miércoles, 19 de julio de 2017

ESCRITURA TRANS

Transexualidad y hormonas literarias

 

Por Eduardo Nabal




Tengo la suficiente edad para recordar que las primeras novelas publicadas en castellano sobre transexualidad eran principalmente   biografías o, más a menudo, autobiografías en primera persona y que, afortunadamente, la narrativa también ha acabado siendo en primera persona, abandonando la hegemonía médica o la mirada pseudopsiquiátrica. Recuperando, afortunadamente, desde la multiplicidad y la diáspora, el derecho a la subjetividad, esa subjetividad danzarina y transgresora que reclama Daniel J. García en su brillante ensayo Rara Avis. 
 
Entonces se confundía transexualidad con travestismo, transgenerismo y hermafroditismo. Pero esa es ya otra historia y hoy, por otros motivos, huimos del carácter totalizador de toda etiqueta o binarismo impuesto desde altas instancias. Frente al afán de pulcritud del movimiento gay más asimilacionista y ‘civilizado’, o del feminismo esencialista camino de la institucionalización, las personas transexuales no eran un punto cómodo, pudieran o no asistir a sus reuniones con libertad o expresarse en ellas con más o menos comodidad.
 
Una de las primeras novelas de gran repercusión, una traducción del alemán (en este caso en clave marcadamente autobiográfica) nos llegó de la mano y la pluma de Charlotte Von Mahlsdorf, con el  provocativo título de Yo soy mi propia mujer[1], donde  nos cuenta su temprana conciencia de sentirse mujer y también su dificil existencia en la Alemania pre-nazi, nazi y post-nazi. La potencia del libro residía en su sinceridad y desarmante ironía, su desenvoltura ‘camp’, su  capacidad de resistencia y sentido del humor. Llevada al cine-documental  por el alemán Rosa Von Prauheim, contribuyó a abrir las ‘com-puertas’ y  las vallas entre los géneros binarios en la cultura de masas, además de recuperar la memoria histórica de los ‘otr*s’ represaliados.
 
Algunos dirán que la literatura transexual ha existido siempre. Que ya San Juan de la Cruz hablaba de sí mismo en femenino y el romántico inglés Thomas de Quincey contó las peripecias de la llamada Monja alférez.  Por no hablar de la Divina de Genet o del Heliogábalo de Artaud, de las criaturas del Satyricon o de la larga mitología grecolatina o incluso todo aquello que desconocemos de las hoy demonizadas o, en general, poco conocidas culturas orientales. O el ejemplo ya emblemático del Orlando, de Virginia Woolf, que disfruta y sufre las consecuencias de pasar de un sexo a otro en épocas adversas, a través de la prosa exquisita de una autora inmensa que dedica su libro a su secreto amor femenino.
 
 Pero  aquí me interesa más la literatura post-stonewall, un acontecimiento histórico que no fue escrito ni relatado por ellas y ellos pero que, sobre todo, protagonizaron personas transexuales que vivían en las calles o frecuentaban lugares semiclandestinos.
 
Yo soy mi propia mujer contaba una historia de fuerza irresistible desde su valor histórico y mucho más ameno y avanzado que la novelita conventual Alexina B, o el estudio de Foucault sobre el hermafroditismo, tan influyente después en la teoría queer.  Hay personajes de Carson McCullers, como la Frankie de Frankie y la boda, reivindicada por Judith Hallberstram, o personajes de Capote o Williams que entran ya dentro de la ruptura del binarismo de género, aunque desde posiciones despolitizadas y, en ocasiones, contradictorias o abocadas a lo ‘excepcional’.
 
Curiosamente va a ser el teatro español el que va a incorporar, desde las posibilidades performativas de lo escénico, lo trans más allá del simple elemento cómico, desde El público, de Lorca, hasta, después del franquismo, Ocaña, fuego infinito, de Andrés Luis López (pieza dramática de finales de los años noventa), o algunos personajes del teatro furioso de Francisco Nieva.
 
Aunque la transexualidad en el estado español entró más por el cine (Almodóvar, Salazar) que por la literatura, el propio Almodóvar trató de trasladar, sin demasiado éxito, su universo de diversidad sexual a su novela satírica Patty Difusa, al tiempo que los testimonios más estremecedores de las dificultades vitales de personas transexuales nos venían de Latinoamérica con novelas como la brasileña  Princesa, de Fernanda Farias, de Alburquerque (no exenta de cierto sensacionalismo, aunque ambientada en un decorado urbanita bastante creíble), o la prosa poética de, primero, Manuel Puig, o el mucho más explícito Pedro Lemebel, queriendo desdibujar fronteras desde una reivindicación de la interseccionalidad de las luchas.
 
Cuando le dieron el Premio Nacional de las Letras, Lemebel declaró que iba a utilizar el dinero “para ponerse un par de tetas”, ‘boutade’ o no, fue toda una declaración política.  Algunos de los testimonios recogidos en la literatura latinoamericana (El lugar sin límites, Al infierno la maldita primavera) todavía eran una realidad en el estado español como la prostitución callejera, la violencia machista y la soledad en los márgenes de la gran urbe.
 
Mientras  Mendicutti introduce un personaje transexual en Una mala noche la tiene cualquiera y Shangay Lily, a la luz de la teoría queer de los noventa, escribe la divertida pero algo insustancial Machistófeles, donde cuestiona la artificiosidad de los géneros en un mundo donde “la marca gay estándar” pretende imponerse sin éxito.
 
