‘por pasiva’) me llevó a pensar, o repensar, algunas premisas de la película misma. El tono de comedia o sátira no impide que veamos algunas cosas que hoy por hoy siguen teniendo poca gracia en muchos ámbitos laborales. Algunos de los mineros de esta cruzada común contra el neoliberalismo salvaje y facistoide liderado por Tatcher finalmente abandonan el ‘armario’. Pero lo que les había mantenido en él (algunos hasta la madurez) no era el trabajo en la mina, ni siquiera roles familiares asumidos de generación en generación, o el devenir derechista de la Inglaterra de Tatcher -en plena oleada de neoconservadurismo-, sino simple y llanamente el ‘sindicalismo de izquierdas’.
Es decir, performar determinadas identidades en público choca contra ‘grandes causas’ construidas sobre un imaginario que parece incapaz de renovarse. Basta con ver el poco calado o rastro que deja nuestro paso cuando abandonamos los grupos o publicaciones de izquierdas  -más aún en contextos provincianos-, siendo pronto objeto de un discreto olvido.
Esta misma reflexión me hago ante el feminismo dentro de los partidos o alrededor de ellos. Un feminismo capaz de repensar pero que no deja de ser satélite. O sea, performar las identidades siempre que no choque con las grandes causas del partido que, de un modo u otro, nos, las, les cobija. En lugar de hacer que esa izquierda renueve su imaginario, entone otros himnos, reformule sus conceptos en torno a ‘lo político’ y performen su propia mitología, adaptamos nuestro o nuestros feminismos a premisas filosóficas superestructurales que, siendo o no, de carácter transformador, no dejan de ser de carácter heteropatriarcal o al menos incapaces de renovarse a sí mismas, en favor de la visibilidad de las lesbianas, las trans, los maricas, los moros y otras minorías que molestan.
 

lunes, 28 de agosto de 2017

HOMOFOBIA, TRANSFOBIA Y RACISMO

Abran las fronteras

 

