Paolo
Virzì, uno de los mejores realizadores italianos en activo, que ya demostró su
talento para la comedia humanista en filmes como “Catherina va in città” (al
servicio de Margherita Buy) se acerca sin prejuicios y con tono irónico, fresco
y nada complaciente al tema de la enfermedad mental en la a la vez deliciosa y
amarga “Locas de alegría”. Sin falsear la realidad de la vida en las
instituciones mentales y como una leve herencia de la antipsiquitaria italiana
de los setenta (sobre todo en el momento en el que las dos protagonistas
femeninas se fugan del lugar en el que se encuentran recluidas representado sendos papeles) “Locas de
alegría”, es un filme de contrastes, choques y mezclas. Mezcla entre la comedia
y el drama, la sátira social y el melodrama intimista, el tono ligero y los
apuntes serios, la crítica suave y los puyazos a aspectos como la alienación y
la delgada línea que separa a médicos de enfermos, la normalidad de la
alucinación, la amistad del amor, el parentesco de la filiación. El simpático
filme de Virzí se apoya en dos grandes interpretaciones. La actriz y directora
Valeria Bruni-Tedeshi despliega todos sus recursos, sin rehuir el más descarado
histrionismo, para meterse en la piel y los modelos de una
excéntrica aristócrata que traba una íntima y a la vez compleja amistad con una
joven de distinta procedencia socioeconómica, encarnada con sobria intensidad
por Micaela Ramazzotti, actriz poco conocida fuera de la cinematografía de su
país pero que acaba erigiéndose en la verdadera protagonista del relato.
Virzí (que ya sorprendió en toda Europa hace pocos años por su mordaz "El capital humano") consigue que el ritmo de su farsa, de su comedia dramática y de su
sátira de costumbres no decaiga ni un momento disparando no solo contra la
explotación de los enfermos sino también contra los aspectos menos halagüeños
de la condición femenina y las frustraciones existenciales en la sociedad
italiana de nuestros días así como contra aquellas instituciones que se
encargan de custodiar a sujetos que chocan entre sí. Bellamente fotografiada,
filmada con brío, con una vistosa banda sonora y un verdadero recital
interpretativo del dueto protagonista, “Locas de alegría” oscila entre el
patetismo y lo poético, el surrealismo y la falsa ingenuidad, sin decantarse
nunca por un tono definido pero consiguiendo una extraña coherencia en la
propia incoherencia de ese lenguaje que trata de aprehender en sus imágenes, a
la vez serenas e inquietas, que lo rozan pero nunca llegan a caer en el
delirio, arriesgando lo justo para que su entretenimiento no peligre más allá
de una comedia inteligente y finalmente algo desencantada, algo desigual entre
sus pretensiones y resultados, con grandes interpretaciones y una ajustada y
hermosa puesta en escena, que transciende lo teatral hacia lo puramente
fílmico, lo cómico y lo onírico hacia un realismo algo disfrazado de ligereza
pero, en el fondo, desgarrador.
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