La
historia de la izquierda en EEUU es una historia de perdedores pero también de
resistencias. Es posible que, su
carácter de “minoría absoluta” y las numerosas contradicciones socioculturales,
además de las persecuciones que ha sufrido a lo largo de su azarosa historia
hayan contribuido tanto a su desconocimiento como a su peculiar mitología. Uno
de los nombres que han trascendido al paso de los años, debido en parte al
éxito del biopic “Julia” rodado por Fred Zinnemann a finales de los años 70 e
inspirado en sus memorias recién reeditadas en castellano, ha sido el de la
dramaturga sureña Lilian Hellman, uno de los nombres pioneros del antifascismo
en femenino de la literatura anglosajona del siglo XX que, a pesar de su
procedencia social, transitó por las Brigadas Internacionales, viajó a Rusia,
luchó contra los nazis y, junto a su marido Dassiell Hammett, sufrió la
persecución del tristemente célebre senador Joseph McCarthy en plena guerra
fría. Hoy es recordada además de por la citada película, protagonizada por Jane
Fonda y Vanessa Redgrave en el papel de amigas íntimas, por ser la autora de
varias piezas teatrales y guiones embrionarios de títulos tan recordados como
“La loba”, “La calumnia” de Wyler o “La jauría humana” de Arthur Penn, además
de una serie de libros de memorias que dejan testimonio de su paso comprometido
y lúcido por el siglo XX y algunas de sus luchas sociales, un paso en el que
nunca se limitó a ser cronista y, menos aún, simple espectadora.
“La
loba” (The Little Foxes) es una obra
emblemática en la trayectoria de Lilian Hellman como dramaturga, solo
comparable a “The children’s hour” aquí llamada “La calumnia”, sobre dos
maestras “acusadas” por una niña mentirosa y luego por una comunidad entera de
mantener una relación lésbica en el internado donde enseñan. La fama de la obra
llega hasta nuestros días con su discutible melodramatismo y también su
virulenta crítica social al
provincianismo mental y a la doble moral de la sociedad estadounidense del
momento. A esto son ajenas las dos
magníficas adaptaciones que William Wyler hizo de ambas piezas, llegando a
repetir la segunda para poder incluir los
aspectos cruciales obviados, debido a la censura, en su versión de los años
treinta titulada “Esos tres”.
En “La loba” la autora vuelca, más que en
otras piezas suyas, claros aspectos autobiográficos, sobre todo en lo que se
refiere a sus orígenes familiares y el ambiente en el que creció como muchacha
inteligente y algo rebelde, en medio de una burguesía racista y en crisis. El
Sur decadente, las grandes familias venidas a menos, la codicia, los celos y la
ambición son el tema central de una obra que nos habla de forma explícita del
núcleo familiar como núcleo de intereses, frustración y rencores y que refleja el resentimiento de la autora
hacia algunos de los aspectos menos halagüeños de las gentes con las que
creció. Refleja sin piedad la avaricia, el caciquismo, la indiferencia ante la
belleza, la murmuración, los secretos de familia, las reyertas de negocios…
aspectos que reaparecen de otra forma en algunas obras suyas o guiones de cine
como “Juguetes en el ático”, cine por George Roy Hill, o el libreto de “La jauría humana” de Arthur
Penn, una virulenta ópera social filmada
al final de la era Kennedy.
Wyler
que ya había adaptado “The children´s hour” en 1934 bajo el título de “Esos
tres” (en una versión adulterada para poder pasar la censura) trabaja por
tercera vez con su actriz favorita en el periodo: Bette Davis en el esplendor
de su carrera, cuando realizó algunas de sus mejores composiciones
interpretativas para el cine
melodramático en películas clásicas como “La solterona”, “La carta” o “La
extraña pasajera”. En “La loba”, con un
maquillaje blanco casi cercano a la máscara oriental, interpreta a la
avariciosa Regina, una madre de familia que se disputa con sus dos hermanos la
fortuna familiar recurriendo a toda suerte de tretas y sin muchos miramientos
hacia los sentimientos de su marido y su hija (encarnada por una joven y
primeriza Teresa Wright).
Como
Hellman cuenta en sus memorias, recogidas recientemente en el volumen “Una
mujer con atributos” -muchas frases y episodios de “La loba” están inspirados
en su propia vida, en sus primeros recuerdos o su propia familia. Su estirpe
sureña la marcó para siempre así como su origen judío y sus ideas izquierdistas
(por las fue citada por el Comité de Actividades Antinorteamericanas en los
años cincuenta), señalando su
trayectoria vital y artística de forma indeleble. En “The Little Foxes” incluye
por boca de uno los personajes de la obra la profética frase: “Algún día la gente como nosotros poseeremos este país”.
