"Una sesión BDSM termina, no en orgasmo, sino en catarsis. Es, diría yo, una terapia psicológica práctica"
Por Eduardo Nabal
José Manuel Martínez Pulet estudió la
licenciatura de Filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas y se doctoró
en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, con una tesis sobre el
filósofo español Eugenio Trías, dirigida por el Dr. Ángel Gabilondo Pujol. Después de un año en la universidad, accedió
a la enseñanza secundaria y desde el 2003 ejerce como profesor del Departamento
de Filosofía en diversos centros de la comunidad de Madrid. Participó en 2002,
junto con Paco Vidarte y Javier Sáez, en el primer curso sobre teoría queer que
hubo en España, en concreto en la sede de Madrid de la UNED, con un texto sobre
el SM que después se publicaría en un libro de múltiple autoría en la editorial
EGALES: Teoría queer. Sin embargo,
sus intereses filosóficos también se expanden hacia la filosofía contemporánea
europea, la estética de la música y cuestiones varias de naturaleza
estética.
EDUARDO NABAL.-
Hola Manuel ¿Enseñar filosofía requiere retórica o, al revés, saber convertir
cosas complejas en sencillas? Lo digo porque veo esos libros de Platón para
principiantes o Deleuze para principiantes y no me gustan ¿Leer algo de un
filósofo y no entenderlo puede ser todo un reto? Lo digo porque hay chavales
LGTB que muy jóvenes se atreven a intentarlo con Preciado, Butler, Foucault, De
Lauretis… ¿Es empezar la casa por el tejado?
JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ
PULET.- Me parece que aquí me planteas
varias preguntas diferentes. Antes de nada soy profesor de secundaria y ello
supone que cuando los chicos y las chicas
llegan a primero de bachillerato, se enfrentan por primera vez a algo
así como la filosofía. Me parece muy acertada la sentencia de Kant de que no se
trata tanto de enseñar filosofía cuanto de enseñar a filosofar, aunque en estas
edades enseñar a filosofar implica también enseñar contenidos filosóficos
básicos. La dificultad consiste precisamente en presentar esos contenidos de
una manera accesible a la etapa en el desarrollo de la inteligencia y el
carácter en el que se encuentran. Y para ello ya hay cursos de formación que
pretenden modernizar la metodología de las aulas. Pero simplificar no quiere
decir suprimir el carácter problemático de las propuestas filosóficas, ni
plantearlas como algo ya superado, sino como algo que queda siempre todavía por
pensar. Por otra parte, es cierto que leer a los autores que has citado exige
una erudición filosófica importante. Sin este recorrido es difícil una
comprensión global y adecuada de sus textos. Y no tanto por incapacidad
intelectual de los lectores, cuanto por el elevado academicismo de los teóricos
queer y sus constantes referencias a autores de la tradición y de la filosofía
contemporánea. Yo recomiendo tener una sólida base de lecturas filosóficas
antes de enfrentarse a Butler o a Foucault.
E.N.- La filosofía, dicen algunos, es una
profesión peligrosa. No por los riesgos físicos sino mentales o psíquicos.
Otros dicen que lo peligroso es no pensar y no darse cuenta de todo aquello que
nos nombra y nos construye, nos sujeta o nos explota.
J.M.P.- Entiendo que el peligro no viene tanto de
darse cuenta de aquello que nos nombra y nos construye, cuanto de la apertura
de horizonte para el cuidado de si, por decirlo en términos foucaultianos, ante
la que esa conciencia nos sitúa. Esa reflexión sobre nuestra constitución
histórica, cadenas que nos hacen ser lo que somos, me parece necesaria, pero no
podemos sucumbir a esa fijación por el pasado. Plantearse la vida
filosóficamente puede significar también inventar nuevas formas de vida, dar nuevos significados a las cosas y
propiciar nuevas relaciones entre seres humanos. Lo cual ciertamente puede
entrañar un peligro, pero un peligro que merece la pena. También no pensar es
peligroso, porque nos hace ciegos respecto de nuestra propia vida. Pero como
dijo Sócrates, una vida sin examen no merece la pena de ser vivida.
E.N.- Escribiste un capítulo muy interesante y
desmitificador sobre el BDSM y la cultura ‘leather’ en el libro colectivo Teoría queer, que se vendió bastante
bien para ser un trabajo algo espeso. Un artículo muy completo, pero en tu
cabeza estaba la idea de escribir un libro entero. Sé que escribir algo largo requiere tiempo y
esfuerzo y que te lo publiquen en estos tiempos es casi un milagro. No
obstante, yo creo que los mitos vigentes dentro y fuera de la comunidad gay
sobre el tema siguen haciendo que sea un trabajo o asignatura pendiente.
