Jesús Micó: la democratización del cuerpo representado
Por José García
![]() | ||
Jesús Micó |
Tal
vez la primera propuesta política acerca del cuerpo en la era contemporánea
haya llegado de la mano del sida. A mediados de los ochenta y principios de los
noventa, cuando amplias comunidades, entre ellas la comunidad gay, habían sido
ya devastadas por la pandemia, se lograba vislumbrar que aquella no era una
simple crisis de salud, sino también una crisis de la representación del cuerpo
y sus placeres que habría de propiciar una ruptura epistemológica en la
concepción de la corporalidad como entidad esencialmente biológica. “La
interpretación periodística del sida como signo externo y bien visible de una
imaginada voluntad depravada, nos devuelve hábilmente a una visión premoderna
del cuerpo, según la cual la herejía y el pecado quedan marcados en los rasgos
de sus súbditos por medio de las manifestaciones punitivas y amonestadoras de
la enfermedad”, apuntaba el escritor británico y activista anti-sida Simon
Watney en 1991 (Llamas [comp.] 1995).
Derivada de estas consideraciones, y
apoyada por desarrollos teóricos como el de Judith Butler en Cuerpos que importan (1993), o el
activismo de grupos anti-sida como ACT UP y otros afines que se fueron
organizando en el mundo occidental, la idea de representar explícitamente las
prácticas corporales proscritas y estigmatizadas aparecía en aquellas
comunidades como un imperativo político de salud pública. Las campañas de
prevención debían traspasar y derribar las murallas de la moral ultramontana heredera
del thatcherismo, el movimiento neocón en los Estados Unidos o el nacionalcatolicismo
en países como España, para que las prácticas corporales de riesgo y los
mecanismos para prevenirlo pudieran ser representados explícitamente sin ningún
tipo de ambigüedades, pues solo de esa manera la información preventiva tenía
posibilidades de lograr sus objetivos. Solo así todos aquellos cuerpos que, a
lo largo del siglo XX y desde mucho antes, parecieron no importar, podrían al
fin lograr el estatus de cuerpos que importasen, no solo en el ámbito
simbólico, sino también en el real.
Desde entonces, la producción de
cuerpos perfectos o imperfectos, sanos o enfermos, naturales o monstruosos, ha
sido objeto de todo tipo de elaboraciones teóricas y políticas, desde el
movimiento pospornográfico y la ‘teoría crip’ hasta los estudios sobre cruisings virtuales, y también desde
ángulos más puramente artísticos y personales, como en algunas de las
colecciones fotográficas del artista e historiador visual gaditano Jesús Micó.
La literatura (y las imágenes)
producidas al albur de esta preocupación por la dimensión política del cuerpo
representado es tan amplia que toda reflexión que pretendiera ahora abarcarlas
a todas pecaría sin duda de pretenciosa. Por tanto, me referiré únicamente, de
forma muy somera, a la ‘teoría crip’ y a las reflexiones del profesor argentino
Emmanuel Theumer sobre Etnografía Grindr (2016),
pues las considero un buen respaldo teórico (aunque seguramente el fotógrafo no
lo pretendiera conscientemente) a la personalísima visión del cuerpo que nos
ofrece Jesús Micó en sus colecciones Natura
Hominis: Taxonomías y Natura Hominis:
Escenarios.
Así, Theumer ya nos alerta de que
“un generoso optimismo nos permitiría asumir que Grindr, como posibilidad tecnológica, ha facilitado cierta
‘democratización‘ del placer y constituye una alternativa a las históricas
regulaciones del espacio público heteronormativo. Pero pongamos el acento en la
estética corporal que Grindr
actualiza y hace circular: los tonificados torsos desnudos que colapsan su
interfaz requieren no solo de una inversión de sí, operan religiosamente bajo
marcadores clasistas-trans-gordo-raciales, anticipados incluso en las opciones
formales que ofrece a cada perfil (solo por poner un ejemplo, trans-gays son considerados
una ‘tribu’, a la par de ‘geeks’ y ‘discretos’)”.
