miércoles, 21 de octubre de 2015

MANO IZQUIERDA

SUBDELEGADOS BORRACHOS 

EN LA PUERTA GOLPEABAN

Por José García

 
La última sobreactuación de la derecha gaditana ha tenido como inesperado protagonista a ‘El Cumbres’, un transeúnte con diversos problemas psiquiátricos y desmesurada expresividad que “se cagó” en la Guardia Civil durante su intervención en la asamblea ciudadana que, con motivo de los cien primeros días de gobierno, habían organizado Por Cádiz Sí se Puede y Ganar Cádiz en Común, integrantes de la coalición gubernamental, en la Plaza del Palillero, en el corazón del centro comercial abierto del casco histórico y epicentro de las protestas del 15-M en la ciudad.

Cuánta rasgadura de vestimenta de los partidos de la oposición. Cuántos requerimientos de condena al gobierno municipal. Cuánta exhibición de escrúpulos democráticos. Cuánta enardecida defensa del honor de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Se diría que ‘El Cumbres’ había resucitado el cantón de Cádiz y despotricado contra la ocupación de las fuerzas armadas españolas.

El más sobreactuado de todos ha sido el subdelegado del gobierno central en la provincia,  Javier de Torre, quien ha amenazado con echar a ‘El Cumbres’ a los perros. O lo que es decir, a la fiscalía, para que actúe contra él. Una sobreactuación que no tiene en cuenta el contexto comunicativo ni las características del sujeto emisor del exabrupto. Es como si a Lorca le hubieran mandado el fiscal por escribir en la última estrofa de su Romance Sonámbulo “guardias civiles borrachos,/en la puerta golpeaban”. Perdón, qué lapsus. Este ejemplo no sirve. A Federico no lo amenazaron con el fiscal, lo fusilaron sin juicio previo.

Hasta los responsables provinciales de la benemérita andan amagando con poner “los hechos” en manos de sus asesores jurídicos, para ver si procede una querella criminal contra ‘El Cumbres’. Aunque, seamos realistas. Si el responsable del gobierno del PP en la provincia hace tantos aspavientos por las ocurrencias de ‘El Cumbres’ es porque las ocasiones las pintan calvas para utilizar la Subdelegación como instrumento de oposición política a “la izquierda radical” que ha tomado el gobierno municipal.

Así son las cosas en el día a día de esta ciudad. Con las derechas política, mediática y religiosa confabuladas para doblegar todo ímpetu de cambio por parte de la nueva autoridad municipal. Y, en medio de la escaramuza, aparece ‘El Cumbres’. Qué buen pretexto.

La única persona que ha hablado con sensatez de esta anécdota mediáticamente aupada a la categoría de presunto delito ha sido la concejala de Cultura, Eva Tubío, quien, lejos de participar en la lapidación (metafóricamente hablando) de ‘El Cumbres’,  ha situado sus palabras en contexto y  ha aportado datos muy significativos sobre el carácter del transeúnte, habitual de las asambleas ciudadanas, que en sus momentos de lucidez se erige como el mejor moderador de los debates y en los de embriaguez muy fácilmente puede mandar a la mierda a sus propios compañeros de “la izquierda radical”.

Yo le recomiendo a ‘El Cumbres’ que no se agobie. Si la fiscalía atiende a los requerimientos de Torre, que eche mano de la ironía (una herramienta muy solvente de la que siempre hemos hecho gran uso desde la diferencia) y le recite al subdelegado desde el estrado lo que el gitano del celebérrimo romance: “Compadre, quiero morir/decentemente en mi cama./ De acero, si puede ser,/ con las sábanas de holanda.”

martes, 20 de octubre de 2015

CRÍTICA LITERARIA


MISHIMA, ¿GENIO O MUSCULOCA?

