Por Eduardo Nabal
Del
horror en la tradición gótica más depurada trata, en principio, “Otra vuelta de
tuerca” su personalísima y polémica adaptación del clásico de Henry James, un
libro revisitado con mayor o menor fortuna por el cine o el teatro. Eloy
sustituye la tercera persona de la narrativa original y el personaje de una
estirada institutriz inglesa por una voz en off de un exseminarista vasco. Al
contrario que James y que Clayton en su subyugante adaptación de 1961 no parece
demasiado interesado en las atmósferas inquietantes, los decorados suntuosos ni
las presencias fantasmales. Como ha señalado Eduardo Fuembuena, el director de
“Los Picos”, parece acercarse más a la filosofía de William James (con su
peculiar visión de la experiencia religiosa como resultado de un cúmulo de
experiencias interiorizadas) que al mundo literario de su hermano al delegar
las funciones de custodio de los dos inquietantes y atractivos pupilos en un
joven atormentado por una educación jesuítica y una homosexualidad reprimida.
Roberto (encarnado por el joven Pedro Mari Sánchez, más conocido por su
trayectoria teatral) da un salto hacia la conducta irracional y violenta cuando
descubre su atracción por el pequeño Mikel, que, en determinados momentos, como
aquel en el que recita a San Juan de la Cruz, parece ir descubriendo el origen
de los fantasmas psico-sexuales de su casto tutor igual que en la novela de
James los niños saben, al menos en determinados momentos, jugar con el
miedo a lo desconocido de la
institutriz. Al recitar unos versos del “Cántico general” de San Juan de la
Cruz Mikel, emocionado, casi logra transmitir la ambigüedad amorosa del poema a
la mirada turbada de Roberto, que ve en aquellos niños la muerte y el deseo, el
principio y el fin.
Si James no deja claro cual de las dos partes (la
institutriz o sus pupilos) juega con más destreza a los fantasmas desatando los
demonios interiores de la otra parte en ambos casos se trata de una histeria
sexual en términos freudianos solo que Eloy ha optado por dar un toque
hiperrealista a la fantasía, no solo reduciendo el carácter espectacular de los
elementos sobrenaturales sino, especialmente, al convertir al narrador de “los
hechos” en un hombre desequilibrado. Un joven reprimido que es además un exseminarista vasco cuyos impulsos
homosexuales son sublimados con violencia en forma de esos fantasmas que
persiguen a los niños y que cristalizan en su forma de sobredimensionar sonidos
como el ulular del viento, el crujir de las maderas o el ladrido de los perros
en la semi-oscuridad. Son conocidas las desavenencias entre el realizador y el
actor protagonista aunque es más probable que se debieran a interpretaciones de
guión que a una negativa del actor a interiorizar el aspecto homosexual del
personaje que, queriéndolo o no, vertebra su punto de vista y el de su oponente
Mikel que se autodefine como “niño raro” que “conoce sus secretos”. Además de
la trans-gresión de convertir a la institutriz en un sacerdote, de trasladar la
acción de Inglaterra al País Vasco, Eloy introduce la religión católica y la
tradición jesuítica (con su hondo sentido de “culpabilidad” y su implícita
homofobia) en lugar de la anglicana.
Aunque Eloy ha especulado sobre la intención
inicial y soterrada de James de tener un protagonista masculino, está claro que
su acto de transgresión de género es, sobre todo, una inmersión en sus propios
fantasmas y los de la sociedad de la época. También incluye la lucha de clases
entre un seminarista de origen humilde y modales austeros que se desmelena bajo
la influencia de dos niños de familia adinerada, que se ríen de algunas de sus
maneras y tabúes en cuanto a las “normas sociales”. Aunque Eloy pronto conduce
los fantasmas de Roberto al terreno de la paranoia y, sobre todo, una
homosexualidad reprimida que lo ha conducido no solo al masoquismo religioso
sino también a la sublimación de sus impulsos en figuras como el Cristo
desnudo, el niño pervertido por las malas influencias y la sombra de unos
fantasmas que lo llevan a un pensamiento, conclusiones y conducta irracionales
que acaban cristalizando en el violento enfrentamiento final con Mikel en el interior
del invernadero. Un filme transgresor en un intento coyuntural por resucitar el
“cine vasco” que ahora nos ha deparado joyas como “80 egunean” o la premiada
“Handia”.
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