O de mi terriblemente inconsciente decisión de compartir con todas mis impresiones sobre el referéndum del 1 de Octubre
Por Guillem Clua
El
azar ha querido que estos días de alto voltaje político, social, judicial,
policial, nacional y sentimental hayan coincidido con un curso de guión que
estoy impartiendo en ESCAC. Ayer les contaba a mis alumnos lo que es un
MacGuffin y en ese momento tuve una revelación: ¿y si el referéndum del 1-O no
fuera más que eso en la larga y compleja trama del Procés?
El
MacGuffin es un recurso narrativo bautizado por Alfred Hitchcock que consiste
en establecer un objetivo concreto que obliga a un protagonista a actuar,
haciendo avanzar la historia. Su única función en el guión es esa, una excusa
argumental para que las cosas no se estanquen, que precipita la acción y que a
medio plazo coloca a los personajes en una nueva situación de conflicto que,
esta vez sí, será determinante para la resolución de la trama.
El
1-O sólo tiene sentido si se explica en esos términos. Y de ser así tengo que
reconocer que los artífices del Procés son unos putos genios del guión.
Intentaré explicarme con claridad. Analicemos en primer lugar el relato que se
nos está contando: el Parlament de Catalunya, avalado por una mayoría absoluta,
ha aprobado la celebración de un referéndum vinculante que deja sin efecto la
Constitución española y el Estatut de Autonomía y reclama para sí una soberanía
nacional que inviste a los catalanes de la capacidad de autodeterminarse. El
objetivo de la convocatoria electoral sería, por tanto, establecer si una
mayoría de catalanes quiere la independencia y actuar en consecuencia. Todos
los esfuerzos narrativos del Govern se han centrado siempre en explicar y
defender ese relato: la insistencia de que se votaría “com sempre”, la absoluta
seguridad de que el resultado sería vinculante, la invitación a los partidarios
del NO a participar… La mayoría soberanista ha apostado fuerte para que el
referéndum se celebre y el Estado ha mordido en anzuelo y con la habilidad
política de un elefante en una cacharrería ha reaccionado de la peor manera
posible, con prohibiciones, querellas, peticiones al TC, acciones policiales y
ni una pizca de inteligencia política. Todo, de nuevo, acorde al guión
previsto.
Pero
ante todos esos acontecimientos siempre me asaltaba una duda. ¿Cómo puede el
Govern ser tan ingenuo? Saben perfectamente que este referéndum fue aprobado en
una sesión sonrojante y poco democrática del Parlament, que no cumple ninguna
de las condiciones de la Comisión de Venecia, que no tiene apoyo internacional,
que sólo está apelando a los votantes del SÍ, que no puede ser vinculante por
más que se empeñen y que jamás será reconocido. Lo saben pero aún así lo llevan
a cabo. Durante mucho tiempo he creído que se habían vuelto locos, pero si el
1-O es en realidad un MacGuffin, veo que se trata de un inteligente plan
perfectamente trazado y que se está desarrollando de manera impecable.
Si
el referéndum no es el objetivo real de los soberanistas, ¿cuál es entonces?
¿Para qué montar esa monumental excusa narrativa? ¿Cuál es el objetivo de
verdad a medio plazo? La respuesta está clara: provocar las reacciones
autoritarias del Estado que ya estamos viendo, esperar a que cometan un error
monumental (como el uso de la fuerza ante unas reivindicaciones que por más que
estén fuera de las leyes españolas siempre han sido pacíficas) y aumentar la
base social favorable a la independencia. En pocas palabras: el objetivo real
es obligar al Estado a que muestre su verdadero yo. Quieren hacerle ver a todo
el mundo que el rey va desnudo o, aún peor, que lleva ropa interior franquista.
Y lo están consiguiendo.
Da
miedo y vergüenza comprobar cómo el gobierno de Rajoy ha caído en esa trampa (y
sobre todo que el PSOE, el único partido político que ahora mismo tendría la
llave para empezar a cambiar algo, le coma de la mano de manera tan
escandalosa). Quizás el PP lo ha hecho a sabiendas, quién sabe, incapaz ya de
echarse atrás en ese papel de salvapatrias tan del siglo XIX que, eso cree, es
una gran cantera de votos. No lo sé. Lo que está claro es que deberán cambiar
el rumbo tarde o temprano. Y eso ya no es una hipótesis remota. Es seguramente
la única opción que tendrán, porque el soberanismo habrá ganado el pulso del
1-O haya referéndum o no lo haya. Me atrevería a decir que ya lo han ganado
hoy. Porque el referéndum es un MacGuffin, recordémoslo, una zanahoria para que
el burro avance, nada más. Y mientras Rajoy mira la zanahoria, Puigdemont
señala la luna.
Y
ante ese panorama se me presenta la cuestión más difícil: ¿cómo me posiciono
yo? Los que me conocéis sabéis que nunca he sido independentista y que siempre
he soñado con una España realmente plural en la que las diferentes naciones
(sí, naciones) que la conforman convivan por decisión propia en un Estado
federal con respeto y admiración mutuos. De ahí que siempre haya defendido un
referéndum de autodeterminación pactado y vinculante, como los de Reino Unido y
Canadá (y como desea el 80% de la población catalana). Pero por desgracia
vivimos en un país que aún arrastra terribles lastres del Franquismo, mucho más
pesados de lo que creíamos, y la refundación de España se antoja cada vez más
difícil. Entiendo perfectamente la necesidad del soberanismo de liberarse de
ese lastre cortando amarras. Es la solución más fácil: ahí os quedáis, nosotros
nos largamos. Como si muchísimos españoles (ay, aún minoritarios) no quisieran
liberarse también de toda esa mierda. Es una solución legítima a la que me
siento cercano, pero que aún no me veo capaz de apoyar. No puedo dejar a su
suerte a esos españoles que sí desean un cambio, como si yo tuviera un bote
salvavidas y prefiriera huir del transatlántico que se hunde en lugar de ayudar
a tapar el agujero por el que se cuela el agua. Llamadme ingenuo, optimista o
(¡horror!) equidistante, pero yo aún creo que ni a España ni a Catalunya les
iría mejor por separado, que corrupción y mierda hay en todas partes (y, oh
sorpresa, nadie está hablando de ella ni en Madrid ni en Barcelona) y que el
franquismo y sus secuelas no pueden ser eternos.
A pesar de eso (o quizás precisamente por eso)
estoy empezando a ver que el 1-O es necesario, que todo ese proceso puede
desencadenar fuerzas muy peligrosas, sí, pero que quizás acabará siendo (oh,
paradoja) la única manera de refundar España entera. Si sale bien la estrategia
final del soberanismo (que, recordemos, no es el MacGuffin de este referéndum,
sino la ampliación de la base soberanista a una mayoría incontestable)
Catalunya y España tendrán que sentarse a hablar, una nación con otra, y
establecer las bases de su relación, espero que mediante un referéndum acordado
y esta vez sí, legal a los ojos de todos, en el que el conjunto de los
ciudadanos se sientan llamados a participar. Y quién sabe, quizás al final los
que salvarán España habrán sido, precisamente, los independentistas. Y ese
desenlace sí que sería digno de Hitchcock.
(Guillem Clua es un joven dramaturgo catalán afincado en Madrid conocido por el éxito de obras como "Smiley, una historia de amor")
(Guillem Clua es un joven dramaturgo catalán afincado en Madrid conocido por el éxito de obras como "Smiley, una historia de amor")
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