Por Eduador Nabal

 

Hoy día poca gente conoce bien la obra del gran escritor japonés Yukio Mishima porque su terrible leyenda ha ensombrecido una de las obras más brillantes, refinadas y estremecedoras del siglo XX, con sus inmensas contracciones, como las que vivió ese siglo y de las que bebemos ahora. El personaje y la persona de Mishima son una paradoja andante: de niño delicado fascinado, educado por su abuela en un entorno exquisito, fascinado por los cuerpos masculinos y convertido en guerrero musculoso deseoso de un Japón que ya no existía, feudal y belicoso, resentido con Occidente pero uno de los genios de las letras orientales más cercanos a la sensibilidad y la receptividad narrativa de la novela, el cuento e incluso, el teatro occidentales. Contando historias que van de la sordidez a la descripción incisiva de la clase alta del Japón, de la condición femenina, sin olvidar su autobiografía homoerótica y sus coqueteos con un ensayo provocador, cercano a ideas de una derecha militarista que reinventó para sí. Aún hoy sigue siendo un misterio la delicadeza de su prosa y la brutalidad o el absurdo heroico y mesiánico de algunas de sus declaraciones, así como su exhibicionismo masculinista.


Marcado por un origen noble pero algo decadente, por una relación paranoide con lo sagrado, por una infancia solitaria junto a su dominante abuela, una visión extraña del mundo que le rodea (el Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial que se pliega con habilidad pasmosa al capitalismo en versión occidental) y una tensión entre la necesidad de dar una imagen de héroe o guerrero y su vida y obra pioneras en algunos aspectos espinosos de la literatura gay del siglo XX como las relaciones intergeneracionales, las ideas más grandes que la vida, las prácticas sadomasoquistas o el culto al cuerpo como templo y a la vez como lugar del castigo final. Algunas de estas ideas como su nostalgia de un Japón imperial poblado de Samuráis a la antigua usanza sometidos a extrañas reglas le han llevado a ser considerado, un tanto a la ligera, como un derechista peligroso o un verdadero sociópata. De hecho Mishima llegó a congeniar más o menos con un grupo de revolucionarios de extrema izquierda en un momento de su vida, pero en la mente del escritor no estaba la transformación social sino las ínfulas imperiales y la autodestrucción. Ya que además Mishima creó y participó en algunas cédulas de carácter visionario no exentas de una parafernalia militarista entre irrisoria y temible, todo lo contrario de su prosa elegante y sensible que demuestra ser capaz, a pesar de sus exhortaciones imperiales, de comprender todas las llamadas “debilidades humanas”. Mishima tiene una obra ingente con obras maestras tempranas de la narrativa como las inolvidables El templo de oro o El marino que perdió la gracia del mar. Hoy día pocos discuten su talento a pesar de su temperamento que se hizo cada vez mas difícil y extremista, llegando al absurdo de suicidarse mediante rituales viejos delante de una cámara de televisión setentera.

Pronto, como otros escritores disidentes de las normas sociales o al menos acogidos a normas muy particulares, fue objeto de estudio de psicoanalistas aburridos o psiquiatras a la antigua usanza. La obra más respetuosa sobre el autor de Confesiones de una máscara (llena de resabios freudianos hoy algo molestos) sigue siendo el libro de Margarite Yourcenar Mishima o la visión del vacío, donde una marginada de las letras francesas con mayúsculas se acerca a la extraña sensibilidad de otro marginado de las altas letras japonesas, que estuvo a punto de ganar el Nobel pero perdió la batalla contra el demonio de un Japón misterioso, de una masculinidad fóbica, de unas tensiones sociales y personales que, a pesar de las aburridas aproximaciones clínicas (que han incluido a psiquiatras españoles neofranquistas), siguen siendo un misterio y un prodigio de la literatura en primera persona del siglo pasado. Un misterio sin resolver. A pesar de sus poses y declaraciones fascistoides hoy Mishima sigue siendo un enigma, porque habitó la paradoja antes de que estuviera bien visto y si no gusta (temáticamente) por muchas razones a lectores de izquierdas tampoco a los de derechas.

jueves, 15 de octubre de 2015

MANO IZQUIERDA

A golpes homófobos en el nuevo Cádiz gay friendly


Por José García




El despertar del otoño en Cádiz nos ha hecho desayunar con una nueva agresión homófoba de la que poco ha trascendido, salvo los datos aportados por el atestado policial, en los medios de comunicación tradicionales. Casi todo lo que sabemos del caso ha debido conocerse, como ocurre casi siempre, a través de redes sociales y medios alternativos. Hay noticias sobre delitos de odio que no trascienden las fronteras del simple comentario entre la gente de una localidad. Y este caso es un ejemplo preclaro de esta situación.


