viernes, 12 de agosto de 2016

BIOPOLÍTICA

Procreación políticamente asistida*

 

Por Paul B. Preciado

 

 

En términos biológicos afirmar que el encuentro  sexual de un hombre y una mujer es necesario para desarrollar un proceso de reproducción es tan poco científico como lo fueron en otros tiempos las afirmaciones según las cuales la reproducción no podía tener lugar entre dos sujetos pertenecientes a una misma religión, el mismo color de piel o idéntica clase social. Si nosotros somos capaces de identificar estas afirmaciones como prescripciones sociopolíticas ligadas a ideas religiosas, raciales o de clase, deberíamos también ser capaces de identificar hoy la ideología heterosexista como impulsora de los argumentos que sostienen que la unión sexopolítica entre un hombre  y una mujer son las condiciones necesarias para la reproducción.
            Detrás de la defensa de la heterosexualidad como única forma de reproducción natural se esconde la tendenciosa confusión entre práctica y reproducción sexual. También ideas sobre el amor romántico y el destino biológico, que primero se han convertido en dogmas y luego en instituciones.  La bióloga Lynn Margulis nos avisa de que la reproducción social humana es mayótica: la mayor parte de nuestros cuerpos son diploides, es decir series de 23 cromosomas. Al contrario, los espermatozoides y los óvulos son celulas halópidas. Solo tienen tres cromosomas en juego. La reproducción sexual no exige la unión erótica o política entre un hombre y una mujer: ni hetero ni homo, es un proceso de recombinación del material genético de dos celulas haploides.
            Pero las células haploides no se encuentran nunca por casualidad. Todos los animales humanos proceden de manera políticamente asistida. La reproducción supone siempre la colectivización o puesta en común del material genético de un cuerpo a través de una practica social más o menos regulada, sea mediante una técnica heterosexual (la eyaculación del pene en el interior de la vagina), sea por un intercambio amistoso de fluidos, o sea por una jeringa en una clínica o por una placa en un laboratorio.
            Históricamente, diferentes formas de poder han buscado controlar los procesos reproductivos. Hasta el siglo XX, cuando aún no se podía intervenir a nivel molecular, la dominación más fuerte se ejercía sobre el cuerpo femenino, útero en potencia y elemento gesante. Uteros como maquinas receptoras.
            No importa lo que produce un útero, siempre es considerado como propiedad del ‘pater familias’. Formando parte de un proyecto biopolítico en el seno del cual la población era objeto de cálculos economicistas y el agenciamiento heterosexual se convirtió en un dispositivo de reproducción “nacional”.
            Todos los cuerpos cuya unión no daba lugar a la reproducción fueron excluidos del ‘contrato heterosexual’ soporte de las modernas democracias.  Es el carácter asimétrico y normativo lo que llevará a Monique Wittig a decir, en los años setenta, que la heterosexualidad no es solo una práctica, sino también “un régimen político”.  
            Para los gays, las lesbianas, para algunos transexuales, para algunos heterosexuales, para los asexuados o las personas con alguna diversidad funcional, no es posible tener un encuentro pene-vagina con eyaculación. Pero esto no quiere decir que no seamos fértiles o que no tengamos el derecho de transmitir nuestra información genética. Gays, lesbianas y transexuales no somos únicamente ‘minorías sexuales’ (yo utilizo aqui el término minoria en el sentido deleuziano, no en términos estadísticos, sino como en términos de un sector social políticamente oprimido de forma real o simbólica), somos también ‘minorías reproductivas’.
            Hasta ahora, hemos pagado nuestra ‘disidencia sexual’ con el precio del silencio genético en torno a nuestros cromosomas. No solo se nos ha privado de la posibilidad de la transmisión de un patrimonio económico, también nos han confiscado el ‘patrimonio genético’. Gays, lesbianas, transexuales y los cuerpos considerados ‘discapacitados’  hemos sido políticamente esterilizados, o bien hemos sido forzados/as a reproducirnos mediante técnicas heterosexistas bajo supervisión médica. La actual batalla por la extensión de la reproducción asistida a los cuerpos ‘no heterosexuales’ es una guerra política y económica por la total despatologización de nuestras formas de vida y por el control de nuestros materiales reproductivos, sin cortapisas ni intermediarios.
            El rechazo de algunos gobiernos a la reproducción asistida para personas LGTB, para las parejas ‘no heterosexuales’, viene a sostener las formas hegemónicas y clásicas de rerproducción y algunos gobiernos europeos perpetúan una política de ‘Heterosexismo de Estado’. Una forma de totalitarismo invisiblizada por la norma social.  Es el caso de España, con la reciente desatención a las madres lesbianas o solteras por parte de un sector de la Sanidad en manos de la derecha que planea como un fantasma sobre la Europa de hoy en día.
  *Este artículo fue originariamente publicado en el periódico francés Liberation el 27 de septiembre de 2013. Traducción autorizada de Eduardo Nabal

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