martes, 30 de agosto de 2016

¿PERIODISMO FRÍO?

El pájaro amarillo

de Truman Capote


 

 

Por Eduardo Nabal


Truman Capote fue ante todo un gran escritor de cuentos y novelas cortas. En obras hoy poco recordadas como Otras voces, otros ámbitos retrato ese Sur de los EEUU de esa forma lírica, socialmente angustiada, sexualmente ambigua y desde una mirada de ¿falsa? inocencia adolescente solo comparable a otros narradores de su generación con los que se le ha equiparado con mayor o menor sutileza, como Tennessee Williams, Carson Mc Cullers, Eudora Welty, Harper Lee o Flanery O' Connor. Hoy día es conocido como el autor que revolucionó la novela de sucesos y como autor de A sangre fría, pero incluso esta es valorada por cuestiones técnicas o criminológicas que no nos desvelan mucho del Capote interior, que pasó del relato de niñez delicado y enfermizo al retrato frívolo y mordaz de las estrellas de su generación.

            Uno de los temas que atraviesa el libro más famoso (que no necesariamente el mejor) de Truman Capote, In Coold Blood, es que puede habitar poesía en seres sin escrúpulos, desheredados y a la vez herederos de una Norteamérica que se desea enterrar: la Norteamérica mestiza, degradada por el expolio, la pobreza y el caciquismo sureño. Los EEUU hegemónicos del poder y la violencia como lenguajes. También la del exterminio de los indios y la demonización (en el cine de masas, sin ir más lejos) de su cultura, como la de las personas de otras razas. Aún hoy cuando estos -en ocasiones desde la cárcel- siguen reclamando sus tierras. La historia no escrita ni filmada en casi ningún western es la del genocidio de los indios, la del mestizaje y la de la expulsión de sus tierras por los colonos con poder y armas. Como en algunos personajes asociales de Tennessee Williams (No sobre ruiseñores, Especie fugitiva), Capote nos habla de los mecanismos de exclusión de una sociedad basada en un modelo que representan los Clutter (aunque nunca llegaron a representarlo del todo porque esa familia no existe): la familia ideal, unida, blanca, silenciosa, modélica, algo aburrida pero sumisa y leal a sus principios y a los de su “comunidad”. Aquí equiparada a la familia cristiana, trabajadora y amable. Términos que no suelen ir unidos pero que en la novela de Capote aparecen de forma algo fría y aséptica para dar un contraste blanquecino y protestante en comparación con la negrura que desprende la piel de esos envilecidos asesinos que no solo cometen un crimen múltiple y estúpido, sino además sin el menor sentido y casi deseando ser descubiertos por su escapatoria sin perspectiva alguna. Y ese sinsentido es el que da morbo al lector y al escritor, al investigador, al poeta y al amante de la literatura en crisis del periodo. Pero dejando aparte las cuestiones de psicopatía y criminología, de moral o inmoralidad, de ética o estética, nos podemos detener en una hermosa metáfora presente en el libro y en la película de Richard Brooks. La reproduzco tal cual:

            “Fue precisamente después de una de esas palizas, una que nunca podría olvidar. (“Me despertó. Tenía una linterna y empezó a darme golpes con ella. Siguió pegándome y pegándome. La linterna se rompió, y siguió pegando a oscuras”), cuando apareció un gran pájaro amarillo. Llegó mientras dormía, un pájaro “más alto que Cristo, amarillo como un girasol”, un ángel guerrero que las dejó ciegas mientras le rogaban que tuvieran piedad” y entonces se lo llevó a, suavemente, estrechándolo en sus alas al “paraíso”.