Al parecer, se trataba de dos chicos extranjeros que intentaron detener una agresión machista (otra forma de odio con sólidos fundamentos ideológicos) en los alrededores de la calle Ancha, en pleno casco histórico de la ciudad, y que por así proceder acabaron vapuleados y escarnecidos al consabido grito de “maricón, te voy a enseñar lo que es un macho”.

Nunca he sido amigo de detenerme en la casuística de la homofobia, puesto que todos los análisis que se acogen a este punto de partida (el que adopta sistemáticamente el todopoderoso Diario de Cádiz y otros voceros de lo castizo) pretenden presentar el episodio como un problema particular y aislado, que en nada guarda relación con las singularidades socioculturales del espacio geográfico donde acontecen. Un problema que, en todo caso, es el problema de las víctimas, nunca del agresor y mucho menos de las instituciones, la sociedad o la oligarquía que a golpe de vara lleva gobernando esta ciudad durante décadas. Sin que se pueda albergar la esperanza de que ninguna renovación política en los órganos de gobierno del municipio tenga la capacidad (ni los apoyos necesarios) para dar la vuelta a este estado de cosas.

Precisamente, una persona muy cercana al nuevo equipo de gobierno municipal me comentaba hace unos días el propósito del Consistorio de adherir a Cádiz a la ‘Red de Ciudades Gay Friendly’. Me pregunté rápidamente en qué consistiría esta iniciativa, en qué políticas se concretaría, si es que se concreta en alguna, o si tal vez no se trate más que de una nueva patraña de los ideólogos de la mercadotecnia rosa para que hombres gays de las clases medias profesionales vengan a gastar sus cuartos a una ciudad devastada por el paro y el despilfarro público. Luego, claro está, habría que advertirles de la posibilidad de que alguno de los exaltados neomachistas  que pululan últimamente por sus calles les  atice una paliza de muerte en cualquier bocacalle de su dieciochesca trama urbana.

Sin embargo, nada de esto debería resultar paradójico. Al fin y al cabo, estamos en la ciudad donde la misma semana que el obispo Zornoza negaba la participación en el sacramento del bautismo a un transexual creyente de La Isla, esgrimiendo toda una serie de juicios y valoraciones sobre el estilo de vida homo-lesbo-trans, el ‘alcalde del cambio’ rendía cuentas ante el poder cofrade acudiendo, en virtud de su cargo institucional, a recoger la medalla del Nazareno. La misma ciudad donde Pemán, que tan buenas recompensas obtuvo de la dictadura por su colaboración, descansa rodeado de honores en la cripta de la catedral, mientras los restos de las víctimas del franquismo, entre los que muy probablemente habría personas lgtbq, continúan arrumbados en alguna de las numerosas fosas comunes que aún hoy, casi ochenta años después, permanecen inviolables en el antiguo Cementerio de San José. Un terreno baldío y sin uso en el centro de la ciudad nueva que muchos quisieran mantener como símbolo insepulto de aquella Santa Cruzada. Quizás los mismos que educaron a los cabestros que el otro día magullaron el ojo a aquellos guiris ilusos que creyeron haber arribado a la beautiful and gay friendly  Cádiz.  

