domingo, 19 de noviembre de 2017

ENTREVISTA A PABLO PEREZ NAVARRO

 
 
 
 
 
 
 

 

Por Ascensión Marcelino Díaz




Pablo Pérez Navarro es Licenciado en filosofía por la Universidad de Granada y doctor en filosofía por la Universidad de La Laguna. Autor de Del texto al sexo. Judith Butler y la performatividad, publicado por la editorial Egales en 2008, libro en el que realiza una lectura de la filósofa norteamericana desde la perspectiva de la filosofía del lenguaje. También ha participado en obras colectivas de filosofía, estudios de género y teorías queer como Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas (Egales, 2005), Judith Butler en disputa. Lecturas sobre la performatividad (Egales, 2012), Conjunciones. Derrida y compañía (Dykinson, 2007) o Éticas y políticas de la alteridad (Plaza y Valdés, 2015). En la actualidad Pérez Navarro es investigador posdoctoral en la Universidad de Coímbra en Portugal, en donde participa en un proyecto de investigación llamado INTIMATE, que estudia la ciudadanía íntima de personas LGBTQ en Europa del Sur con la finalidad de visibilizar la diversidad sexual, afectiva y relacional tanto en la academia como fuera de ella.

 

P. ¿Dónde naciste?

R. En Barcelona. Pasé mis primeros tres años de vida allí, en un barrio de San Cugat del Vallés llamado La Floresta. Después mis padres se trasladaron, y a mí con ellos, a La Laguna, en Tenerife.

 

P. ¿Por qué decidiste estudiar filosofía?

R. Fue una decisión tardía. Aunque siempre se me dieron bien las letras, me encaminaba hacia las ciencias puras. Estudiaba física cuando entré en una crisis vocacional. Sentí la necesidad de reorientarme hacia algo que me pusiera en contacto con la realidad social y pensé que lo podía encontrar en la filosofía.

 

P. Tu carrera universitaria la realizaste en Granada pero tu doctorado en Canarias, en la Universidad de La Laguna. ¿Qué te impulsó a ello?


R. La Universidad de La Laguna ya la conocía, dado que cursé allí el primer ciclo. Cuando me licencié, tras un año de beca Séneca en la Complutense de Madrid, estaba decidido a escribir una tesis sobre Richard Rorty. Aunque no llegó a ser profesor mío durante la carrera, mi principal referencia sobre ese autor era Gabriel Bello Reguera, catedrático de filosofía moral de la Universidad de La Laguna. Además, La Laguna tenía la ventaja de que podía contar con la casa de mis padres para vivir, cosa que hubiera sido crucial de no haber conseguido la beca para la realización de la tesis.

 

P. ¿Hubo personas que puedan considerarse tus mentores? ¿Quiénes te apoyaron?

R. No usaría la palabra mentores pero a Gabriel Bello, mi director de tesis, le estoy enormemente agradecido. Primero por animarme a centrar mi tesis en Judith Butler, una autora que no era aún (en España) ni tan leída ni tan reconocida como ahora. Segundo, por la enorme libertad que me dejó para desarrollar la investigación. Por otro lado, Paco Vidarte fue también para mí un gran estímulo intelectual y una gran influencia, además de amigo. Su curso sobre teoría queer me marcó en muchos sentidos. Tras asistir como alumno, me invitó a impartir una sesión en la segunda edición, además de a participar en el libro Teoría queer, políticas maricas, bolleras, trans, mestizas. Su forma de recibir mi trabajo representó, para mí, el primer momento en que sentí la confianza de que lo que yo pudiera tener que decir podría, quizá, interesarle a alguien más.

 

P. Actualmente estás en la Universidad de Coimbra como investigador posdoctoral. ¿Podrías hablarme de la universidad, de las dificultades o facilidades que encuentras/encontraste para realizar tu trabajo?


R. Dificultades es la palabra qué destacaría de tu pregunta. Siento que he podido formarme a lo largo de bastantes años gracias a becas, lo que representa una inversión colectiva en mi formación. Al desmantelamiento neoliberal de las humanidades hay que sumarle la endogamia de los concursos públicos de plazas de profesorado universitario que es, literalmente, de juzgado de guardia. Lo que deberían ser convocatorias abiertas son por lo general oportunidades prediseñadas ad hoc para personas concretas con vínculos muy estrechos con las personas encargadas de convocar las plazas. Por ejemplo, se puede pedir un docente para una asignatura de carácter no específico, del tipo Filosofía contemporánea, y pedir que sea especialista en los autores X, Y y Z sin justificación alguna, simplemente porque la persona “de la casa” tiene publicaciones sobre la improbable combinación de X, Y y Z. Además de perjudicar a la calidad docente, estas prácticas nos dejan prácticamente fuera del sistema a quienes carecemos de padrinxs. Máxime cuando los trabajos sobre teorías queer o estudios de género corren el riesgo de ser puntuados por los tribunales  de manera irrelevante.

 

P. Tu militancia en la Asamblea Transmaricabollo de Sol y en el 15M, ¿Qué ha supuesto para ti personal y profesionalmente?

