ESAS
MUJERES ¿Por qué siempre acaban solas?
La
flor de mi secreto
(España, 1995) de Pedro Almodóvar termina con un cálido homenaje a la que,
quizá, no es solo la mejor película de George Cukor sino uno de los títulos más
logrados y atípicos de la década de los ochenta. Ricas y famosas (Rich and famous, EEEU, 1981) de George Cukor es mucho más de lo que aparenta, lo fílmico
se impone sobre algunas convenciones del argumento y demuestra que el celuloide de calidad no
tiene fecha de caducidad.
Cukor fue definido de una forma un
tanto simple como “director de mujeres”, olvidando a Ronald Colman haciendo de
Otelo, al John Barrymore de Doble
sacrificio (A bill to divorcement, 1932), al James Manson de Ha nacido una estrella (A Star is born,
1955), al William Holden de Nacida ayer
(Born Yesterday, 1950) etc.
Sin duda el realizador se sentía más
cómodo en el terreno de los sentimientos que el cine de Hollywood se asimilaba
al “women films” (películas para mujeres) y se adelantó al feminismo en La
costilla de Adán (Adam´s Rib, 1949) con su amada Katherine Hepburn. También
dirigió una de las primeras películas protagonizada exclusivamente por Mujeres (Women, 1939), hoy un clásico
“camp”, del buen gusto, la
excentricidad, la mala uva y objeto de
un desafortunado remake dentro del Hollywood comercial “a la mode”
Naturalmente la homosexualidad de
Cuckor no le costó tan cara como a James Whale (El padre de Frankestein) ya que era un director cotizado desde
principios del sonoro, aunque el machirulo Clark Gable lo expulsase de Lo que el viento se llevó (Gone with
the wind, 1939) por prestar más atención a Vivien Leigh y Olivia de Havilland
que al galán de moda.
“Ricas y famosas” es una de las
despedidas más gloriosas del cine, a la altura de El inocente (L´inoccente, 1976)
de Visconti o Dublineses (The Dead, 1987) de John Huston.
Un filme de una sorprendente juventud, lleno de
ritmo y sensualidad, que mezcla el drama y la comedia
y demuestra la capacidad del director
para adaptarse a los tiempos, redefiniendo como pocos la mentalidad de los años
ochenta y la tímida resistencia (desde
el intelecto, el feminismo, la cultura y el cine) al feroz conservadurismo político y “moral” de la era Reagan.
El filme es recordado sobre todo por
las interpretaciones de Jacqueline Bisset y Candice Bergen (que bordan sus
respectivos y antagónicos papeles de
amigas-enemigas “para siempre”), por el furtivo encuentro sexual de Liz
(Bisset) con un desconocido en un lavabo de un avión mientras este aterriza, por el homoerotismo de los encuentros de la Bisset
con hombres jóvenes , por ser el debut de Meg Ryan en la gran pantalla, por
Candice Bergen soñando ser Margaret Mitchell, pero pocas veces se habla de su
innegable calidad fílmica y de ser un remake más que sobresaliente de la ya
memorable Vieja amistad (Old
Acquaintance, 1943) de Vicent
Sherman con Miriam Hopkins o Bette Davis como esas dos mujeres que se quieren
demasiado para pasar hoy por “simples
amigas”, al menos en la versión de los ochenta.
La secuencia de la fiesta hacia el
final del filme es una de las mejores del cine del momento con esos largos
planos secuencia con profundidad de campo, esos personajes errabundos y esos sentimientos desgarrados que no salen
a flote; propios del mejor cine de William Wyler y Gregg Toland.
“Ricas y famosas” no es, sin embargo un filme retro o rabiosamente nostálgico sino
una película moderna y llena de
vitalidad con algunas perlas dialécticas y agudos giros argumentales del
guionista Gerald Ayres
Nada, salvo los sabrosos diálogos,
denota su origen teatral, y el escenario
son esas calles otoñales o nevadas de Nueva York que luego retrató la cámara
de Woody Allen con el mismo amor-odio
por los intelectuales, los productores, los soñadores, los yuppies, las arpías, los hoteles, los fracasados y la mitomanía.
Esas
mujeres ¿Por qué siempre acaban solas?
dicen Liz a su amiga Merry Noel (Bergen)
después de leer su novelón. Toda una declaración de principios que va
seguida de una de las peleas más ácidas del cine del momento en el que la
escritora -con talento pero sin suerte-
reprocha a su amiga (con el
alcohol en las venas) su esnobismo, su
espíritu de escritora de best-sellers,
su superficialidad, su moral burguesa y
su pasión por las novelas de cotilleos
sobre Beverly Hills. Liz cita a Marcel Proust como el polo opuesto del estilo
literario consumista de su amiga de infancia y una creación total que puede
llevar a la soledad, la pobreza o la locura. La verdadera creación.
La película comienza con
dos niñas jugando a esconderse en el
armario y su posterior despedida de la estación de trenes nevada. Ambas se
disputan una mascota de peluche que luego adquirirá un significado especial y
una amarga resonancia. No falta el
sentimentalismo en el filme, pero Cukor equilibra la balanza a favor del
humanismo, la ironía, la calidez y la esperanza en el ser humano en un mundo de
codicia, fetichismo y celos. Hay quien sigue sin ver lesbianismo en el filme
como hay quien sigue sin ver homosexualidad en La soga (Rope, 1948) de Hitchcock, pero para entender el filme en
su totalidad es imprescindible considerar que Liz y Merry son algo más que
simples amigas y que su relación está llena de connotaciones amorosas, aunque
queden en el subtexto de una historia de romances heterosexuales, ambición,
amor por la literatura, desencuentros y
desencanto por el “sueño americano”. George Cukor nunca fue excesivamente
virulento, molesto ni reivindicativo con ninguna causa, ni arremetió con
furia contra el sistema, y así sus
películas son filmes de gran hondura psicológica, pero en “Ricas y famosas”
construye un cuento intemporal sobre el paso del tiempo, la amistad y el amor entre mujeres, el arribismo, la
fidelidad, la sociedad en la que le tocó vivir
y la precariedad de la felicidad.
La casa de la playa. La casa del
bosque. El brindis final. El beso entre las dos protagonistas femeninas Las rupturas amorosas y matrimoniales, el
choque generacional, la búsqueda de una felicidad que se escapa como el éxito
son algunos de los temas de “Ricas y
famosas” que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene sobradamente en pie.
Puede que “Ricas y famosas” nunca entre en ningún listado de
las mejores películas de la historia pero mis recuerdos de ellas son
entrañables. Fue la primera película en la que me colé sin haber cumplido
dieciséis años, fueron los primeros desnudos masculinos con los que disfrute y
una película sólida que decía siempre
mucho más de lo que parecía, con sus subtramas, su humor incendiario y esa
evocadora banda sonora de Georges
Deleure, que ya había puesto música a la mítica “Julia” de Fred Zinnemann. Un
compositor que por aquellos años vivió su mejor época.
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