“José era carpintero, judío y gay. Haciendo
uso de sus conocimientos, se había fabricado un gran armario en Belén, en el
que vivía con su amiga María, al abrigo de la persecución homófoba que había
desatado el imperio romano contra los homosexuales y los judíos de Jerusalén.
María no había conocido varón, era lesbiana, y había decidido tener un hijo por
inseminación artificial con el esperma de su mejor amigo, José. Ahora se encontraba
a punto de dar a luz en el armario de Belén. La noticia corrió por el ambiente
y llegó hasta los rincones más alejados de Oriente.
En
el Kurdistán vivía el antiguo rey Melchor, que había sido destronado por los
turcos cuando invadieron el país. Melchor tenía 50 años, llevaba una larga
barba blanca que cubría un torso ancho lleno de vello que hacía las delicias de
los pastorcillos kurdos. Había conocido a José en el cuarto oscuro de un bar de
Ereván, la capital de Armenia, y sabía que él y su amiga María esperaban un
niño, así que decidió ir a verles para celebrar con ellos el alumbramiento. Se
montó en su camello con algunos regalos -una chupa de cuero para María, una
botella de popper de Kazajstán para José y la última edición en pergamino del Planeta
Marica- y se encaminó hacia Belén. Al llegar a un oasis en el desierto de
Palestina Melchor hizo una parada para ir a mear junto a una palmera, y en ese
momento se encontró con un hombre de hermosos bigotes, ya entrado en años, que
estaba meando a su lado y que le miraba insistentemente. Melchor le invitó a
pasar la noche con él en su tienda. Durante la cena el hombre le explicó que se
llamaba Gaspar, era palestino y había sido rey. Casualmente también conocía a
José y la noticia del parto, y en ese momento se encaminaba a Belén para
conocer al niño y darles algunos presentes: opio iraní de la mejor calidad para
ella y telas de Palestina para él. Melchor y Gaspar pasaron una apasionada
noche de amor en el oasis, y decidieron ir juntos a Belén.
A los
pocos días Melchor y Gaspar llegaron a Jerusalén, y decidieron ir a una sauna a
descansar. En esos días de invierno la sauna era muy visitada, pues era un
lugar cálido y tranquilo donde charlar y disfrutar. Melchor y Gaspar repararon
inmediatamente en un hombre grande, de piel muy oscura y barriga peluda, que
les fascinó de inmediato. Se acercaron a él con ánimo de conocerle, y
les dijo que
se llamaba Baltasar, era
uzbeko, rey de
una tribu del
norte de Afganistán, y había
huido de la represión que habían desatado allí la secta de los tulipanes contra
las mujeres y los gays. Decidió dirigirse a Belén a ver a su amiga María, de la
que sabía que estaba encinta, y le llevaba como regalo tres caballos árabes y
un improvisado disfraz de drag-king. Entre los tres cundió un gran regocijo al
descubrir la casualidad de conocer a José y María, y lo celebraron pasando la
noche juntos.
Eran
aquellos los días del rey Heterodes, quien gobernaba toda Judea con una gran
homofobia. Un espía del rey había oído la conversación sobre María en la sauna,
y se lo comunicó a Heterodes. Éste no podía soportar la idea de que una mujer
lesbiana tuviera un hijo, así que decidió urdir un plan para matarle. Hizo
llamar en secreto a Melchor, Gaspar y Baltasar y les interrogó sobre el
nacimiento del niño, con la excusa de que quería ir él también a adorarle. Así
que les pidió que una vez que le hubieran visto, volvieran para decirle el
lugar de su nacimiento. Los Reyes Magos conocían la fama de Heterodes y,
desconfiando de sus intenciones, partieron hacia Belén sobre sus camellos sin
decirle su destino.
La
noche siguiente hicieron un alto para dormir en la montaña y vieron en el cielo
una luz muy brillante que se acercaba hacia ellos. Era un gran trineo tirado
por renos alados, y guiado por un hombre
grueso, con hermosos cabellos y barbas del color de los osos polares, vestido
de terciopelo de color rojo. El hombre descendió desde el cielo hasta donde
estaban los tres reyes y les miró, admirando la belleza de sus cuerpos y de sus
rostros. Se llamaba Santa Claus, o Papá Noel, y pertenecía a una ONG finlandesa
de gays y lesbianas. Los reyes se fijaron de inmediato en el paquete de Papá
Noel, y le preguntaron sobre su contenido. Él les contestó que había oído la
buena nueva del nacimiento del hijo de María, a la que conocía, y que en el
paquete llevaba las obras completas de Tom de Finlandia y de Monique Wittig
como regalo. Los Reyes Magos encendieron una hoguera e invitaron a Santa Claus a quedarse con
ellos a cenar. Éste aceptó, y, tras la
cena, les invitó a degustar distintos licores lapones que llevaba en su trineo.
Los vapores etílicos calentaron sus cuerpos y les animaron al baile y al canto,
y finalmente al amor.
Al
día siguiente Papá Noel y los tres reyes se encaminaron a Belén. En el camino
vieron a un grupo de cuatro pastorcillas que iban en su misma dirección, y que
resultaron ser amigas de María. Iban también a verla por el nacimiento de su
hijo, y le llevaban un carro como presente, dado que, según comentaron las
pastoras, a María le gustaba mucho conducir todo tipo de vehículos. Ya al
anochecer divisaron en el fondo de un valle la silueta de un gran armario, en
el que estaban José, María y el niño, al que llamaron Emmanuelle, en homenaje a
una famosa actriz de teatro asiria. María estaba apostada en la puerta del
armario, de pie, con su cayado en la mano derecha, vestida con pantalones de
piel y una pelliza de borrego; José, que cubría su cuerpo con una túnica de
color verde oliva, estaba sentado dentro y llevaba en sus brazos a Emmanuelle,
al que cantaba canciones de cuna con su voz grave y dulce, mientras el niño
jugaba enredando sus pequeños dedos en las barbas negras del carpintero.
Cuando
María vio llegar a tantos amigos juntos, tiró el bastón al aire y fue a su
encuentro riendo. Los reyes magos fueron a buscar a José y le animaron a salir
del armario. Éste, sorprendido por la visita, dio un grito de alegría y salió
al aire libre con el niño para abrazar a sus viejos amigos. María propuso hacer una fiesta y disfrutar de
los regalos. Pasaron la noche comiendo y bebiendo, Papá Noel recitó las viejas
sagas islandesas con la voz adormecida por el opio, Baltasar bailó en honor de
todos danzas de su tierra, rodeando al grupo con un círculo hecho con las telas
de Gaspar, María cantaba poemas de Safo subida en uno de los caballos, mientras
las pastoras, desde el carro, tocaban instrumentos de cuerda y percusión al
ritmo de sus versos. Melchor y José mezclaban todo tipo de bebidas con abrazos,
besos y recuerdos
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