miércoles, 7 de octubre de 2015

INDUSTRIA DEL CELULOIDE

La doble vida de los superhéroes

Por Eduardo Nabal

El actor Andrew Garfield ha declarado que su Spiderman bien pudiera ser gay o bisexual, los X-Men celebran pronto la primera boda gay del género y se acaba de estrenar lo último de Lana Wachowsky, ante un público desconcertado por la apuesta entre kitch y filosófica de los creadores de Matrix, que no obstante bate records de alquiler en los video-clubs. Aun así, la industria del cine sigue reticente a que los protagonistas de sus comics-films para todos los públicos puedan ser gays, lesbianas o transexuales. El amor entre Batman y Robin ya no es ningún secreto, al igual que la homosexualidad de Sherlock Holmes (por mucho que la quieran maquillar en efectos especiales, el director de Dioses y monstruos ha vuelto para poner las cosas en su sitio) o que los X-Men de Bryan Singer (autor de la homoerótica y morbosa Verano de corrupción, tal vez inspirada en Tras el cristal de Villaronga) van a celebrar la primera boda homo de la ciencia ficción aprovechando el oportunismo mandato de Obama. La salida del armario de los superhéroes es un tema complejo y todavía en el candelero. A la polémica se ha sumado el joven actor Andrew Garfield al declarar que el último Spiderman bien podría ser gay, bisexual o estar explorando su sexualidad. Pero a los productores de la película no les ha hecho ninguna gracia la idea. El hombre araña no solo es capaz dar grandes saltos sino también de despejar las telarañas de su armario sociosexual, ante el disgusto de la productora, que nunca sabe cómo va a reaccionar la taquilla habitual de estos filmes. Esto nos lleva al mundo de “Hollywoodland” aquella película policiaca sobre George Reeves (ídolo de niños y adolescentes) -el Superman de los años cincuenta- donde Ben Afleck interpreta a un marido y actor de televisión nada convencional en los tiempos del macartysmo, cuyo trágico “suicidio” en un universo despiadado sigue siendo un misterio. Como lo es si la presión de la opinión pública conseguirá evitar que sea el próximo Batman. No sé a qué viene tanta hostilidad. Afleck ha mejorado mucho como actor y director. En “Hollywoodland” era un Superman de segunda para series en blanco y negro en un entorno sacudido por la guerra fría y el espionaje de posiciones políticas y secretos de alcoba. Un mundo de delación y sospecha no solo sobre el comunismo sino también sobre la homosexualidad.
El mundo del comic y los superhéroes se revitaliza en esa época en la que el varón estadounidense, recién vuelto de la Segunda Guerra Mundial, anda algo perdido en una sociedad hipócrita, en el que las mujeres se han incorporado a la industria de las armas y han conseguido algún derecho en la esfera pública, como refleja Patricia Highsmith en Carol. Pero los nuevos héroes de la guerra fría intentan reforzar y a la vez se hacen eco de estas corrientes ocultas que van a hacer nacer los anti-héroes con nombres como James Dean, Marlon Brando y Monty Clift. Los roles de género/sexo se remueven pero también se refuerzan o se parodian. Superman, Flash-Gordon, El hombre invisible, Baraberella, El guerrero del antifaz esos dioses y monstruos muchas veces salidas de plumas y pinceles no heterosexuales pero prudentes, al menos al principio, en el calado de sus representaciones. Es curiosa la reacción de una industria oportunista hasta la médula que rechazó al joven Matt Gommer para el papel de Superman por ser gay pero se forra a través del personaje de Ian McKellen en películas como Harry Potter o en los propios X-men, Avatar, reaccionaria y ampulosa, no evita la estética kitch y el mal gusto, quedando muy por debajo de otras superproducciones fallidas y coloristas pero resultonas.
La heroína lésbica o protolésbica que encarna Signorney Weber en Alien o la reaccionaria Lucy de Scarlett Johanson. El héore masculino llora su primitivismo perdido en aras de la sociedad del consumo en la falsamente anarquista y con ribetes fascistoides El club de la lucha mientras algunos actores como Jude Law, Ethan Hawke o, a su manera, Johnny Depp o Joaquin Phoenix ponen su masculinidad en disputa. Pero las cosas van cambiando y el público LGTBQ también reclama sus personajes en todos los géneros. No solo en la comedia o el melodrama. Y es posible que el otrora rechazado Gommer sea el próximo protagonista de La sombra de Grey. Hollywood es una industria de la cabeza a los pies. Un ejemplo de ello es la impoluta masculinidad de los personajes encarnados por Rock Hudson o James Dean. Que la industria del celuloide como la deportiva (donde pocos jugadores de futbol se atreven a salir del armario) ande todavía, en gran medida, anclada en códigos decimonónicos o pre-stonewall es otro asunto. Hoy día las películas del director fuera del armario Bryan Singer o de “nuestro” sobrevalorado Amenábar son recibidas con los brazos abiertos porque son un sustancioso reclamo para la taquilla y, especialmente, para la taquilla adolescente o amante del cine de género. A pesar de que algunos críticos, con motivo del estreno de Valkiria, acusaron a Brian Synger de “erotización del fascismo,”. Algo que no ocurrió cuando se estrenó Top Gun de Tonny Scott o Rambo. La masculinidad no es exclusiva de los heterosexuales ni la capacidad de rodar películas para adolescentes o de trepar por las paredes