VIH y cine de ficción
Por Eduardo Nabal
Ha llegado el día
mundial de lucha contra el sida. Este año ha habido mucho silencio y muchas
muertes evitables, también seroconversiones sin sentido por la escasez de
campañas y los recortes cargados de ideología que ya se han convertido en crónicos. También
en muchos hospitales se siguen poniendo trabas absurdas para hacerse la prueba
de forma anónima y gratuita. No es mala ocasión para recapitular la historia
del VIH en la gran pantalla, desde los telefilmes moralistas o lastimeros como Diagnostico fatal: Sida, o las películas
melodramáticas con tufillo a viejo Hollywood, tipo Philadelphia, de Jonathan Demme, hasta los maravillosos alegatos
contra la hipocresía y el silencio institucional surgidos de las filas del ‘new
queer cinema’, como The living end,,
de Greg Araki (una suerte de Thelma y
Louise con dos seropositivos de personalidades opuestas al volante), el
irreverente y combativo musical Zero
Patience, de John Greyson, (donde los activistas se ríen de las
farmacéuticas y los moralistas). o la
virulenta Poison, de Todd Haynes, con su agria metáfora sobre la pandemia
inspirada en el mundo de Jean Genet y la ciencia ficción de serie B.
También ha habido apuestas
discutibles que apuntaban hacia un sector de la juventud sin conciencia de la
importancia de la difusión de la enfermedad como la polémica Kids, de Larry Clark, o la más honesta Los testigos, obra maestra del veterano
realizador francés André Téchiné. El cierto sentido el hecho de filmar sobre el
sida (manifestaciones, videos de prevención) influyó en esa rabiosa inmediatez
del cine queer de los noventa y en la posterior redefinición de términos como ‘resistencia’
o ‘post-pornografía’. La protesta y la visibilidad eran urgentes contra la
pasividad de los gobiernos y las mentiras de los moralistas de turno.
En Europa tuvimos filmes algo
descerebrados o arrogantes como Les nuits
fauves, a mayor gloria de su autor, el cantante y actor Cyrill Collard
(director, guionista y protagonista), o testimonios documentales como el de la
enfermedad en primera persona del escritor Hervé Guibert, o la más lúcida y
combativa del realizador/artisvista Derek Jarman (Blue). Hubo películas
curiosas y amables como Los amigos de
Peter, de Kenneth Branagh, una comedia de enredos y amistad que concluía
con la salida del armario serológico del anfitrión del encuentro, encarnado por
el siempre vital Stephen Fry. También estuvo el testimonio del cubano Reinaldo
Arenas en la adaptación de su Antes que
anochezca o la argentina, algo desesperanzada pero humanista, Un año sin amor.
Con mayor visceralidad, calidad, y
compromiso André Techine filma, también en nuestro país vecino, su definitiva Les temoins, un filme coral que está llamado a convertirse en el mejor
fresco social filmado acerca del surgimiento del sida y sus repercusiones en la
Francia de los ochenta. Un trabajo inmenso, que a pesar de ser un drama en toda
regla, incluía una lección de lucha, voluntad
y optimismo. También de Francia es la comedia humanista, satírica y
romántica escenario de la deliciosa Drôle
de Félix, sobre un joven seropositivo que recorre Francia en busca de su
verdadero padre, y va descubriendo diferentes
tipos humanos. Mejor aún es la recién
estrenada (en algunas salas) Theo y Hugo
en el mismo barco, de Oliver Duscastel y Jacques Matineau, donde se aborda
con hermosa naturalidad- en el transcurso de una noche- el tema de la
exposición ocasional y/o imprudente y la
vida activa con el VIH, así como la medicación que neutraliza el virus o el
amor que surge después del sexo. Las sexualidades no normativas no son un tabú
para Ducastel y Martineau, solo les escandaliza la ignorancia, el fariseísmo y la desidia. El filme citado, como, con menos
frescura, la intensa Close to Leo, de
Christopher Honoré, nos mostraba que es posible encontrar apoyos, vivir y amar
con la enfermedad, reír y soñar, incluso en una sociedad no tan avanzada como
quiere aparentar. La Francia de los noventa parece dispuesta a no callar. Por
estos lares hemos de esperar todavía, solo testimonios aislados como el de La buena voz, de Antonio Cuadri, Princesas, de León de Aranoa, o algunas alusiones en filmes de Almodóvar,
Pons (Ignasi M, en formato
documental) o, sobre todo, Albadalejo,
van a romper este silencio.
En España, Miguel Albadalejo nos obsequió con la comedia
melodramática Cachorro, que ofrece una
excelente primera parte frente a un
final melodramático, un tanto aparatoso,
apagado y frustrante. En ella nos narra
la vida de Daniel, un dentista seropositivo ubicado en el capitalino barrio de
Chueca, que debe enfrentarse a los sectores conservadores del Madrid del
momento. Una visión diferente es la de Almodóvar en Todo sobre mi madre (sobre el VIH y la maternidad), o la de León de
Aranoa en Princesas (sobre la
prostitución callejera), donde la
seroconversión es, más bien, un aspecto tangencial en la trama del filme. El sida
reaparece en El patio de mi cárcel,
algo mas reciente, dirigida con sobriedad por Belén Macías.
De
Canadá nos vino Tres agujas, de Thom Fitzgerald, filme valiente pero algo
tremendista, construido en episodios, testimonio de la enfermedad en diferentes
lugares del mundo que presenta el modo en que esta afecta a diferentes sectores de la población
y nos informa de paso sobre el negocio internacional procedente
de la sangre ysus vendedores. De un grupo perdido en el Himalaya a un actor
porno heterosexual que debe convivir con la enfermedad y la desestructuración
social.
Visiones
en formato de comedia musical e irreverente, como las más optimista Jeffrey, Zero patience o la francesa Jeanne
et le garçon formidable, han
contribuido a desdramatizar la enfermedad, a mostrar las vidas muy diversas de
los que viven, trabajan y aman pese a padecerla o llevarla en su interior y dan
testimonio claro de que aún nadamos en un mar de prejuicios sin sentido, unos
prejuicios cada vez más difusos con los que es preciso acabar, llegando al
formato de la comedia romántica o al cine documental sobre la memoria.
Pero
será la Dallas Buyers Club, del
canadiense Jean Marc-Vallée, la que destape los intereses creados por las
farmacéuticas con una comedia ácida sobre un viril y machista vaquero que se
enfrenta al peor reto de su vida (la seropositividad) y se embarca en un
negocio ilegal de medicamentos donde se mezclan diferentes grupos de personas
en busca de esperanza en el futuro.
Para
concluir tenemos, por ejemplo, The Normal Heart, que cuenta con soltura
el periplo personal y político del activista gay Larry Kramer, cuyas posturas personales
de combate lo alejaron de los sectores mas conservadores de la comunidad gay
pero cuya vida y obra, reflejada fielmente en el filme, han quedado como un
ejemplo de compromiso en los primeros tiempos de la pandemia, cuando a la
enfermedad iban unidos la ignorancia, el prejuicio, la paranoia colectiva y el
estigma.
Entrevista relacionada:
1 de diciembre
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