Desde  un ámbito algo  más académico nos llega la novela histórica La chica danesa[2], que sorprende por la desenvoltura y la falta de aspavientos con la que David Ebersfoff nos cuenta la difícil vida de Lily Elber, un episodio de autoaceptación en el Copenhague bohemio de los años 20  (hoy convertido en un elegante filme por Tom Hopper) que, como el Berlín de los 30’ representado en París era mujer, muestra una relajación en las costumbres sexuales de la época, devastado todo ello por la llegada del nazismo.
 
Es posible que la gran novela sobre la transexualidad en el estado español esté por escribirse, pero no deberíamos desdeñar las influencias de otros países. Es el caso de Escrito en el cuerpo, de la británica Jeannette Winterson, quien, inspirándose en Wittig, propone el cuerpo como una página en blanco y también como un disfraz, empleando siempre un tono cálido, que mezcla el realismo y la fábula.
 
En el campo de los autores españoles podemos  destacar el insólito poemario La balada del hombre mujer[3], de Dionisio Cañas, publicado no hace tanto tiempo pero  ambientado en Nueva York en la era del jazz y los locales semiclandestinos. Cañas, además, es autor de otros libros de poemas, ensayos sobre la transtextualidad y nuevas formas de escritura (¿Puede una computadora escribir un poema de amor?), ‘performer’ y artista plástico, formando parte del colectivo Estrujenbank.
 
Winterson o Wittig influyen, de diferente forma, en Peri Rossi, Tusquets o Moix y,  aunque ninguna de ellas habla propiamente de la transexualidad de mujer a hombre, sí cuestionan el esencialismo del cuerpo de mujer como un constructo atravesado por discursos sociales, médicos y jurídicos. Esos discursos ya fueron cuestionados en poesías y ensayos por escritoras chicanas o afroamericanas como Cherrie Morga, Audre Lorde o Gloria Anzaldúa (Borderlands/La frontera), desde un punto de vista despatologizador, racializado y no colonialista.
 
La desestructuración de algunos países del este de Europa ha llevado a algunos novelistas a narrar los tiempos anteriores y posteriores al comunismo, a través de las vidas de las personas transexuales sin recursos, en las ruinas de viejos sueños de esplendor, como la magnífica Lovetown, del escritor polaco  Michal Witkowski,  publicada por Anagrama.
 
Las ficciones se han diversificado, aunque no lo suficiente. El discurso despatologizador y del ‘continuum hombre mujer’ ha encontrado mejor acomodo en novelistas estadounidenses como Jeffrey Eugenides, con su inmensa Middlesex, más correcta y elaborada que las ficciones de Tom Spanbauer, pero también menos potente y subversiva en su forma de utilizar los recursos del lenguaje literario y los ambientes contradictorios, como el lejano oeste o el ámbito rural-urbano. O incluso la propia ciencia ficción, que ha pasado de ser un género eminentemente masculino a hibridaciones producidas por nombres como Ursula K. Leguin (La mano izquierda de la oscuridad) , Samuel R. Delaney o la propia Winterson (Planeta azul, Espejismos), quien en The Powerbook[4] -un libro sobre el cuerpo y el espacio virtual- nos dice “Desvístete. Quítate ropa, quítate el cuerpo, hoy podemos ir más allá del disfraz. Esta es una historia de amor y desamor, de policías y ladrones, la extraña historia de ti y de mí. La historia soy yo misma. Tengo que contarla yo. Comienza”.
 
Curiosamente, ahora la narrativa de los países árabes, con nombres como Abdelá Taia o Tahar Ben Jelloun (El niño de arena), está poniendo en solfa las dicotomías de género y la anatomía como destino de forma nada complaciente. Taia, en su última novela Infieles, hace un valiente esfuerzo de transtextualidad y  transexualidad literaria en el último párrafo de una historia autobiográfica, un párrafo  inolvidable con intención política y poética:
 
"-Había sido elegida.
 
¿Elegida yo? ¿Yo?
 
La voz me repitió tres veces el mensaje. Dijo tres veces mi nombre. Norma Jean Baker
 
¿Podía dudar? ¿Podía resistirme?
 
Todo sucedió muy deprisa. Conseguí adelgazar, encontrar mi cuerpo de antes. Y, en medio del rodaje de ‘Something Got to Give’, dejé este mundo. Con mis propias manos.
 
Alcé el vuelo
 
Entonces mi leyenda en la tierra adquirió otras proporciones.
Y desde entonces estoy aquí, a las Puertas del Cielo.
 
Recibo
 
Escucho
 
Juzgo
 
Reúno
 
Hablo en lugar.
 
Hablo desde su lugar
 Soy humana. Extraterrestre. Estoy en todas partes y en ninguna  Soy Hombre. Mujer. Ni lo uno ni lo otro. Más allá de todas las fronteras y todas las lenguas [5]".
 


[1][1] Von Mahlsdorf, Chalotte. Yo soy mi propia mujer. Editorial Tusquets. Colección Andanzas.
[2] Ebershoff, David. La chica danesa. Anagrama. Panorama de Narrativas, 2011.
[3] Cañas, Dionisio. La balada del hombre-mujer. Editorial Egales, Barcelona, 2008
[4] Winterson, Jeannette. The Powerbook. Editorial Lumen, 2008.
[5] Taïa, Abdelá. Infieles. Cabaret Voltaire, 2014.
 

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