viernes, 23 de marzo de 2018

BOLLOTECA CLÁSICOS. RICAS Y FAMOSAS de George Cukor










ESAS MUJERES ¿Por qué siempre acaban solas?


La flor de mi secreto (España, 1995) de Pedro Almodóvar termina con un cálido homenaje a la que, quizá, no es solo la mejor película de George Cukor sino uno de los títulos más logrados y atípicos de la década de los ochenta. Ricas y famosas (Rich and famous, EEEU, 1981) de George Cukor  es mucho más de lo que aparenta, lo fílmico se impone sobre algunas convenciones del argumento  y demuestra que el celuloide de calidad no tiene fecha de caducidad.


Cukor fue definido de una forma un tanto simple como “director de mujeres”, olvidando a Ronald Colman haciendo de Otelo, al John Barrymore de Doble sacrificio (A bill to divorcement, 1932), al James Manson de Ha nacido una estrella (A Star is born, 1955), al William Holden de Nacida ayer (Born Yesterday, 1950) etc.


Sin duda el realizador se sentía más cómodo en el terreno de los sentimientos que el cine de Hollywood se asimilaba al “women films” (películas para mujeres) y se adelantó al feminismo en  La costilla de Adán (Adam´s Rib, 1949) con su amada Katherine Hepburn. También dirigió una de las primeras películas protagonizada exclusivamente por Mujeres (Women, 1939), hoy un clásico “camp”,  del buen gusto, la excentricidad,  la mala uva y objeto de un desafortunado remake dentro del Hollywood comercial “a la mode”


Naturalmente la homosexualidad de Cuckor no le costó tan cara como a James Whale (El padre de Frankestein)   ya que era un director cotizado desde principios del sonoro, aunque el machirulo Clark Gable lo expulsase de Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, 1939) por prestar más atención a Vivien Leigh y Olivia de Havilland que al galán de moda.


“Ricas y famosas” es una de las despedidas más gloriosas del cine, a la altura de El inocente (L´inoccente, 1976)  de Visconti o  Dublineses (The Dead, 1987)  de John Huston.


Un filme  de una sorprendente juventud, lleno de ritmo y sensualidad,  que mezcla el drama y la comedia y  demuestra la capacidad del director para adaptarse a los tiempos, redefiniendo como pocos la mentalidad de los años ochenta  y la tímida resistencia (desde el intelecto, el feminismo, la cultura y el cine) al  feroz conservadurismo político  y “moral” de la era Reagan.


El filme es recordado sobre todo por las interpretaciones de Jacqueline Bisset y Candice Bergen (que bordan sus respectivos y antagónicos  papeles de amigas-enemigas “para siempre”), por el furtivo encuentro sexual de Liz (Bisset) con un desconocido en un lavabo de un avión   mientras este aterriza,  por el homoerotismo de los encuentros de la Bisset con hombres jóvenes , por ser el debut de Meg Ryan en la gran pantalla, por Candice Bergen soñando ser Margaret Mitchell, pero pocas veces se habla de su innegable calidad fílmica y de ser un remake más que sobresaliente de la ya memorable Vieja amistad (Old Acquaintance, 1943) de Vicent Sherman con Miriam Hopkins o Bette Davis como esas dos mujeres que se quieren demasiado para pasar  hoy por “simples amigas”, al menos en la versión de los ochenta.


La secuencia de la fiesta hacia el final del filme es una de las mejores del cine del momento con esos largos planos secuencia con profundidad de campo, esos personajes errabundos  y esos sentimientos desgarrados que no salen a flote; propios del mejor cine de William Wyler y Gregg Toland.


 “Ricas y famosas” no es, sin embargo  un filme retro o rabiosamente nostálgico sino una película moderna  y llena de vitalidad con algunas perlas dialécticas y agudos giros argumentales del guionista Gerald Ayres


Nada, salvo los sabrosos diálogos, denota su origen teatral,  y el escenario son esas calles otoñales o nevadas de Nueva York que luego retrató la cámara de  Woody Allen con el mismo amor-odio por los intelectuales, los productores, los soñadores,  los yuppies, las arpías, los hoteles,  los fracasados y la mitomanía.


Esas mujeres ¿Por qué siempre acaban solas? dicen Liz a su amiga Merry Noel (Bergen)  después de leer su novelón. Toda una declaración de principios que va seguida de una de las peleas más ácidas del cine del momento en el que la escritora -con talento pero sin suerte-  reprocha  a su amiga (con el alcohol en las venas)  su esnobismo, su espíritu de  escritora de best-sellers, su superficialidad, su moral burguesa  y su pasión por las  novelas de cotilleos sobre Beverly Hills. Liz cita a Marcel Proust como el polo opuesto del estilo literario consumista de su amiga de infancia y una creación total que puede llevar a la soledad, la pobreza o la locura. La verdadera creación.


La película comienza con dos  niñas jugando a esconderse en el armario y su posterior despedida de la estación de trenes nevada. Ambas se disputan una mascota de peluche que luego adquirirá un significado especial y una amarga resonancia.  No falta el sentimentalismo en el filme, pero Cukor equilibra la balanza a favor del humanismo, la ironía, la calidez y la esperanza en el ser humano en un mundo de codicia, fetichismo y celos. Hay quien sigue sin ver lesbianismo en el filme como hay quien sigue sin ver homosexualidad en La soga (Rope, 1948) de Hitchcock, pero para entender el filme en su totalidad es imprescindible considerar que Liz y Merry son algo más que simples amigas y que su relación está llena de connotaciones amorosas, aunque queden en el subtexto de una historia de romances heterosexuales, ambición, amor por la literatura, desencuentros  y desencanto por el “sueño americano”. George Cukor nunca fue excesivamente virulento, molesto ni reivindicativo con ninguna causa, ni arremetió con furia  contra el sistema, y así sus películas son filmes de gran hondura psicológica, pero en “Ricas y famosas” construye un cuento intemporal sobre el paso del tiempo, la amistad y el  amor entre mujeres, el arribismo, la fidelidad, la sociedad en la que le tocó vivir   y la precariedad de la felicidad.



La casa de la playa. La casa del bosque. El brindis final. El beso entre las dos protagonistas femeninas  Las rupturas amorosas y matrimoniales, el choque generacional, la búsqueda de una felicidad que se escapa como el éxito son algunos de los temas de “Ricas  y famosas” que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene sobradamente en pie.


Puede que “Ricas  y famosas” nunca entre en ningún listado de las mejores películas de la historia pero mis recuerdos de ellas son entrañables. Fue la primera película en la que me colé sin haber cumplido dieciséis años, fueron los primeros desnudos masculinos con los que disfrute y una película sólida  que decía siempre mucho más de lo que parecía, con sus subtramas, su humor incendiario y esa evocadora  banda sonora de Georges Deleure, que ya había puesto música a la mítica “Julia” de Fred Zinnemann. Un compositor que por aquellos años vivió su mejor época.

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