En su breve opúsculo “Tiempo de canallas”,
escrito en los años sesenta, Hellman recuerda sin pelos en la lengua algunos
episodios transcurridos durante el “periodo McCarthy” o la también llamada
“caza de brujas”. Esa atmosfera de delación y linchamiento ya se había
encontrado en su primera obra estrenada “La hora de los niños” y volveríamos encontrarla en otras piezas suyas y en algunos
párrafos del guión de “La jauría humana”, el pesimista filme de Arthur Penn
sobre la violencia y el racismo en los años sesenta. ¿Es social el tema de las
obras de Hellman o una suerte de ajuste de cuentas con los males su tiempo?
Obras como “The Little Foxes” recrean algunos episodios de su adolescencia y
juventud cuando descubrió los intereses económicos y de prestigio que se
escondían tras las rencillas familiares, en ese Sur decadente del que
procedía y al que volvería en otras
piezas suyas que parecen precuelas de aquella obra.
En
“Tiempo de canallas” Hellman no duda en hablar con lengua mordaz y algo
resentida de antiguos amigos y compañeros de profesión como el dramaturgo
Cliford Odets o el realizador Elia Kazan, que delataron a muchos de sus
colegas- particularmente este último- cuando fueron citados por el Comité de
Actividades Antinorteamericanas, aunque su descripción del periodo queda
incompleta si no conocemos todo lo que sucedió antes y después y que sí podemos
encontrar, de forma algo sesgada, en sus libros de memorias “Pentimento” y
“Mujer inacabada”, donde también homenajea con lirismo a viejos amigos y amigas
más cercanos como la humorista Dorothy Parker o algunos compañeros de lucha a
los que conoció en el extranjero. Hellman, a diferencia de su marido,
Dassiell Hammett, no entró en prisión,
pero si tuvo que acudir a declarar acogiéndose a la ya famosa “quinta enmienda”
para que “el asunto no llegará a mayores”. El Comité tenía “motivos”
suficientes para incriminar a la escritora como sus viajes a Rusia o sus simpatías
izquierdistas expresadas en algunas de sus piezas dramáticas e incluso guiones para
películas por las que fue criticada por su forma de “presentar a la población
rusa”, una población entonces aliada y que en plena guerra fría fue demonizada
hasta la saciedad.
Hoy
echamos de menos, sobre todo, la traducción al castellano de su producción
dramática, de sus grandes obras de teatro inéditas o sin reedición, ya que en
cambio sus memorias han sido recogidas, nuevamente, por Lumen en el volumen
“Una mujer con atributos”.
A
pesar de lo que cuenta en memorias y entrevistas (algunas no traducidas al
castellano) no creo que Hellman debiera pasar a la historia por sus agrias
polémicas con Mary McCarthy o Elia Kazan, y ni siquiera su estrecha relación con el
escritor de novelas policiacas Dassiell Hammett completan su significado en la
historia ni, menos aún, en las letras. Definida como mujer de mal carácter y
pluma afilada, en la que convivía la ascendencia de familia sureña pudiente
venida a menos y rebelde con causas, con el doble estigma de ser mujer y judía
en tiempos del nazismo, Hellman viajó por Europa en los años más duros del
fascismo y también, se acercó, no sin cierta ingenuidad, a Rusia y lo que podía
significar a nivel sociopolítico en los años 30, no solo por la influencia del
teatro ruso, sino también por esos ideales comunistas con los que coqueteó en
el periodo ante la Gran Depresión y el compromiso de los intelectuales del
momento. Su visión crítica de la sociedad estadounidense se refleja no solo en
sus obras sobre la descomposición del núcleo familiar bajo el efecto de la
codicia, la condición femenina, el poder destructor de la murmuración y la delación sino también en un compromiso
“a medias” con los hombres y mujeres negros, algunos de los cuales la habían
cuidado o acompañado hasta la edad adulta. Algunas feministas afroamericanas vieron
con posterioridad algo superficial el compromiso antirracista de Hellman pero debemos
tener en cuenta que -al igual su compromiso con la causa feminista- la
escritora llegó un poco tarde a esos frentes y casi siempre se mantuvo en una fila de
relativa comodidad dentro de un sector intelectualmente combativo del mundo en
que creció y la época por la que transitó.
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