 
R. El 15M me da, poco antes de un período entre dos becas postdoc, de paro, incertidumbre y trabajos basura, la oportunidad de sentirme, en un sentido muy tangible, parte de una colectividad de víctimas de un mismo régimen político-económico. Víctimas que, sin embargo, no nos resignamos a serlo sin presentar batalla. Me reposiciona políticamente en el mundo y me hace consciente de la necesidad de nuevos relatos colectivos desde los que hacer frente a la desoladora propaganda inhóspita y austericida que nos rodea. La Asamblea Transmaricabollo de Sol, más en concreto, me da la oportunidad de encontrarme con otras con quienes convertir mis, a veces, hiperminoritarios posicionamientos teórico-políticos en acción directa.

 

P. Hablas en la entrevista que te hicieron en el blog "Disidente", de la academia y del activismo, y me gustaría que me hablaras del tema, de si las relaciones entre ambas han mejorado o siguen estando igual.


R. Me siento tan distanciado de ciertos sectores del feminismo español y, en especial, del que ocupa los grandes espacios institucionales en la academia y fuera de ella, que incluso ignoro hasta qué punto son o no tan hostiles e impermeables como en el pasado a la obra de Butler o a los feminismos queer en general. Entiendo que, pese a las hostilidades, el reconocimiento y la influencia del pensamiento de Butler las obliga puntualmente a dialogar desde posiciones de aparente respeto intelectual, cuando preferirían poder haber seguido despreciando sin más las críticas lanzadas desde los feminismos queer al feminismo que ellas representan.

 En cualquier caso, pese al desinterés mutuo existente entre feminismos y formas de entender el papel social de la universidad irremediablemente distantes entre sí, existen zonas de fricción que nos obligan, cuanto menos, a cobrar conciencia de estas distancias. Las zonas en conflicto, esas en las que el encuentro es inevitable, varían a lo largo del tiempo (y del espacio) y me atrevo a decir que algo se ha avanzado desde los tiempos de las sex wars hasta hoy. A pocas teóricas se les ocurre argumentar, por ejemplo, en favor de la censura de la industria pornográfica, pese a que los argumentos que utilizan en relación a la abolición del trabajo sexual sean prácticamente los mismos, pues saben que resultaría anacrónico e intolerable en el clima político del presente.


De estas insalvables diferencias entre diferentes culturas feministas, me preocupan especialmente aquellas en las que el discurso hegemónico sostiene decisiones políticas y legislativas que condicionan la vida de amplios grupos de personas. Sobre todo cuando las condiciones de vida de quienes producen esos discursos no tienen nada que ver con las de aquellas sobre las que recaen sus consecuencias. El trabajo sexual o la gestación subrogada son, por poner dos ejemplos, dos áreas de este tipo, en las que el abolicionismo impide que se garanticen los derechos imprescindibles para mejorar significativamente la vida de muchas. Es en estas zonas de conflicto, en las que intersectar la producción académica y la labor activista donde me parece más importante invertir esfuerzos.

 

P. Tu libro  "Del texto al sexo", gira en torno a la figura de Judith Butler. Quisiera que me contaras cómo llegaste a ella, la primera vez que escuchaste hablar de Butler, cómo fue tu experiencia de lectura de sus libros, del ambiente que rodeaba a su recepción, dónde y a través de quién.


R. Fue muy personal, en el sentido de que fue totalmente fuera del ámbito académico. No sé cómo llegó Gender Trouble a mis manos, sólo recuerdo que fue en el último año de carrera. En un primer momento me sirvió para entender que Foucault y Derrida podían tener una relevancia política fundamental respecto a problemas políticos candentes de un modo que contrastaba enormemente con la visión respetuosa pero políticamente descorazonadora que Richard Rorty podía tener de ellos.

Por otro lado, en parte debido a las enormes carencias en materia de pensamiento feminista de los planes de estudio de Filosofía, Butler se convirtió en mi primera gran profesora de feminismo. En cierto modo, supongo que con ella me lancé a la un tanto paradójica tarea de aprender a un tiempo teoría queer e historia del pensamiento feminista.

 

P. Me gustaría conocer tu opinión, tu visión personal de quién es Butler y qué representa.

R. La conocí muy brevemente en Nueva York. Siempre me ha parecido muy abierta y accesible pese a la saturación social que conlleva su posición. Considero que Butler ha convertido al feminismo en la clave de lectura más intensa y políticamente significativa de la filosofía post-estructuralista, por una parte, y que ha convertido a la filosofía posestructuralista en la clave de lectura crítica más productiva del pensamiento feminista, por la otra. Cualquiera de las dos tareas la habría convertido en la filósofa más importante del fin de siglo. Hacer eso rompiendo de paso las barreras que separan al público académico del no académico, inspirando a los activismos y contraculturas de las disidencias sexuales y de género de un modo muchísimo más acusado, si cabe, a como las lecturas de Foucault pudieron acompañar los primeros pasos del activismo de grupos como Act Up, es el difícil de sobrevalorar suplemento que redondea la imagen de su influencia en la cultura contemporánea.

