No
es tiempo, cuando el flujo migratorio y los mandatos de gente como Trump, Putin
o Merkel han puesto en juego –aún más- la situación internacional, de criticar
las siempre loables causas internacionalistas. Pero si es tal vez tiempo de
hacer una reflexión sobre las batallas contra los microfascismos que se libran
a diario de forma invisible contra lo que Pierre Bordieu llamó “violencia
simbólica”. En su artículo “El marxismo y lo meramente cultural” Butler habla
como ciertos teóricos de izquierdas han relegado las cuestiones feministas, de
género y diversidad sexual a una esfera “meramente cultural” obviando que estas
pueden llegar a afectar, en entornos muy próximos a cuestiones de justicia
redistributiva (exilio rural, falta de lugares seguros, violencia callejera,
derechos sexuales y reproductivos, falta de protección sanitaria, inseguridad
laboral, acoso escolar, vigilancia policial, violencia conyugal, desigualdad
estructural dentro de los propios grupos de socialización…). Todos estos
debates no son nuevos ni muy originales pero cuestiones como el concepto de
“interseccionalidad” traído por gente como “Puar” (Homonacionalismo…) o más
cerca Lucas Platero (Interseccionalidades: Cuerpos y sexualidades en la
encrucijada) nos enfrentan a complejos dilemas sobre el neoliberalismo y sus
paradojas. La tendencia a presentar, por ejemplo, el Islam como un todo
unitario machista y homófobo está calando peligrosamente y no solo en la
derecha racista sino a través de la propaganda mediática en muchas sociedades
europeas.
Pero no hemos de olvidar que el internacionalismo nunca o casi nunca
ha dado la palabra a las personas LGTB en sus entornos cercanos por no hablar
de las mil historias de exclusión y silencios sin contar en muchos grupos de
izquierda tradicionales hasta hace bien poco. Esto nos enfrenta a dilemas y
debates abiertos. La llegada de los refugiados, las armas de doble filo,
debates de doble filo, la cerrazón de posturas de algunas izquierdas casi
fosilizadas en torno a temas como la prostitución y el fetichismo por ciertas
causas en detrimento de otras. Así por ejemplo no se aborda con valentía el
tema del racismo hacía el pueblo gitano, el de la serofobia, o el de la
situación de la gente en las prisiones, los manicomios, los CIES, las nuevas
fronteras de oriente y occidente. Películas como “120 pulsaciones por minuto”
nos recuerdan que, en un principio, la lucha contra el SIDA fue una lucha
política contra el racismo, la pobreza y la homofobia que llegaba desde varias
instituciones, una lucha contra el silencio. Libros como “El pueblo sin
atributos” de Wendy Brown nos advierten de las formas en las que el
neoliberalismo se ha interiorizado no solo en nuestras conciencias o formas de
ver el mundo sino también en determinadas políticas sociales consideradas
“progresistas”. “Cuerpos en alianza…” de Butler nos avisa de la urgencia de
salir a las calles y empieza a hablar de cuestiones como el “precariado” como
un nuevo tipo de grupo social sin reconocimiento alguno al tiempo que aborda la
interseccionalidad de género, sexo, raza, lugar de origen y de nuevo aborda el
carácter peformativo de lo político siempre en relación con poderes que se transforman
creando nuevos tipos de sujetos y grupos dominantes o subordinados.
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