Por Eduardo Nabal
Hace
200 años que la imaginación de Mary Shelley dio vida a uno de los monstruos más
famosos de la historia de la literatura y el cine a lo largo de su historia.
Aunque el libro lleva el nombre de su creador la autora siempre será recordada
por hacer vagar por la Inglaterra maltrecha por la Revolución Industrial a una
criatura fruto de la ciencia y, sobre todo, de una profunda imaginación y
desafío a muchos dogmas.
Mary Shelley fue hija de una de las precursoras más
sobresalientes del feminismo de la primera ola, Mary Wollostonecraft conocida
por sus detractores como “la hiena con faldas” y autora de la “Vindicación de
los derechos de la mujer”, un libro aún hoy reeditado como fundacional del
pensamiento por la emancipación de la mujer más allá de las cortapisas sociales
más variadas. También lo fue del pensador e intelectual precursor del
anarquismo William Godwin, ambos nombres claves en el pensamiento progresista
del paso del siglo XVIII al siglo XIX. Perdió pronto a su madre y su padre tuvo
numerosos apuros económicos igual que ella en sus sucesivos y tormentosos
matrimonios, el más conocido con el célebre poeta romántico Percy B. Shelley,
un hombre poco común (amigo íntimo de Lord Byron) y de salud delicada. Existen
muchas leyendas sobre la gestación del monstruo que la haría famosa de forma
sempiterna, sobre esos parajes y paisajes humanos que la autora plasmó ya a los
diecinueve años y que la llevarían a la novela de ciencia ficción con “The last
man” . Pero Mary Shelley además escribió otra serie de cuentos y novelas cortas
de pluma femenina y talante levemente feminista, donde cuestiona el
totalitarismo de lo social sobre los derechos a la diferencia individual y
humanista. Autora de relatos góticos es
fruto de un país en transición donde las nuevas ideas chocan con una sociedad
violentamente dividida en clases sociales y con una división brutal entre lo
masculino y lo femenino. Su obra cumbre, que ahora cumple su segundo
centenario, sigue siendo un impecable libro de suspense, melancolía y reflexión
sobre los sentimientos pero también la imagen dolorida de un ser “distinto”
perseguido por fuerzas que todavía se deciden a apuntalar conceptos como el de
normalidad, humanidad o masculinidad.
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