 

P. Últimamente existe un movimiento muy fuerte para prohibir la prostitución. Tú hablas de trabajadoras del sexo y de putofobia. ¿Cómo ves el asunto?


R. Lo veo, en primer lugar, como una muestra de la vigencia del componente más moralista del ala conservadora de las sex wars. Es decir, como una muestra de la vitalidad de muchas de las premisas del feminismo cultural y de las cruzadas antipornografía de Mackinon, Dworkin y compañía. Como en aquel caso, se victimiza a las trabajadoras del sexo (actrices porno aquellas, prostitutas estas) hasta privarlas de voz. No sólo se las considera privadas de autonomía cuando toman sus propias decisiones laborales, sino que se las excluye de los procesos de negociación con las administraciones públicas y de prácticamente todos los procesos de formación de discursos en torno a la prostitución.

Además, en segundo lugar, veo este fundamentalmente como un problema de lucha por los derechos de un colectivo de trabajadoras y trabajadores. Me parece gravísimo que una parte importante del feminismo institucional trabaje para bloquear cualquier avance en derechos de ese colectivo, contribuyendo a su precarización, al aumento de los riesgos en sus condiciones de trabajo, a favorecer la explotación por falta de convenios colectivos a los que acogerse, a mantener el estigma sobre aquellas a quien se dice querer proteger. Se trata de un feminismo de vocación salvífica que paradójicamente porta sangre, sudor y lágrimas a su espalda, entre otras cosas porque la incapacidad para diferenciar teórica y políticamente entre trabajo y trata con fines de explotación sexual complica todas las tareas policiales y judiciales de persecución de la trata.



P. ¿Podrías hablarme de la relación que mantienes con otrxs teóricxs y activistas como Gracia Trujillo, Javier Sáez, Carmen Romero Bachiller?


R. Con Javi me une ante todo el recuerdo de Paco, con quien compartimos amistad (la de él mucho más cercana y sobre todo prolongada que la mía). Por lo demás. respeto mucho su trayectoria activista y su labor de escritura, traducción, edición y difusión de trabajos en torno a las teorías queer. Con Gracia he compartido espacios de militancia como la Asamblea Transmaricabollo de Sol. Admiro no solo su labor académica y su reconstrucción de la historia del activismo lesbiano en el estado español con una mirada queer, sino, sobre todo, su capacidad para comunicar contenidos teóricos y políticos. Contagia el entusiasmo por lo que hace. Compartimos espacios, amistad personal y proyectos académicos. A Carmen la conozco mucho menos, pero también compartimos asambleas al comienzo del 15M y hemos coincidido en diferentes espacios académicos. Siempre es un placer tanto leerla como escucharla.

 

P. ¿Podrías hablarme de otrxs personas que consideras importantes y que yo no haya mencionado?

R. Paco Vidarte. Fue uno de los motores de mi interés por la teoría queer, incluso antes de oír hablar de estas. Sus obras menos académicas, como Extravíos y sobre todo Homografías, o incluso sus colaboraciones en algunas revistas, formaron parte de mi actitud político-sexual antes de saber quién era Judith Butler. Hablando de activismo, ha sido fundamental para mí el encuentro con Mónica Redondo, en la Asamblea Transmaricabollo de Sol. He aprendido mucho no sólo de su experiencia como activista, sino de su capacidad para convertir la convicción política en un motor vital de primer orden. Aunque a veces duela. Las larguísimas conversaciones que he mantenido con ella sobre las historias pasadas, presentes y futuras del activismo forman parte de mi manera de pensar. Y, además, es una gran amiga.

 

Elvira Burgos, de vuelta al plano académico, ha sido para mí uno de los grandes referentes en lo que a la recepción hispanohablante de la obra de Judith Butler se refiere. Nadie ha hecho tanto como ella desde la Filosofía y desde el pensamiento feminista por dar a conocer y valorar la obra de Butler en nuestro país. Fue parte de mi tribunal de tesis y uno de las personas que me animaron a seguir adelante durante su elaboración.

 

Ya en Portugal, me ha marcado el encuentro con Ana Cristina Santos, artífice y coordinadora del fantástico proyecto INTIMATE, de quien continúo aprendiendo cada día a tejer lazos entre la academia y el activismo. Trasladarme aquí también me ha permitido conocer a João Manuel de Oliveira, que ha sido no sólo un estímulo en mis trabajos recientes sino, además, uno de los amigos que me ha hecho más fácil el tránsito entre los dos países de la península ibérica. Lo mismo que Luciana Moreira, con quien he compartido estos últimos años idas y venidas de trabajo de campo entre Madrid y Coimbra y que ha hecho de esta última una ciudad mucho más cálida de lo que su prolongado invierno pudiera llegar a sugerir.

 

Aprendí mucho también de María José Guerra Palmero, durante mi doctorado, y de su enorme capacidad para entablar diálogos críticos y sosegados entre corrientes feministas muy diversas.

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