Violette y Simone: no se nace mujer
Por Eduardo Nabal
El realizador francés Martin
Provost ya demostró nuevamente su talento y sensibilidad en Seraphine, la biografía de Seraphine de Senllis,
una sirvienta rural que alcanzó fama póstuma como pintora, pero que en su época
acabó en la locura incapaz de encarar la fama y el mercado del arte.
Provost,
dotado de una gran sensibilidad plástica, nos cuenta mucho a través de
imágenes, los colores y los personajes moviéndose en el encuadre. Ellos y sus
cruces de caminos son los que hacen avanzar la historia, biográfica, novelada o
ficticia. No obstante, en esta ocasión Provost se atreve con la Francia de los
años cuarenta y cincuenta y con el retrato de la intensa y controvertida
escritora Violet Leduc, que sufrió una juventud miserable, inestable y
tormentosa, recién salida de la guerra, pero conoció la admiración de los
grandes nombres de las letras francesas del momento como Camus, Sartre, Cocteau
o Jean Genet. El éxito fue su destino con la mayor libertad de expresión de los
años sesenta, aunque su situación inicial no parecían presagiarlo, entre dudas sexuales, miedo a la
pobreza provocada por la posguerrera y la ocupación y sin tiempo para dedicarse
a su verdadero arte vocacional. La sinceridad, la prosa desagarrada y la
ausencia de tabués hacen de Violette Leduc un personaje interesante, una
pionera, reflejo de una Francia que crea mitos pero solo da oportunidades a
unos pocos, y a unas pocas, divididas entre varias tareas
El
filme narra su extraña relación con la escritora y filósofa Simone de Beauvoir,
que tan pronto la acoge en su seno literario y la alienta en todos los sentidos
como la aparta de su vida, ya que sus esferas sociales son distintas. Leduc,
tal y como muestra Provost, vivió su lesbianismo en un mundo todavía primitivo,
a pesar de la intelectualidad que llegó a rodearla después de pasar por
trabajos precarios y vanos intentos de reconocimiento literario. La narrativa
de Provost se toma su tiempo pero nunca
se detiene y su atención a los detalles enriquecen el conjunto, apartándola de
cualquier biopic al uso, en parte, gracias a la fuerza de Emmanuel Devos,
dotando de una mezcla de inestabilidad y vigor a su atormentado pero vitalista
y casi siempre encendido personaje.
Basta
con leer el confuso y pacato capítulo que Simone de Beauvoir dedica a “La
lesbiana" en su importante libro El segundo sexo para saber que la visión
de la pensadora y sus contemporáneos era todavía limitada, incluso dentro del
nuevo feminismo que reivindica la autonomía económica, sexual y personal de las
mujeres que, como Leduc, cuidan de otras mujeres (como su madre o su tía
abuela), mientras sus hombres mueren en el frente.
La
independencia de Beuvorir le garantiza cierta movilidad en los círculos
intelectuales del momento, pero la
autora de los dos tomos de El segundo sexo se ve conmocionada por
la sinceridad y carnalidad de las descripciones de Leduc. Puede que la historia
no fuera así, que se haya impuesto la poesía a la reconstrucción fiel de los
hechos, pero Provost logra de nuevo una recreación sensual y llena de
refinamiento visual de un mundo sórdido-
lleno de pequeños apartamentos sin calor, caminos rurales, pequeñas tabernas- donde la belleza surge de los momentos y los
encuentros más inesperados.
Al
final es posible que la importancia de Leduc como prosista poco convencional
superara a la propia de Beauvoir (mejor ensayista que narradora), pero el caso
es que ambas mujeres vivieron en un mundo donde se fomentaba la insolidaridad y
la competencia entre las plumas de uno u otro talante. También entre las
mujeres.
Simone
le invita a contar en sus libros sus intimas experiencias ("lo personal es
político") para ayudar a otras mujeres que han abortado, perdido a su
marido o amado a otras mujeres en secreto, desde adolescentes. Mientras tanto su madre y el mundo en que se
mueve intentan devolverle a un sitio de anonimato o, al menos, un lugar de
discreción y vida laboral más convencionales y
seguras. Simplemente le dicen "sé una mujer" cuando se manifiesta
el carácter irascible y la poca afición de Leduc por los hombres y la sola idea
del matrimonio.
Historia
de iniciación, desencanto, desafío, lucha por la supervivencia, amistad o amor "no
correspondido". Estamos ante una obra valiente en el cine francés que
necesita verse con atención para, como
en Seraphine, no desprenderse de la
belleza y la libertad inherente al naufragio temporal que nos cuenta con una paleta de verdadero
pintor de celuloide, cuidando sombras y luces, interiores y exteriores.
Y
que mejor que acabar esta reseña con unas líneas de la propia Violette, que reflejan el
carácter descarnado y poético de su prosa:

Si no la encuentro voy a arrastrarme a lo largo de los cafés cerrados a las once de la noche. Las sillas, unas sobre otra, son elucuentes, y yo estoy muda. ¿En qué te has convertido, tú que querías escribir? Un pedazo de diario pisoteado con el que se divierte el viento en una calle pisoteada, estemos vivas, estamos lívidas hasta la punta de los dedos, nos apretamos las unas contra las otras, esperamos el día. La vieja reinita desteje su bufanda, destruir la embellece (...) Las tres de la mañana. Las cuatro de la mañana. El alma es friolenta, el corazón no está tranquilo, las manos están vacías (...)".
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