La identidad sexual de las fiestas patronales
Por Eduardo Nabal
Aunque casi todo lo
dijo Bea Chinaski el año pasado en su artículo La teta y la luna en San Fermín (disponible en ‘Parole de Queer’),
donde se hacía eco de la violación de una joven a manos de unos no menos jóvenes,
varios de ellos guardias civiles, no está de más recordar que este año el
sendero viene siendo el mismo, aunque hasta el momento en que escribo esto, no
ha habido que lamentar más incidentes que los habituales.
Cuando algunos me
piden que les explique eso del ‘Orgullo gay’ o los más finos eso de las ‘Ofensas
simbólicas’, les pongo por ejemplo San Fermín. A nadie se le ocurre que, entre
otras cosas (bastante deplorables por cierto), es (como hoy por hoy, la cultura
de masas) una exaltación de la heterosexualidad, igual que lo han sido los
discursos del Papa Francisco, Donald Trump y hasta, si me apuras, de Hugo
Chávez. Pero en este caso además la virulencia se ceba en exaltaciones
heteropatriarcales y machistas que suelen cebarse casi siempre en las mujeres,
ya que el colectivo LGTBQI o, no asiste o, se invisibiliza bastante en estas
fiestas; vamos, como en una orgía de la legión o al irse a un burdel, no parece
el momento más adecuado para ‘salir del
armario’ si no se ha hecho antes, aunque, y lo hemos visto, la camaradería
homosocial también sabe cómo cruzar sus fronteras y luego tirar de resaca.
Parece ser que el
sol de los toros hace ecos no solo de las canas al aire, sino incluso pueden
quitarle valor a la sangre derramada o a la violencia ejercida, venga de donde
venga. De ahí lo deleznable de unas fiestas que ya se plantean sobre presupuestos
de jerarquía hombre/animal y sobre la violencia, la persecución, la burla, la
supremacía y el escarnio. Otras fiestas de esas en las que pensamos cuando
algunos todavía se atreven a decir eso de ¿Cuándo es el día del Orgullo Hetero?
o ¿Por qué no existe un Día del Hombre?... y pretenden que los tomemos en
serio.
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