miércoles, 30 de agosto de 2017

AUGE MUNDIAL DE LA EXTREMA DERECHA

 

Por qué el homonacionalismo ultraderechista en Europa no murió con Pim Fortuyn

 

Por José García



 
Indudablemente, Pim Fortuyn marcó un punto de inflexión en cuanto al discurso ultraderechista clásico en torno a la homosexualidad y en cuanto al perfil a que estábamos acostumbrados que tuviera un político de la extrema derecha europea. Lo singular de Fortuyn no era que fuera homosexual y fascista. Las SA de Rhöm, en la Alemania nazi, también asumían esa insoportable paradoja y pagaron un alto precio por ello. Pero las SA nunca enarbolaron los valores democráticos y la defensa de los derechos civiles lgtb y de las mujeres como raíces de su nación, ahora atenazada, si hubiéramos de prestarle oídos al discurso de Fortuyn, por la presencia invasiva de la cultura musulmana.

En todo caso, el repentino asesinato de Fortuyn nos dejó en la duda de si este incipiente homonacionalismo que sirvió de condimento a las proclamas xenófobas y antimusulmanas de que hacía gala este líder ultraderechista holandés tendría la posibilidad de instalarse en las cancillerías europeas en los albores del siglo XXI. Pim Fortuyn fue tiroteado en un parking cuando iba a tomar su coche durante la campaña electoral de 2002 en su país.

Pero la estrategia discursiva de oponer derechos civiles y cultura islámica, un Occidente civilizado y un mundo musulmán bárbaro, ya había calado entre la intelectualidad fascista. No hay que olvidar que, ya en 2014, el vicepresidente del Frente Nacional, en Francia, Florian Philippot, contó con todo el apoyo de Marie Le Pen cuando resultó fotografiado con su pareja masculina. El Frente Nacional, como otros partidos de la ultraderecha europea, empezaron a aceptar, si no el matrimonio igualitario, sí las uniones civiles de las parejas del mismo sexo, porque, en la nueva Europa primisecular, la extrema derecha heredera de los fascismos y los nazismos del siglo XX había sustituido el enemigo a abatir. Así, el antisemitismo ha decaído en la medida en que se considera a Israel el gran aliado de Occidente en Oriente Próximo, los ‘homosexuales’ han podido ser asimilados a cierto orden moral (y, sobre todo, a cierto orden económico), y hemos ido poco a poco retornando a un ambiente de cruzada contra el turco que está haciendo de la islamofobia una piedra angular para el renacimiento de viejas y oxidadas identidades ultranacionalistas.

Mucho me temo que el pinkwashing, esa estrategia que viene utilizando Israel para justificar sus ocupaciones en Palestina con el argumento de extender los derechos lgtbi en la zona, está desbordando las coordinadas de Oriente Próximo y empieza a impregnar toda la política europea, merced al enorme predicamento que está adoptando el homonacionalismo. En España, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, incluso pudimos ver vídeos propagandísticos de un partido como Vox utilizando las ejecuciones a homosexuales en Irán como argumento islamofóbico, que justificaba per sé el cierre de las fronteras a determinados ciudadanos, según su origen.

Hilando más fino, también podríamos aventurar que el recientísimo acercamiento del Partido Popular a la comunidad lgtbiq parece inspirado por las seductoras posibilidades del discurso homonacionalista, manejada esta repentina homofilia con calculada ambigüedad. Esa clase de ambigüedad que les permite encabezar una manifestación del Orgullo y decir a la vez a una persona que reclama el estatuto de asilado por estar su sexualidad perseguida en su país que, “si lo lleva con discreción”, no le pasará nada en su lugar de origen. Y luego denegarle la solicitud de asilo.

No toda la ultraderecha mundial ha seguido esta pauta, desde luego. El discurso y la práctica política de Donald Trump, en Estados Unidos, por ejemplo, además de ser islamofóbicas, también son abiertamente homofóbicas y transfóbicas. No me creo que Trump esté consternado por las víctimas del atentado de Orlando. Y en España, personajes del PP como Mayor Oreja han vuelto a resucitar el viejo tópico occidental que asocia la permisividad sexual con la decadencia de las civilizaciones, argumentando que la debilidad de Occidente frente al terrorismo de ISIS hunde sus raíces en nuestra inoperancia para ponernos de acuerdo sobre conceptos tan básicos como familia y matrimonio, para reivindicar las raíces cristianas de Europa.

Sin embargo, no creo que sean argumentos tan trasnochados los que prosperen en la derecha y la ultraderecha europeas. El homonacionalismo, manejado con sagacidad, promete mejores réditos electorales, y mejor control de las fronteras, que una extemporánea homofobia sacada de contexto. Aunque posiblemente los objetivos de unos y otros discursos no difieran en demasía: liquidar la Europa laica y multicultural para volver a la vindicación de una Europa hegemónicamente cristiana. Y entonces el homonacionalismo será reenviado a donde nunca debió dejar de ir. A tomar por culo.

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