Por Eduardo Nabal





La derecha en el poder intenta captar, sin mucho éxito, a un sector del movimiento o ‘comunidad’ LGTBIQ para su cruzada racista y antiinmigración, bajo el presupuesto eurocéntrico de la homofobia inherente a determinadas culturas ‘de origen’, particularmente aquellas unidas a la religión islámica. Mi rotunda condena a los atentados terroristas de Barcelona va acompañada a mi condena a las grandes palabras del presidente del Gobierno hablando de los ‘valores de Occidente’, mientras vende armas a aquellos países donde se sigue ejecutando a la comunidad LGTBIQ y donde se arma a esos que cometen esos mismos atentados.
Esta doble moral no es nueva, pero aprovecha la inseguridad de la nueva Europa y la oleada migrante para criminalizar a los que viene de fuera, en extrañas amalgamas en que las palabras significan lo que ellos quieren que signifiquen. El colmo es cuando la llamada ‘comunidad islámica’ parece tener que explicar que esos atentados no han sido cometidos en su nombre, lo que no hacen otros grupos cuando hay asesinatos de mujeres, violencia homófoba, otro tipo de racismo o accidentes laborales.
Señalar al Islam como una religión machista y homófoba tiene su parte de verdad en algunos sectores, pero este tipo de generalizaciones nos impiden ver ‘la viga en el ojo propio’, en uno de los países de Europa, el nuestro, que más dinero da a la Iglesia Católica y donde la derecha en el poder ha puesto fin a la prevención antisida y a la educación para la ciudadanía.  Pero un sector, aún más amplio, también dentro la comunidad LGTBIQ no es solo ya multicultural de por sí (como hemos podido ver en las manifestaciones y contramanifestaciones de, por ejemplo, el Pride de  Londres y otros lugares de Europa), sino que es capaz de vincular- sea de forma consciente o no- la causa de las dicotomías sexo/género como la de otro tipo de bordes y fronteras reales y simbólicas que se inscriben y re-inscriben sobre sus cuerpos, sus nombres, sus carnets de identidad, el color de sus pieles, la lectura de sus diferencias anatómica.
 Somos capaces de ver nuestras propias identidades atravesadas por condicionamientos desde muchos frentes, identidades que siempre se han opuesto a las religiones monoteístas, incluida la que sostiene con fondos públicos el Estado Español, y también la que actúa y señala en nombre de Alá.  Aunque pueda parecer algo forzado, en los tiempos fascistoides de Trump y de esta Europa que no quiere saber gran cosa de los ‘refugiados’, se pone en evidencia que los discursos reaccionarios no solo quieren racializar la otredad, cerrar las fronteras sociogeográficas, sino también esencializar los géneros y re-marcar los binarismos sexuales, no solo expulsando a las trans del ejército -como en EEUU-, o exterminando a los gays visibles en campos de concentración- como Putin-,  sino concediendo solo los derechos formales que mantienen a la llamada ‘comunidad LGTB’ en sus espacios acotados y ‘protegidos’, pero eliminándolos del espacio público mediante la violencia, el ostracismo, la descalificación eclesial  o los recortes, algo que también afecta a algunas conquistas de las mujeres en general.
Y es aquí donde izquierdas y derechas están fracasando  en un sentido y en otro. Resulta significativo que si la derecha en el poder ha recortado en sanidad, educación y derechos sociales, la izquierda lo haya hecho, al menos en su sector más institucional, en lo que se refiere a “reconocimiento de la diversidad” dentro de sus grupos.  Pero los discursos queers, a pesar de sus dificultades iniciales para articularse dentro de los grupos antiracistas o los discursos antiracistas  o anticapitalistas, también dentro de algunos grupos LGTBIQ, son un elemento de multiplicidad y diversidad sexual y racial, imparable ya por su proliferación misma, como hemos podido ver, sin ir más lejos, en el ya masivo Orgullo Indignado de Madrid (silenciado por los mass media al uso) , en las manifestaciones contra el Pinkwashing de Israel, o contra las fronteras del último Pride de Londres.
Encasillados por fuerzas sociales caducas y coercitivas como hombres o mujeres, o como homos o heteros, al nacer, con igual violencia y teniendo que transitar hacia un lugar ‘no otorgado’, parece lógica nuestra visión clara y meridiana del carácter culturalmente construido de las fronteras geopolíticas y los discursos supremacistas que las sustentan y ratifican, las custodian y las renombran.
Fugitivas del género, saboteadoras del deseo normativizado, desplazados en algunos partidos, refugiadas del heteroterrorismo, luchamos contra el asimilacionismo de carácter racista y también contra las fronteras levantadas frente a personas que vienen de otros lugares o países buscando cobijo y se encuentran feroces cancerberos a las puertas de la Europa derechizada, diezmada, jerárquica, cobarde y atravesada por discursos racistas, homófobos, islamófobos y transfóbicos que se unen, también, como nosotras debemos unirnos, en una causa común contra sus bordes, sus mercados, sus policías y sus fronteras, sus cartas de inmigración, sus protocolos médicos y sus presunciones eurocéntricas y heterocentradas.
 

 

jueves, 24 de agosto de 2017

lunes, 21 de agosto de 2017

CONJURANDO LA ISLAMOFOBIA

Brigitte Vasallo es activista, escritora, investiadora y autora de Porno-burka.

 

El holocausto que está por venir

 