            Violencia de su padre hacia su madre, de ambos hacia los niños. La de las monjas hacia los huérfanos, la de las instituciones hacia los desheredados, la de los carceleros a los reclusos. La de los colonizadores a los colonizados. A pesar de todo, Perry es el único que sigue sintiendo una especie de amor-odio por su progenitor, el único que no lo ha olvidado, según la moda psicoanalítica todavía vigente en los EEUU de los sesenta, aunque con importantes fracturas marcadas por filmes como Lilith o novelas como la posterior Alguien voló sobre el nido del cuco, que también nos habla del retorno de los indios, considerados locos, a esas colinas de libertad que un día les fueron expoliadas, escapando de ese manicomio construido para los que quedan fuera del ‘american dream’. Pero volvamos a la novela periodística que se dice, un tanto a la ligera, inauguró Capote con su controvertida A sangre fría. El padre alardea de una foto sin saber que su chico de sangre cherokee está metido en un lío del que no podrá escapar. Brooks recurre a unas explicaciones psicológicas muy del momento pero, al igual que Capote, prefiere a Perry y es su terrible ejecución la que filma con todo lujo de detalles y nos muestra su punto de vista hacia la oscuridad, donde no pueden salvarle ni siquiera esos pájaros amarillos que lo rescataban de los golpes de las monjas. Los actores principales (incluso la mayoría de los secundarios) han aprendido el Método Staniwlasky de actuar con todo el cuerpo, de convertirse en los personajes, a atormentarse con ellos, como ya hicieron Brando, Dean o Clift. Y si en el caso de los Clutter quedan algo desdibujados por la tensión y la iluminación algo incómoda del episodio sangriento que transcurre en su casa, se nota que Robert Blake y Scott Wilson han aprendido la lección de sus predecesores en el cine social de los cincuenta. Aunque en el filme también planea la sombra de la homosexualidad reprimida entre ambos, no aparece tan claramente como en la novela en que se basa. Sí tenemos alguna referencia a la “unión de por vida” y a la competencia masculina como uno de los motores del crimen.

            El ‘Yelow Bird’ de Perry y Capote no está tan lejos de las fantasías de escapar del absurdo de una vida anodina de Carson McCullers en Frankie y la Boda, del dulce pájaro de juventud o el Hotel Pelícano de Tennessee Williams, ni siquiera de las fantasías apocalípticas de Daphne Du Maurier en Los pájaros, aunque sí esa misma obsesión por una sociedad basada en el dinero y las apariencias, que puede volverse cruel y despiadada con lo aparentemente inocente.

            Una imagen digna de su amigo Tennessee Williams y una de las que muestran que Capote y Brooks quisieron reflejar en el mestizo Perry (encarnado por el mestizo Robert Blake, cuyo parecido con el famoso asesino conmocionó al propio Capote) los cimientos de una sociedad construida sobre la violencia y el fanatismo religioso, la hipocresía y el puritanismo, la crueldad y la codicia, la decadencia y el materialismo. Ellos representan la otra cara de la moneda de los Clutter que acaban de comprar “un seguro de vida” con el que blindar su existencia. Creo que Capote hizo una novela muy suya, mucho menos fría y periodística de lo que se pretende. Y nos caiga bien o no, era un gran narrador. Y en esta ocasión brindo dos brillantes retratos psicológicos incluso en detrimento de los personajes que solo aportan ‘color local’.

            El pájaro amarillo que rescató a Perry de las monjas que lo enclaustraban y atemorizaban cada noche puede que viniera a buscarle antes de plantar una mandrágora en una sórdida prisión de Kansas. Si Capote los ayudó o los traicionó en aras del beneficio de su novela no está del todo claro y en cualquier caso no viene al caso para desprestigiar un libro inmenso en el que solo me fallan los Clutter, que a pesar de algunas aristas y de la precisión con la que está descrito el chismorreo pueblerino, no acaban de adquirir entidad humana ni ambigüedad suficiente para que la novela no quede desequilibrada a favor de unos personajes y dando una imagen de que Perry y Dick han matado a un ente abstracto, a ‘uno de nosotros’. Pero ¿quiénes somos nosotros?

            No creo que A sangre fría sea del todo el principio del nuevo periodismo. Bien es cierto que Capote trabajo años en su confección, que entrevistó a los del pueblo, a los asesinos en la cárcel, que estuvo en contacto con los investigadores, los vecinos y que presenció la ejecución, pero esto no nos aclara el punto en que tanto la novela como la infravalorada película de Brooks adquieren un tono de tristeza, tocando la armónica de la manera más fúnebre sobre la Norteamérica del Sur y también sobre el provincianismo moral sacudido por la violencia y la tragedia. Capote como O´Connor, Williams o incluso su amiga íntima Harper Lee (que lo retrata en uno de los niños de Matar un ruiseñor), sentía cierta afinidad biográfica por Perry, huérfano, adoptado por familiares de segundo rango, conocedor del ‘color local’. Pero ahora Capote era una estrella, se codeaba con los grandes de Broadway y Hollywood y Perry era un asesino mestizo en el corredor de la muerte, soñando con el pájaro amarillo que viniera a picotear a jueces y verdugos. Rebeldes sin causa, asesinos sin móvil, leyendas negras también fueron parte de los deshechos de una novela fundada sobre la violencia, una sociedad hecha de desigualdades, miedo e intolerancia.
 

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