Incierta gloria
Por Eduardo Nabal
Rodada en catalán y castellano, Incierta gloria nos narra, a partir de
una novela de Joan Salles, la historia de un episodio algo folletinesco a
finales de la guerra civil española, en un pueblo de la zona republicana en el
frente de Aragón que resiste a los embistes, cada vez más brutales, del avance
de las tropas franquistas.
A pesar de que el relato es demasiado novelesco y
hasta esquemático en su psicologismo de fábula, Villaronga demuestra una
habilidad cinematográfica digna de sus obras mayores, más cercana en su construcción
de tiempos y espacios a Pan negro,
con sus grandes escenarios y sus secretos y rencores, que a El mar o películas de culto como la
claustrofóbica Tras el cristal o El niño de la luna, con su mirada puesta
en la adolescencia herida.
Con todo, el tema de la guerra queda algo
desdibujado por la alambicada trama de engaños, infidelidades, traumas y
miserias del pueblo donde se desarrolla la mayor parte de una acción que, en
sus mejores momentos, contiene la poesía mórbida del realizador y su
ambivalencia a la hora de mirar sin piedad hacia los dos bandos, sin dejar
nunca de mostrar el sector moralista, machista, cobarde y homófobo también
dentro de las filas republicanas, aunque su postura izquierdista brille con
claridad a lo largo de toda la película, como también su quedo alegato
feminista, dentro de un retrato coral donde todos los personajes se ven
arrastrados por el fango de una guerra larga y cruel.
Frente a la falta de intensidad, a pesar del
esfuerzo, de la pareja protagonista, cabe destacar la fuerza de los personajes
más alucinados de la historia como el Juli Mira, cercano a la locura y de una
extraña lucidez frente a determinados personajes o momentos de la trama, que encarna Oriol Paulo o el inquietante
personaje de La Carlana, cacique del lugar, al que da vida Nuria Borrás, que
abre la historia y cuya sombra, jugando en ambos bandos, va a pesar sobre todo
el pueblo como una figura amargada, oscura y hostil.
Es en esas aguas de ambivalencia donde el realizador
mallorquín avanza sobre otras películas sobre la guerra civil, incomodando a
los puristas, dando mayor complejidad a sus personajes y vigor y densidad a sus
conflictos, además de incluyendo reflexiones nuevas sobre la masculinidad, la
feminidad y las identidades nacionales, así como la lucha de clases o la
frontera entre la cordura y la locura, aunque en esta ocasión, tal vez debido
al material de partida, esté más cerca del melodrama romántico o de la tragedia
en sentido estricto que de la reflexión sociopolítica.
Villaronga, a la vez fiel en infiel al original
literario, lanza una mirada despidada al militarismo y el belicismo venga de
donde venga, así como a esa España negra, atemorizada y beata que no es
patrimonio de ninguna ideología política, aunque finalmente acabará poniéndose
al servicio de las huestes fascistas y sus oligarcas, cuya victoria flota en el
ambiente de miseria y desesperanza que se respira en el aire polvoriento del
pueblo, en la atmósfera funeraria y en la mirada desesperada, febril, terminal
de alguna de las principales criaturas que pueblan el filme.
Una novela de guerra y amor no demasiado original
que Villaronga sabe, no obstante, llevar a su universo fílmico de dioses y
monstruos, con su particular imaginería audiovisual y su gusto por lo turbio,
lo gótico, lo esperpéntico, lo fabulador
y lo sugerente, sin escatimar ni su lírica delicadeza ni su implacable crueldad,
que ya veíamos, de otra forma, en otros grandes trabajos suyos.
Como anécdota extracinematográfica, se puede contar
que a algunos lugares de Castilla o el epicentro del estado el filme no ha
llegado o ha llegado con discreción porque- en estos tiempos de agrias
polémicas en torno al derecho del pueblo de Cataluña a decidir sobre su
autodeterminación- el exhibir una película en catalán con subtítulos en
castellano todavía o “más que nunca” puede “levantar alguna ampolla”. Las heridas
nazi-onales siguen abiertas.
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