Por Brigitte Vasallo


 
No pensaba escribir sobre los atentados de Barcelona pero, al fin y al cabo, esta es mi ciudad, donde nací y donde he pasado buena parte de los mejores y los peores momentos de mi vida. Supongo que eso la hace mía y me hace suya a mí. Y necesito descargar, y lo voy a hacer aquí.
En 2011 sufrimos un atentado en el café Argana de Marrakech. Como Barcelona, aquella también es mi ciudad y también parte de mi red afectiva íntima estaban muy cerca del lugar del atentado, como ayer.
Desde ese mismo año, Siria se ha desvanecido, ha sido desangrada, destrozada. No viví nunca allí, pero Siria era como la hermana mayor para muchas de nosotras, el lugar donde nacían los libros que leíamos, donde se hacía la música que escuchábamos. La Siria mítica, ese lugar eterno, al que siempre mirábamos, al que se iba a aprender “árabe de verdad”, como se dice medio en broma, medio en serio. Yo preferí aprender “árabe de mentira”, el marroquí, y soñar con ver Siria algún día. Una Siria que no puedo dejar de imaginar, como una muerte repentina que no sabes asumir, que no puedes creer.
Iraq también era un hermano mayor. Baghdad, las grandes orquestas de la música clásica, el maqam, el origen de todo.
Todos esos lugares son nuestras casas. No solo donde dejas el sombrero, también donde pones los sueños.
Hace más de veinte años que me obsesiona la islamofobia. Después de vivir una década en Marruecos, en sus barrios populares, en una familia tradicional y amorosa, no entendía la imagen tan distorsionada que teníamos aquí sobre las mujeres marroquíes, sobre el islam, sobre todo ello. No conocí nunca a nadie que respondiese al estereotipo. Para empezar, me niego a nombrar a ninguna mujer del mundo como sumisa. Las mujeres hacemos lo que podemos con nuestras circunstancias. Todas tenemos nuestras formas de resistencia. Había mujeres aliadas del machismo, claro, como Cospedal. Hay cospedales marroquíes. Y hay hombres machistas, como el que busca a Juana Rivas para quitarle a sus hijos. Y hubo infinidad de hombres que se relacionaron conmigo de la forma más cuidadosa, paternal, amistosa y fraterna que podamos imaginar. Y ellos también eran y son marroquíes. Y mujeres feroces, mujeres jabatas, como las de mi familia, que se pelean con el imam de la mezquita de enfrente cuando dice cosas que no les parecen bien.
He sido activista durante muchos años en Red Musulmanas, cuando ni se hablaba de islamofobia ni apenas de feminismo islámico y éramos los bichos raros en todas partes. O demasiado mujeres, o demasiado feministas, o demasiado musulmanas o demasiado poco. Siempre estábamos en exceso de algo. Yo era la única no-musulmana del grupo y, si alguna vez lo problematizaba, las demás se reían de mí. Laura Rodríguez Quiroga usaba una frase: tú hablas musulmán! Y nos reíamos. Nunca me sentí fuera de lugar entre ellas, al contrario, siempre fueron e hicieron de aquel mi hogar también.
Ayer, Miriam Hatibi, barcelonesa y musulmana, decía que ella también era víctima del atentado, también es su ciudad, también tiene aquí a su gente. Pero a ella, además, se la está señalando como culpable. ¿Culpable de qué, exactamente? ¿De ser musulmana? Todos los hombres cis deberían estar pidiendo perdón por este atentado, si las cosas funcionasen así. Porque fueron hombres, aunque decir esto, claro, queda de feminazi. Pero decir lo otro queda hasta bien, señalar a los musulmanes queda hasta valiente.
Valientes como estos señalaron a Alfred Dreyfus a finales del siglo XIX por ser judío, a pesar de que también era francés. Ese caso fue el principio de todo lo que vino después en Europa: desde el Holocausto hasta el escaqueo de crear el Estado de Israel y hacer pagar a la población palestina por nuestro genocidio. Valientes como estos están hoy reforzando posiciones idénticas a las fascistas, aunque explicadas en post-moderno. Pero igual de fascistas. Valientes como estos nos han metido en esta guerra.
Así que no: hoy no toca analizar sesudamente a los musulmanes, sino la cobardía de quienes los señalan en lugar de mirar el mapa global y entender de verdad qué responsabilidades tiene quién. Y hoy toca decirles a los y las compañeras musulmanas que seguimos aquí. Que no nos van a dividir. Que sabemos que todo esto cala hondo, pero que llevamos años preparándonos, que todo el tiempo que habéis dedicado a enseñarnos qué es la islamofobia no ha sido en vano, que no somos tan permeables, que no nos tragamos cualquier cosa. Y que sabemos que vienen tiempos difíciles, pero seguiremos estando ahí. Hemos aprendido y no nos dividirán.
Cuidaos mucho y que Allah nos otorgue a todxs la paciencia y la compasión.