El virus del miedo, mas teatro en el cine controvertido e inteligente del realizador catalán Ventura Pons
“El virus del miedo” muestra lo mejor
y lo peor del cine del realizador catalán Ventura Pons. Nuevamente una base
teatral y pocos escenarios, actores no profesionales mezclados con actores
curtidos en el mundo de las tablas o las series de televisión, aciertos y
originalidad en la puesta en escena con momentos de planificación rutinaria al
servicio de los diálogos o el lucimiento de los actores y las actrices de
diferentes generaciones. El gran mérito de esta película- que queda muy por
debajo de sus grandes obras: el documental “Ocaña”, el largometraje “Manjar de
amor” y sus ácidas colaboraciones con el dramaturgo Sergi Belbel, lo
encontramos en la valentía del tema que aborda y la naturalidad con lo que lo
hace. Pons, ya veterano realizador pero fiel a sus constantes temáticas y
estilísticas, adapta una obra teatral de Josep María Miró, la rueda en catalán
y consigue conservar parte de la fuerza del texto original al no intentar, como
se suele decir, “airear la obra” o adornar el texto. El filme, sin abandonar un
tono de comedia dramática algo ligero, aborda el tema de la sospecha, la
hipocresía y la doble moral al tiempo que nos acerca de refilón a un tema tabú
donde los haya: los abusos sexuales a menores. Pero el enfoque de Pons no es el
acostumbrado. Estaríamos más cerca del terreno de Lilian Hellman y “The
children's hour” sino fuera porque este joven y fornido monitor de natación,
algo gamberrete y descerebrado pero afectuoso, no casa muy bien con el ambiente
cuasi-vicotoriano de un colegio para señoritas, aunque los padres de aire
mojigato y linchador si resultan perfectamente creíbles. Pero la historia de la
propagación de un escándalo, de unos seres que dejan entrever sus prejuicios
poniendo a un niño como excusa sigue
siendo un tema de sangrante actualidad y siempre delicado de tratar con
destreza sin herir pieles de distinta procedencia. Se trata pues de desmontar topicazos y Pons
vuelve a hacer otro de sus “morceaux de bravoure” que, no obstante, funciona
más por sus buenas intenciones y loables propósitos que por sus grandes
resultados cinematográficos, con una puesta en imágenes ajustada pero
rutinaria. Así, todos los intérpretes actúan con eficacia pero con un punto de
histrionismo que nos recuerda casi se continuo tanto su procedencia escénica
como la naturaleza dramática de la pieza en que se basa la película, que se ve
con interés pero sin demasiado entusiasmo.
El cine de Pons se resiste a avanzar
hacia terrenos fílmicos de mayor envergadura, como si su verdadero espacio se
encontrara siempre entre el documental y el teatro bien filmado, pero su
prestigio autoral se lo debe a películas ya señeras como su maravilloso
documental “Ocaña” sobre la rutilante Barcelona de la transición y una de sus
figuras icónicas más iconoclastas y a su desafío a tabúes entonces vigentes
como la homosexualidad, el feminismo, la historia no contada de Cataluña, la
lucha antifranquista, la historia de los movimientos por la liberación sexual o
la vida en los barrios menos favorecidos de la ciudad siempre acompañado de
incursiones, cada vez más frecuentes, en universos literarios y, sobre todo,
teatrales donde ha pasado de moverse con soltura (Caricias, Manjar de amor) a
hacerlo con frialdad, como ocurre en sus últimos trabajos con un aire
televisivo algo impersonal. Se agradece no obstante su incombustible valentía a
la hora de acercarse, desde su óptica siempre personal y discutible, a figuras
como el diseñador de moda seropositivo “Ignasi M”., la mítica escritora
catalana Mercè Rodoreda o a temas como la sexualidad en la tercera edad
(Barcelona: un mapa) o como en “El virus del miedo” al tabú del sexo
intergeneracional, los abusos y la propagación de la calumnia. Otras de sus
obras son reflexiones más o menos inteligentes sobre la juventud actual mejores
de lo que parecen (“Año de gracia”) o sobre el mundo del teatro y la feminidad
como “Actrices” o “Anita no pierde el tren” ambas protagonizadas por Rosa María
Sardá dando lo mejor de sí misma. El cine de Pons como el del mallorquín
Villaronga está rodado en catalán y al ser un cine de actores y actrices es
para ser degustado en versión original algo que aún sigue causando resistencias
sorprendentes en este estado cateto, que todo lo confunde, patidifuso, lleno de
“miedo a la libertad” e incapaz de aceptar la diversidad.
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