jueves, 1 de diciembre de 2016

DÍA MUNDIAL CONTRA EL SIDA

VIH y cine de ficción

 


Por Eduardo Nabal



 
 
Ha llegado el día mundial de lucha contra el sida. Este año ha habido mucho silencio y muchas muertes evitables, también seroconversiones sin sentido por la escasez de campañas y los recortes cargados de ideología  que ya se han convertido en crónicos. También en muchos hospitales se siguen poniendo trabas absurdas para hacerse la prueba de forma anónima y gratuita. No es mala ocasión para recapitular la historia del VIH en la gran pantalla, desde los telefilmes moralistas o lastimeros como Diagnostico fatal: Sida, o las películas melodramáticas con tufillo a viejo Hollywood, tipo Philadelphia, de Jonathan Demme, hasta los maravillosos alegatos contra la hipocresía y el silencio institucional surgidos de las filas del ‘new queer cinema’, como The living end,, de Greg Araki (una suerte de Thelma y Louise con dos seropositivos de personalidades opuestas al volante), el irreverente y combativo musical Zero Patience, de John Greyson, (donde los activistas se ríen de las farmacéuticas y los moralistas).  o la virulenta  Poison, de Todd Haynes, con su agria metáfora sobre la pandemia inspirada en el mundo de Jean Genet y la ciencia ficción de serie B.
            También ha habido apuestas discutibles que apuntaban hacia un sector de la juventud sin conciencia de la importancia de la difusión de la enfermedad como la polémica Kids, de Larry Clark, o la más honesta Los testigos, obra maestra del veterano realizador francés André Téchiné. El cierto sentido el hecho de filmar sobre el sida (manifestaciones, videos de prevención) influyó en esa rabiosa inmediatez del cine queer de los noventa y en la posterior redefinición de términos como ‘resistencia’ o ‘post-pornografía’. La protesta y la visibilidad eran urgentes contra la pasividad de los gobiernos y las mentiras de los moralistas de turno.
            En Europa tuvimos filmes algo descerebrados o arrogantes como Les nuits fauves, a mayor gloria de su autor, el cantante y actor Cyrill Collard (director, guionista y protagonista), o testimonios documentales como el de la enfermedad en primera persona del escritor Hervé Guibert, o la más lúcida y combativa  del realizador/artisvista  Derek Jarman (Blue).  Hubo películas curiosas y amables como Los amigos de Peter, de Kenneth Branagh, una comedia de enredos y amistad que concluía con la salida del armario serológico del anfitrión del encuentro, encarnado por el siempre vital Stephen Fry. También estuvo el testimonio del cubano Reinaldo Arenas en la adaptación de su Antes que anochezca o la argentina, algo desesperanzada pero humanista, Un año sin amor.
            Con mayor visceralidad, calidad, y compromiso André Techine filma, también en nuestro  país vecino, su definitiva Les temoins, un filme  coral  que está llamado a convertirse en el mejor fresco social filmado acerca del surgimiento del sida y sus repercusiones en la Francia de los ochenta. Un trabajo inmenso, que a pesar de ser un drama en toda regla, incluía una lección de lucha, voluntad  y optimismo. También de Francia es la comedia humanista, satírica y romántica escenario de la deliciosa Drôle de Félix, sobre un joven seropositivo que recorre Francia en busca de su verdadero padre, y va  descubriendo diferentes tipos humanos.  Mejor aún es la recién estrenada (en algunas salas) Theo y Hugo en el mismo barco, de Oliver Duscastel y Jacques Matineau, donde se aborda con hermosa naturalidad- en el transcurso de una noche- el tema de la exposición ocasional y/o  imprudente y la vida activa con el VIH, así como la medicación que neutraliza el virus o el amor que surge después del sexo. Las sexualidades no normativas no son un tabú para Ducastel y Martineau, solo les escandaliza la ignorancia, el fariseísmo  y la desidia. El filme citado, como, con menos frescura, la intensa Close to Leo, de Christopher Honoré, nos mostraba que es posible encontrar apoyos, vivir y amar con la enfermedad, reír y soñar, incluso en una sociedad no tan avanzada como quiere aparentar. La Francia de los noventa parece dispuesta a no callar. Por estos lares hemos de esperar todavía, solo testimonios aislados como el de La buena voz, de Antonio Cuadri, Princesas, de León de Aranoa,  o algunas alusiones en filmes de Almodóvar, Pons (Ignasi M, en formato documental)  o, sobre todo, Albadalejo, van a romper este silencio.

 

En España, Miguel Albadalejo nos obsequió con la comedia melodramática Cachorro, que ofrece una excelente primera parte frente a  un final melodramático,  un tanto aparatoso, apagado  y frustrante. En ella nos narra la vida de Daniel, un dentista seropositivo ubicado en el capitalino barrio de Chueca, que debe enfrentarse a los sectores conservadores del Madrid del momento. Una visión diferente es la de Almodóvar en Todo sobre mi madre (sobre el VIH y la maternidad), o la de León de Aranoa en Princesas (sobre la prostitución callejera),  donde la seroconversión es, más bien, un aspecto tangencial en la trama del filme. El sida reaparece en El patio de mi cárcel, algo mas reciente, dirigida con sobriedad por Belén Macías.
            De Canadá nos vino  Tres agujas, de Thom Fitzgerald, filme valiente pero algo tremendista, construido en episodios, testimonio de la enfermedad en diferentes lugares del mundo  que presenta  el modo en que  esta afecta a diferentes sectores de la población y nos  informa  de paso sobre el negocio internacional procedente de la sangre ysus vendedores. De un grupo perdido en el Himalaya a un actor porno heterosexual que debe convivir con la enfermedad y la desestructuración social.
            Visiones en formato de comedia musical e irreverente, como las más optimista Jeffrey, Zero patience o la francesa Jeanne et le garçon formidable,  han contribuido a desdramatizar la enfermedad, a mostrar las vidas muy diversas de los que viven, trabajan y aman pese a padecerla o llevarla en su interior y dan testimonio claro de que aún nadamos en un mar de prejuicios sin sentido, unos prejuicios cada vez más difusos con los que es preciso acabar, llegando al formato de la comedia romántica o al cine documental sobre la memoria.
            Pero será la Dallas Buyers Club, del canadiense Jean Marc-Vallée, la que destape los intereses creados por las farmacéuticas con una comedia ácida sobre un viril y machista vaquero que se enfrenta al peor reto de su vida (la seropositividad) y se embarca en un negocio ilegal de medicamentos donde se mezclan diferentes grupos de personas en busca de esperanza en el futuro.
            Para concluir tenemos, por ejemplo,  The Normal Heart, que cuenta con soltura el periplo personal y político del activista gay Larry Kramer, cuyas posturas personales de combate lo alejaron de los sectores mas conservadores de la comunidad gay pero cuya vida y obra, reflejada fielmente en el filme, han quedado como un ejemplo de compromiso en los primeros tiempos de la pandemia, cuando a la enfermedad iban unidos la ignorancia, el prejuicio, la paranoia colectiva y el estigma.



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1 de diciembre 

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