J.M.P.- Aunque sea por el morbo que suscitan,
cada vez son más de conocimiento público las practicas SM, como lo muestra el
éxito de 5O sombras de Grey. Creo que
estas prácticas hoy en día son, en general, más toleradas, primero porque se
habla más de ellas y, segundo, porque suponen una incursión en unas formas de
placer que han perdido algo de su tradicional aura de peligro o enfermedad.
Esto no quiere decir que ese aura de peligro haya desaparecido o que se hayan
normalizado. Pero sí que es cierto que la gente está dispuesta a experimentar
más con el placer sexual. También es cierto que en muchos casos hay mas respeto
por la diversidad sexual, más como actitud deudora de lo políticamente
correcto, que por ser realmente sincera. Hay mas intolerancia, por ejemplo,
para el ‘barebacking’ (follar a pelo), la prostitución o el uso drogas
duras.
E.N.- Hay textos
sobre BDSM traducidos de Pat Califia (una autora/autor transgénero) o Leo
Bersani, pero da la impresión que en el estado español sigue siendo un doble
estigma y las vivencias son distintas, no existe una red sólida gay o lesbiana y
además bedesemera. La gente, en general, no
lo entiende, o sigue viéndolo como algo con su lado patológico o
sectario.
J.M.P.- Leo Bersani es alguien que demonizo el
BDSM como conjunto de practicas sexuales alineadas con el ejercicio fascista
del poder. Lo cual me parece un error, como trato de mostrar en el artículo que
citabas de Teoría queer. En primer lugar, porque el BDSM está sometido
a una ética del placer. En segundo lugar, porque los lugares del dominante y
del sumiso no son siempre y en todos los casos fijos, sino que circulan. Y en
tercer lugar, porque no hay ninguna razón de sexo, raza o clase social que
asigne a priori un lugar en ese juego. Como señala Pat Califia, a quien tu has
citado anteriormente, una sesión BDSM termina, no en orgasmo, sin en catarsis.
Es, diría yo, una terapia psicológica práctica (y no verbal en el diván).
E.N.- Los
conflictos dentro del movimiento feminista por los temas del BDSM y la
pornografía hoy nos parecen, al menos en el plano teórico, un poco superados ¿O
sencillamente se evitan? Como con el asunto de la prostitución: “Mejor no
hablemos del tema. No nos vamos a poner de acuerdo”. Eso en principio está bien
pero produce, ya de entrada, cierta parálisis ideológica.
J.M.P.- Como dije
antes, hay mas tolerancia para el BDSM que para la prostitución, que sigue
siendo un tema tabú para muchas feministas. Eso no quiere decir que no haga
falta profundizar más en detalle. Siempre es necesario. Pero la prostitución es
un tema más afilado que las prácticas BDSM. Puede darse que se evite
ciertamente el debate, o que, en todo caso, haya una permisividad engañosa que
esconda juicios condenatorios. Es cierto que la prostitución que esclaviza al
trabajador sexual ha de ser ciertamente perseguida y erradicada. Pero en
nuestro tiempo ha aflorado un nuevo tipo de prostítución: la prostitución como
forma de vida elegida. Y es esta la que sigue siendo demonizada también.
E.N.-Autores como Javier Sáez se han referido
a cierta ‘plumofobia’ o misoginia que ha surgido dentro del mundo ‘leather’ y,
más concreto, en las microcomunidades de osos. Yo mismo he oído ese tipo de
comentarios en bares ‘leather’, pero
muchas veces son esquemas que funcionan y otras que se caen por su propio peso
ante la multiplicidad. ¿Adorar los uniformes es reaccionario o puede ser paródico o sugerente?
J.M.P.- Ciertamente hay aún bastante
homofobia, ‘plumofobía’, como señalas tú muy certeramente, en los colectivos
que enfatizan hiperbólicamente los rasgos de la masculinidad tradicional: los
colectivos ‘leather’, ‘fetish’ y ‘bear’. Es algo que necesita una reflexión muy
detallada y desde luego es una actitud que debería ser superada, pues más que
liberadora, funciona a veces de manera reaccionaria. La cuestión de los
uniformes, aunque tiene relación con lo anterior, es otro problema, pues no
todo el mundo en los colectivos citados, aman los uniformes. Hablaríamos como de
una especie de microgrupo dentro de estos colectivos, por así decir. En
relación al poder, el uso de los uniformes es paródico en el sentido de que
pueden citarse en un contexto totalmente nuevo y con una finalidad
absolutamente diferente, como es la producción de placer en una relación de
poder reglada y con una tácita normativa ética (safe, sane and consensual). Esta idea de la parodia procede en última
instancia del análisis que de la cita y la reiteración hace Derrida.