o engañar a buenos y malos. No debe confundirse el chismorreo con la necesidad de que los modelos culturales (en este caso de la cultura popular) para niños y adolescentes que pueden ser gays, bisexuales, trans o lesbianas. Si la directora de Matrix han hecho público su cambio de sexo en un osado discurso ¿Por qué no puede un superhéroe ser gay y valiente? Porque la sociedad estadounidense sigue siendo profundamente cobarde. Y necesita héroes o villanos de una pieza. A los que teme, idolatra o envidia en secreto. Precisamente los superhéroes son casi siempre “gente en el armario” dispuesta a llevar una doble vida, en la que combinan el romance heterosexual (al menos hasta hace poco) con una rivalidad llena de homoerotismo hacia su oponente (el malo). El disfraz de colores ya lo acerca a un personaje harto de una rutina gris y oficinesca abriéndose a nuevas posibilidades en la libertad de la noche, la gran urbe o el anonimato. Como Clark Kent quitándose las gafas y poniéndose un calzoncillo precursor de la moderna lencería masculina. Como el aspecto de Marylin Manson del malogrado Brandon Lee en El cuervo. Por no hablar de nuestro Barón Asler de Mazinger-Z, de Epi y Blas o de “el estudiante” secretamente enamorado de Curro Jiménez.
Ya cansa tanto fariseísmo, tanto aguantar que las lesbianas solo puedan ser vampiras o profesoras o los gays diseñadores o, como mucho, vaqueros crepusculares o protagonistas de comedia. Si los y las adolescentes no tienen modelos, cuando son los más necesitados de ellos, es que hay una rutina perversa en el mundo del espectáculo. La carrera del modelo James Franco o la valentía de Anne Heche, Jodie Foster o Elena Anaya (como las heroínas de Mujer contra mujer, El silencio de los corderos o La piel que habito, respectivamente) vienen a echar por tierra que los actores y actrices tienen que cumplir con patrones de una heterosexualidad compulsiva y adormecedora. No lo digas, no preguntes. Dilo si quieres, y así se acaban las preguntas. La salida del armario del macizo protagonista de la serie de TV Prision Break abre un nuevo hueco a romper con los tópicos sobre la masculinidad o heterosexualidad de los hombres heroicos “fuera de lo común”. tatuados como un mapa, aunque lo más valiente de todo ha sido plantarle cara a una sociedad conservadora y a uno de los dictadores más crueles y sanguinarios de nuestros días.
Películas como Gattaca o, de otra forma, la mas reciente Predestination pusieron ya en primer término las complejas relaciones entre la ciencia ficción y la diversidad sexual. Igual que las novelas de Úrsula K. Leguin o Samuel R. Delaney. La relación entre Ethan Hawke y Jude Law (que apenas ha participado en algún filme sin algún componente homoerótico) iba más allá de la simple amistad igual que los personajes encarnados por Sigourney Weaver, Angelina Jolie o Nathalie Portman (V de vendetta) en el terreno de lo fantástico se llenan de una masculinidad osada y nada convencional. Su aspecto dista de ser el atribuido a la heroína hollywoodiense y su profesionalidad o su rebeldía están llenas de aplomo y sin el habitual descerebre de algunos superhéroes masculinos. Sus interpretaciones pueden ser subversivas (como en el caso de Weaver en Alien o Portman en V de Vendetta acompañada de los Anonymus, antihéroes de nuestro tiempo) o meras copias de los superhéroes masculinos (como la imposible Lara Croft que encarna con histrionismo Angelina Jolie). A mi modo de ver los personajes encarnados por Angelina Jolie o Michelle Pfeifer en adaptaciones de comics o series de televisión se limitan a ser meras réplicas de los superhéroes tradicionales mientras que Sigourney Weaver contra Alien, el octavo pasajero o Nathalie Portman contra el emporio empresarial saben jugar con la ambigüedad sexual- con la cabeza rapada- y por la lucha por una identidad no prefabricada ni cortada por ningún patrón a lo Afrodita A.
Los superhéroes parecen hechos para el público infantil o, especialmente, adolescente, y eso nos lleva al terreno y el periodo vital en que los roles sexuales son asignados o reafirmados y en los que la fantasía y la realidad se confunden. De esto saben muchos los niños con pluma acosados en los colegios (gays o heteros). Algunos de ellos/as homenajeados en filmes como Gosth World o, indirectamente, en películas como Bienvenidos a la casa de las muñecas de Todd Solonz o algunos trabajos de Gus Van Sant. Por eso Marvel o la productora de turno se anda con precaución en un mundo donde la Iglesia, las sectas, la escuela privada, los recortes ideológicos, el machismo ambiental y la familia tradicional siguen haciendo de las suyas. Basta con citar a la escritora Alice Walker cuando afirmó que la única razón por la que accedió a ceder los derechos de El color púrpura al todopoderoso y blandengue amito Spielberg era porque lo más parecido que había visto a una joven lesbiana negra en el cine de masas era E.T. el extraterrestre.
De todos ellos se ríe con no poca mala uva David Cronenberg especialista en desdichados anti-héroes que crea su Sunset Boulevard particular en la despiadada y pesimista Map to the Stars, uno de los retratos menos amables del Hollywood actual realizados recientemente y donde el joven Roger Pattinson (Crepúsculo) ejerce de extra en una serie de ciencia ficción y de conductor de limosina para celebridades desquiciadas.


