“Pájaro
blanco sobre la tormenta de nieve” es una película difícil. Aparentemente es la
historia de ¿misterio? más convencional del iconoclasta Gregg Araki, abanderado
de cine queer o gay contestatario con películas como “The living end” y siempre
imprevisible en su siguiente apuesta.
Pero estamos ante de otro paso aún más seguro sobre un terreno
resbaladizo ya pisado por su director. Un terreno helado como las pesadillas de
su joven protagonista femenina, a la vez precoz e ingenua, empañada por la
desaparición de una madre que había ido perdiendo las ilusiones depositadas en
su matrimonio. La mezcla de humor negro
y retrato entristecido, desolado y a la vez increíblemente sexual de la
juventud de su país.
Algún
pajarito (no precisamente blanco) le
dijo a Araki que le iban a comparar con el (para mí, quitando “Muholland
Drive”, increíblemente pedante y, a ratos, superfluo) David Lynch y ni corto ni
perezoso mete a mitad de película un cartel de “Cabeza borradora” para
ahuyentar a los seguidores de Laura Palmer. Pero a quien se copia Araki es a sí
mismo y a su potente “Mysterious skin”
con la segunda (o tal vez primera) protagonista femenina de su filmes:
una no especialmente simpática (más bien arisca) adolescente
estadounidense que llega a repetir
frases que resuenan como un eco a otras de su tristísimo filme, donde consigue,
casi del todo, trasponer el universo irónico, desolador y terrorífico del libro
de Scott Heim. “Pájaro blanco” como- en otro registro-“Mysterious Skin”
(llamada en castellano –donde ha pasado directamente a DVD- “Oscura inocencia”) remite a una Norteamérica
asfixiante y potencialmente violenta, con personajes a la vez integrados y
desintegrados en las imágenes. Son esos EEUU de Ginsberg “que tosen toda la
noche y no nos dejan dormir”. Pero en el cine de Araki hay una mezcla de
desparpajo y desesperanza, desmarcándose de utopías colectivas. Si en la novela de Heim estaba toda una tradición de la
narrativa sureña y gótica aquí se acerca más a una versión pop de Patricia
Highsmith con dejes de esa juventud
rarita que retrato en su “Trilogía adolescente” formada por “Totally fucked
****”, “The doom generation” y “Nowhere”. Uno sabe que Araki hace la película
que quiere en cada momento; es de los
pocos cineastas que son admirados por algunas de sus películas y no tanto por
otras pero, como Almodóvar (sin tener nada que ver el universo falsamente
“fálico” de uno con el falsamente “femenino” del otro) ha conseguido adeptos
consigue atrapar en películas como la combativa “The living end” (que lo
convirtió en uno de los nombres más sonados del cine independiente de los
noventa), “The Doom Generation” o la más cuidada “Mysterious Skin” que sigue
siendo la película más próxima a un filme levemente más clásico de lo habitual
pero que no decepciona a sus seguidores. Como la Amy de “The Doom Generation”
la protagonista de “Pájaro blanco bajo tormenta de nieve” y como algunos
personajes secundarios de otros filmes (algunos parejas de lesbianas poco
complacientes o bisexuales subversivas) es una joven sexualmente deshinbida – o
al menos deslenguada y sin miedo a practicar el sexo en su versión más
previsible- y sin más prejuicios que los
heredados de vivir en una sociedad salvaje, hipersexualizada, hipócrita, puritana…
y aquí también algo plana y bastante banal. Araki se guarda una carta muy suya para el final que
confronta al público con ideas y prejuicios característicos de ese cine negro
rural al que parodia y a la vez homenajea levemente. Podemos dudar de muchos
personajes pero la sorpresa es mayúscula y la risa histérica de Eve Green
desactiva la risa tonta de algunos espectadores/as.
En este terreno si hay imágenes que pueden
recordad la iluminación artificiosa de algunos interiores de Lynch pero también
al pastiche de algunos filmes de Todd Haynes, Mary Harron, Michael Cuesta o a
la autoparodia de algunos autores del cine juvenil recienta al que a la vez
debe y reprocha cosas en sus filmes, todos con una potente carga anti-homofóbica. En algunas de sus
películas parece indagar en el ¿misterio? del romance de un director hipergay
con una de sus actrices. Así en su celebrada comedia surrealista “Kaboom”
exploraba la sexualidad de un protagonista atractivo, en esta ocasión como en “Mysterious
skin” evita los planos sexualmente “comprometidos” que le dieron fama desde
“The living end” pero a cambio ofrece un montón de literatura sobre diferentes
versiones de la masculinidad y de la feminidad. Eva Green que interpreta con
brillantez y más de un toque “camp” y “noir” a esa madre que desparece
misteriosamente parece consciente de que su personaje es una apropiación
crítica del papel de la mujer entre el rol tradicional y el coqueteo con las
libertades conseguidas. No es causal pues que Araki situé uno de sus filmes más
amargos en la década de los ochenta. No obstante, algunos de sus chistes privados,
son enormemente contemporáneos así como la soltura con la que hablan los amigos
de Kat (Shailene Woodley) que acaba de protagonizar el filme independiente y
romántico heterosexual “Bajo las estrellas” como le ocurrió al Joseph Gordon
Levitt en la también bienintencionada pero demasiado blanda “500 días juntos”,
que le ha dado más popularidad a pesar de que el riesgo corrido es el
mínimo. Araki en casi todos sus filmes
logra escenas de una gran tensión sexual- se hagan o no explícitas de forma
irreverente o apasionada- y otras basadas sobre todo en la fuerza de los
diálogos sobre todo en sus dos películas basadas en novelas que no le han
impedido mezclar elementos muy personales con otros tomados del libro de forma
casi literal. Araki no teme resultar cursi porque sus personajes no lo son,
empezando por Kat que se aleja de la típica chica estadounidense o su madre en
un terreno pasivo agresivo que se decanta por la caricatura de la “mujer
esposa-madre”. Estamos en un terreno que si visualmente puede recordar imágenes
no solo de Lynch sino de algunas series elaboradas de misterio en pequeños
pueblos de EEUU pero que rompe abruptamente con esta atmósfera incluyendo (con
un montaje agresivo que no ha abandonado nunca) sorpresas además de puyazos
nada complacientes a la sociedad estadounidense y en este punto a parte de en
su lado kitsch y gay por senderos intrincados pero visibles casi desde el
primer fotograma. Aunque los críticos jóvenes, tal vez ante la evidencia o ante
la influencia de sus colegas anglosajones, han empezado a incluirlo en sus a
veces pretenciosos o armarizados sobre el cuerpo en el cine (como a Gus Van
Sant) Araki es desde el principio de su carrera alguien que parece no tomarse
en serio sus terribles argumentos, llegando a la comedieta gruesa y
convencional en algunas ocasiones, y entrando, en otras, finalmente en los
secretos mejor guardados sobre una generación, un país o una cultura y
conservando ese montaje agresivo que caracterizó filmes ya míticos de
principios de los 90 como “Poison”, “Swoon”, “Zero patience” o “Hustler White”.
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