E.N.- Uno piensa en la erotización de las
relaciones de poder, la realización de fantasías íntimas, el perder el miedo a
facetas “oscuras” de tu personalidad, el juego y el fetiche, pero a veces se
tiende a pensar que el hábito hace al monje, cuando no toda la gente BDSM
lleva, necesariamente, ‘dress-code’. ¿Te han pillado alguna vez queriendo
entrar en algún sitio sin la ropa adecuada?
J.M.P.- Con el ‘dress-code’ ocurren cosas paradójicas.
Por un lado, encontramos gays BDSM que
usan mínimamente los símbolos del ‘dress code’, o que simplemente no los usan.
Y gays que usan los símbolos del ‘dress-code’ únicamente por razones estéticas,
y no a la vez, estéticas y comunicativas, como se han usado normalmente. Llevar
brazaletes en el brazo derecho no es lo mismo que llevarlo en el brazo izquierdo.
No es lo mismo llevar un chaleco con una franja de color rojo, blanco o azul.
Los símbolos estéticos significan. Ahora
bien, lo que se pretendía evitar con el ‘dress code’ (hoy día creo que es una
práctica en franco retroceso) eran situaciones embarazosas dentro de los
locales de hombres que acudían para mirar, molestar, emborracharse o cualquier
otra razón que no fuera la de participar en el juego propuesto. Por otra parte,
lo que se estila ahora son macrofiestas regulares en las que se aconseja a los
asistentes un ‘dress-code’, pero de ningún modo no llevarlo es ya razón de
excluir a nadie. Para esto existe obviamente motivos de índole económica y
empresarial. Y para responder a tu
pregunta, te diré que nunca me han pillado queriendo entrar en algún sitio sin
la ropa adecuada. Yo era de los que hacían suyo, como expresivo de la
personalidad sexual, ese ‘dress-code’. Hoy día, el ‘dress-code’ funciona más
bien de manera estética que comunicativa. Y está bastante extendido su
uso.
EN.- Son malos tiempos para “salir de noche”,
para viajar, los recortes sociales llegan a casi tod@s ¿Esto ha repercutido en
las vidas de las gentes que viven estos encuentros, o no tiene por qué?
J.M.P.- Lo que más ha acabado con la vida nocturna han
sido, no los recortes, sino las aplicaciones de contactos. Muy pocos bares del
colectivo ‘leather’, ‘fetish’ o BDSM de los años 90 sobrevive aún. Casi todos
han cerrado. O se han reformado para ser otra cosa. El contacto visual o el
encuentro social y lúdico entre hombres ha dado paso a un interrogatorio online
sobre las practicas sexuales, antes de quedar. Esto ha llevado a nuevos
problemas, que el contacto físico previo resolvía con solvencia.
E.N.- Algunas representaciones tendenciosas
han convertido o dado una imagen del BDSM -que, normalmente, es una práctica
consensual y gratificante- como algo autodestructivo o morboso. Estoy
pensando en en el fime Cruising, con
Al Pacino, o en algunos libros sobre la vida íntima de Foucault. Es como el
miedo todavía vigente de un sector, cada vez menor del movimiento feminista, a
la llamada teoría queer ¿Todavía hay
que deshacer malentendidos o uno se cansa de hacerlo?
J.M.P.- Ha llovido
mucho desde Cruising o desde los
últimos años de la vida de Foucault. Sea por reportajes televisivos, o en
prensa, o por tertulias televisivas, e incluso por el cine, las prácticas BDSM
han perdido, creo yo, al menos en las grandes ciudades, ese halo de peligro,
enfermedad y crimen que podían tener en los años 70 y 80 del pasado siglo, Eso
no significa que esté ya normalizado. En relación al sexo, siempre hay que
deshacer malentendidosm y desde luego respecto de las prácticas BDSM habría que
profundizar mucho más allá de lo que estos programas, orientados al morbo,
pueden ofrecer, aunque desde luego me parece interesante que al menos por esta
razón se hable de ellas, porque al hablar de ellas ya se ha ganado algo para la
normalización de estas prácticas.
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