lunes, 5 de octubre de 2015

FILOSOFÍA

BRAIDOTTI Y EL POSTHUMANO

 Por Eduardo Nabal


Rossi Braidotti, una de las mujeres académicas a la par que activistas más en contacto con la sociedad de nuestro tiempo y en contacto con el mundo en que vivimos, se sitúa en un campo inseguro pero altamente preciado y en boga como es el del cuerpo-órganos-mentes-máquinas y las formas de entender o no el fin del humanismo y el antropocentrismo. También los matices con los que se puede abordar el post-humanismo e incluso el anti-humanismo, por la voluntad reguladora del humanismo clásico como forma, mas o menos solapada, de organización social. El feminismo, la sociopolítica, la filosofía postcolonial, las nuevas corrientes de reivindicación de subjetividades negadas que nacen de los cuerpos y sus suplementos maquínicos así como los grandes nombres del pensamiento de varias épocas o la más reciente “teoría queer” se dan cita en este análisis lúcido de nuestra condición humana y posthumana de la mano de la autora del imprescindible “Sujetos nómadas” (Paidos).

El libro es menos literario y ameno que “Ceros y unos”, la joya de Sadie Plant sobre el nacimiento de la informática de la mano de Ada Lovelace y Alan Turing y se aparta del tono de socialismo utópico de Donna Haraway (“Ciencia, cyborgs mujeres”) o Sandra Harding centrándose más en la forma de vernos, repensarnos y ser vistos como seres cuya vida personal y social e incluso sus subjetividades se ven mediatizados por las nuevas tecnologías, las nuevas formas de entender las relaciones humanas y laborales, el poder adquirido o perdido de quienes las aplican, cómo y cuando las aplican, como podemos hacernos con las resistencias y las herramientas de la t. Sin un optimismo ciego pero teniendo en cuenta en las posibilidades de resistencia, reapropiación a un futuro de control social, Braidotti pone muchos ejemplos en los transformación social. Una transformación en la que la autora en su libro adopta una posición de observadora de cambios en uno u otro sentido, huyendo de la distopías y el catastrofismo pero también de visiones idílicas o acomodaticias .
Cambios que ella reclama para la mejora social, laboral, el apoyo comunitario, la denuncia de malos tratos y las políticas individuales de la ubicación en espacios de tras-sición, el reconocimiento de las todavía llamadas minorías y una visión positiva del desmantelamiento, que tenemos ante nuestros ojos, de los postulados mas clásicos e inamovibles del humanismo tradicional de occidente . Todo más allá de las fronteras y dualismos blanco/negro, naturaleza/cultura, humano/maquinico, homo/hetero. Braidotti se muestra fina y documentada en sus análisis y en sus ejemplos logra todo un ensayo denso y potente, que, a pesar de su tono filosófico, no deja de tener su utilidad y versatilidad como reflexión urgente sobre el papel que ya están tomando los elementos considerados “no humanos” como elementos enriquecedores, paradójicos, limitadores o regidores de nuestro acceso a la subjetividad, a la supervivencia, al cuestionamiento y la creatividad, a la mejora de las condiciones de vida, a la ecología como nueva lucha a recuperar y a la diversidad social o una visión mas inclusiva de lo humano que rompa con esa misma categoría como un universal antropocéntrico y occidentalista.