Por otro lado, Robert McRuer, en Cryp Theory: Cultural Signs of Queerness and
Disability (2006) se
acerca tanto a los movimientos de la diversidad funcional como a los queer en
una aproximación transversal y crítica con la condición neoliberal y sus
consecuencias capacitistas y productoras de un determinado cuerpo construido
como normalizado y/o normalizable. ‘Cryp’ (en inglés, tullido, lisiado) es una
identidad, un posicionamiento político, desde el cual la sociedad mayoritaria
se puede cuestionar. Mientras que la discapacidad se trata de una exclusión
impuesta y no deseada, la discapacitación es una identificación consciente con
la exclusión, un lugar desde el cual la normalidad se puede criticar. Esta
discapacitación consciente o critica, cuya trayectoria puede trazarse a los
movimientos de liberación de los años sesenta y setenta, desestabiliza la
identidad del capacitado (completa capacidad física).
Seguramente a estas alturas alguien
estará preguntándose dónde encuentro yo los vínculos entre las representaciones
de los cuerpo sexuados promovidas por ACT UP, las investigaciones de Theumer o
los postulados de la ‘Teoría Cryp’ con el trabajo fotográfico de Jesús Micó.
Sin embargo, la respuesta salta la vista: en su pertinaz obsesión por
democratizar los cuerpos representados. Así lo explicitaba el propio artista en
una lección magistral impartida hace algunos años en la Universidad de Cádiz y
a la que tuve la posibilidad de asistir. Lo primero que nos proyectó al
auditorio fue un mosaico de cuerpos diversos (que no ‘distinguidos’) en toda su
‘imperfección’: cuerpos preñados, peludos, fofos, presentados de una manera que
nada tenía que ver con el asalto al Yo, a la subjetividad sexuada que nos
propone el interfaz de Grindr a modo
de escaparate.
La feminista lesbiana Teresa de
Lauretis decía hace ya algunos años que el Yo no puede entenderse más que como un
ego-cuerpo, que no solo contiene la
imaginaria morfología de un yo individual, sino que capacita también para el
acceso a lo simbólico (Differences, 1991).
Ese acceso a lo simbólico es lo que parecen querer reasegurar las citadas
colecciones fotográficas de Micó, aunque partan de la cotidianidad de su vida
con su novio y con sus amigos y amigas para establecer la demanda histórica de
la democratización del cuerpo representado. Además, es muy posible que, a pesar
de su carácter intimista, las fotografías del gaditano no carezcan, al menos
todas, de intencionalidad política explícita. Recuerdo que en la referida
lección magistral a la que asistí, Micó mostró una fotografía que había tomado
como respuesta directa al caso de un gay que había sido perseguido y asaltado
por unos homófobos por las calles del
barrio de Santa María, en Cádiz, sin que la Policía Local hiciera casi nada por
evitarlo. Los agresores quedaron absueltos por falta de pruebas y testimonios. Y
la fotografía-respuesta de Micó mostraba el desnudo integral de su novio
visiblemente empalmado.
Pero quizá (o al menos para mí) una
de las propuestas más interesantes y subversivas de estas colecciones fotográficas
de Micó es la presentación de todos esos sujetos encarnados como realidades
fragmentarias, como collage digitales de distintos momentos de sus vidas
corpóreas, como identidades siempre en proceso de construcción y
deconstrucción. Y por todo ello me parece completamente perentorio que Natura Hominis: Taxonomías y Natura Hominis: Espacios sean expuestas
en nuestra ciudad en los espacios culturales abiertos al gran público. El arte
de representar el cuerpo en toda su magnitud social, cultural, histórica, no
puede quedar encapsulado en públicos minoritarios más o menos interesados. Debe
exhibirse como una conquista de toda la sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario