"La
próxima piel" plantea, tal vez sin pretenderlo en demasía, el problema de las
identidades nacionales como trasfondo a un problema mayor que es la "identidad
disociada" del joven protagonista masculino, un adolescente recogido por "su
madre” de un “hogar de acogida” cuando ya lo daba por desaparecido en la nieve
de los Pirineos. Pero la reaparición de Gabriel no va a ser un reencuentro tan
plácido y no solo porque el chaval sufre una temporal “amnesia disociativa” o
así se lo etiqueta o quiere etiquetar, o por los años de separación de su
hogar, sino sobre todo por los secretos que casi todos los personajes ocultan y
van saliendo a la luz con mayor o menor virulencia acortando y a la vez
ensanchando brechas entre ellos y situando el drama familiar en terrenos cercanos
al melodrama social, el thriller, el policiaco juvenil y también la reflexión
negra y poco complaciente sobre las identidades cruzadas, la soledad, la
pérdida y la búsqueda del amor.
“La
próxima piel” es una película para ser degustada en versión original ya que el
protagonista se mueve entre tres lenguas aparentemente con igual soltura pero
también se mueve de forma distinta entre tres espacios simbólicos codificados
que no puede impedir que se influyan. El espacio del reformatorio que deja atrás
que es también el espacio de un pasado misterioso personificado por el antiguo
director del centro que lo visita regularmente y con el que habla en francés;
el espacio de la pandilla de chicos con los que se muestra más gamberro y,
aparentemente, desenvuelto y el espacio a la vez falso y de extraña sinceridad
que comparte con Anna, su madre (encarnada por Emma Suárez). Con los chicos
habla alternativamente en catalán y en castellano, aunque con sus progenitores
parece que domina el castellano, sin descartarse algunas parrafadas en catalán.
La identidad catalana viene marcada por su nombre adoptivo Leo, ya que según
cuenta el director del centro al que da vida Bruno Todeschini, se lo encontró
en la calle sin otro identificativo que una camiseta del popular jugador del Barça Leo
Messi. Estas identidades cruzadas
determinan, como la frontera en la que le pone su tío cuando quiere deshacerse
de él, una encrucijada de caminos que no sabemos si ha recorrido a medias, del
todo o va a recorrer. Demasiados acontecimientos precipitados en la parte final
hacen que “La próxima piel” sea un filme estimulante pero poco sólido sobre
todo viniendo de un arriesgado buscador de formas dentro del documental, la
ficción y la videoinstalación como Isaki LaCuesta responsable de trabajos tan
originales y laureados como “Los condenados”, “Cravan vs. Cravan” o “La leyenda
del tiempo”. La trama se revela algo vulgar en su sentimentalismo aunque el
trabajo de los realizadores con los intérpretes y de éstos con los personajes nos
depara más de una grata sorpresa.
El
actor protagonista, Alex Monner, que no
había logrado nunca llamar mi atención, logra una prodigiosa transformación y
él mismo sabe definir el momento más hermoso del filme: aquel del baile entre
Gabriel/Leo y Ana (Emma Suárez) cuando lo importante no es ya tanto si son
realmente madre e hijo sino la magia y el cariño que ha surgido entre ellos por
encima de cuál sea el significado social o nominal de sus identidades. La
cámara durante la primera parte del filme y también durante el desenlace - en
determinados fragmentos- se pega al protagonista de forma obsesiva observándolo
y observando, a través de su punto de vista, lo que produce una constante
tensión, aunque lo que sucede no vaya más allá de una mudanza, unas miradas en
la noche o un encuentro fortuito en la nieve. Los realizadores (Cuesta e Isa Campo), frente a
algunos momentos de concesiones al género y al cine comercial, consiguen
detalles de gran creatividad cinematográfica logrando efectos insospechados
como el “silencio de la nieve”, la forma en que Gabriel estudia su pasado,
la transición del personaje entre los espacios simbólicos, los planos generales
del paisaje de gran belleza visual, el movimiento en interiores sombríos y, sobre todo, una
inquietante ambigüedad que acaba impregnando a todos los personajes.
Algunas
secuencias memorables en una película, por lo demás lejos de ser nada
excepcional debido a un guión algo farragoso y unos secundarios que no dan la
talla (como es el caso de Sergi López), son aquella de la visita a las altas montañas
de los dos primos en busca de un pasado
perturbador, el momento en el que el tío de Gabriel se introduce a hurtadillas
en la cama de Ana (Emma Suárez) buscando desesperadamente consuelo o la escena
de amor gay frustrada entre los dos chicos cuando Gabriel muestra todos sus
tatuajes y las autolesiones de su cuerpo que denotan su verdadera identidad ¿O
no?
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